Wednesday, November 30, 2005

Jueves que cae en pedacitos livianos como mariposas gays. 17 de Noviembre.

Me levanto con una suerte de locura extrema. Los ojos en el espejo son rojos de excitación. El amor es delicado. Tomo largas horas de ducha y siento que el agua alivia el peso que mi alma no soporta. Desayuno con prisa y me largo directo a la facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana. Mi determinación me susurra al oido que nada es imposible. En el bus escucho Portishead, me deprimo resto y veo modular la boca a unos músicos urbanos. Se sube otro músico, no urbano pero sí hippie anyway, hippie con dinero quiero decir, con su corte de pelo minuciosamente estudiado para dar la apariencia de desenfado. Se sorprende al verme y le respondo con una mirada de demente suelto. Se sube otro chico, de esos blanquitos ridículos que quieren parecer a toda costa negros. El bus demora años luz. Finalmente llega a la Universidad ridícula de arquitectura perecedera y depresiva. Noto que los dos muchachos de pose exagerada de juventud se bajan conmigo. Javerianos, debí haberlo supuesto desde el principio. Odio a esta estúpida juventud. Quiero que al bajar del bus caiga como un tonto y me aplaste una motocicleta, que no le dé tiempo a ninguna ambulancia de recogerme, existe el peligro de ser salvado por los incompetentes residentes del San Ignacio. Nada pasa, el chico músico me mira con cara de: qué te pasa chico, por qué tanta tristeza? Si eres joven como yo, qué te pasa? Me pasa que ya no soy joven y sí demasiado estúpido y sí demasiado cobarde y sí demasiado derrotado como para responderte con un puño en esa cara de idiota estupefacto. Paso al lado de muchas niñas hermosas universitarias que jamás serán mías y jamás sabrán de mi pesada existencia, jamás porque son la clase de chicas que jamás se detiene a ver El Espacio. Llego a la puerta y la celadora me rechaza de ipso facto, le pregunto por la facultad de Teología y me manda a un sitio impreciso sólo para no tenerme fastidiando un rato. Al llegar a la entrada principal ya me fastidia el sol, el brillo de los jóvenes en "la playa" de la Universidad, la ropa de moda, la pose de los profesores, la falsa prisa que todos fingen en su paso. Me indican que la facultar de teología queda bastante arriba, más allá de los edificios nuevos y sigo mi paso, mi iPod sigue sonando con fuerza la voz de Library-Girl de Beth Gibbons. Al pasar por estos nuevos edificios recuerdo los días de 2003. En aquellos días asistía a unas conferencias gratuitas dictadas por un profesor francés radicado en México sobre: estética y epistemología en la obra de Guillaume Duchenne. Aquel día había llegado más temprano que de costumbre al seminario y me senté en la terraza a esperar bebiendo un café. Pude ver cómo llegaban los demás asistentes al seminario, antiguos colegas, compañeros y profesores de estudio. Ahora yo no era parte de ellos y mi asistencia al seminario sólo resultaba como una afrenta a ellos. Hace días que le había comentado a Anne sobre mis visitas regulares en esos días a su alma mater. Hasta el momento no había aparecido. Bebí mi primer sorbo de café y giré hacía la derecha mi cara. Pude escuchar con mi oido izquierdo la ruptura del espacio vacío y el tiempo silencioso ocasionado por un extraño elemento pesado que atentaba contra todo el artificial orden establecido. Sentí un murmullo liviano en mi oido derecho. Un sueño que pasaba a la vigilia de una manera delicada. Algo me decía: estuviste en peligro y ahora estás bien, mi chico. Mis gafas rojas se empañaron y mis labios se estremecieron. Voltié a ver el contorno de toda la terraza, el interior de la cafetería universitaria, la mirada de asombro de quienes asistían al lugar. Un grupo de costeños a mi lado enmudeció y se congeló en el tiempo. Mis gafas rojas saltaron y repitieron: es hora de volver a lo real, mi chico.. ahora estás en el espacio de lo real. Una afrenta de Dios, un recuerdo de la muerte, una muestra de lo absurdo: todo como un regalo inesperado para mí. Solté el café con tristeza, me detuve a ver la paloma muerta a dos centimetros de mis pies. No fue sino en ese instante en que caí en real cuenta y recontruí todo el panorama de lo que realmente había experimentado. Lo que Munch en su sordido paisaje observó como el grito del universo. Luego de dos horas de pasado el incidente le comentaba a Anne, recién aparecida, que realmente pude haber muerto en el instante. Fue la primera vez que pude hablar personalmente con mi amiga Anne luego de un lustro de haberla conocido. Le decía que era tan improbable el hecho de estar hablando en ese momento, tan desinteresadamente, como el hecho de seguir viviendo... la improbabilidad esencial y lógica en este mismo momento, junto a ti... de la mano izquierda siempre la muerte.. turned... becoming.. I don't mind... turning into myself... Casi me mata una paloma en un incidente absurdo y ahora me encuentro desprevenido tomando un café con mi vieja amiga desconocida Ana. Me dolió la vulgar manera en que nuestra condición humana nos recuerda nuestro paso transitorio por la realidad. Pensé en la ridícula muerte de Esquilo, el gran fundador de la tragedia griega, actor de su propia tragedia cósmica al ser aniquilado por la mala voluntad de un Gypaetus barbatus que se prestó a arrojarle una tortuga a su cabeza desde la inmensidad celeste. El ver el atentado de una paloma que se arroja con todo el peso de su vuelo a pocos centímetros de mi humanidad provocó un sentimiento de insoportable realidad e inmensa soledad. En medio del salón pude llorar un rato sin que nadie se fijara gracias a la oscuridad de mis gafas rojas. Pensaba con amargura: quién me recordará, quién me enterrará, quién será el que me dirija las palabras finales? Lo malo, dice Jay, de estar muerto es no poder estar ahí. Seguramente aparecerían personas, muchas personas a mi entierro, pero lo que me alarmaba era no tener a alguien en ese momento de ausencia al cual realmente amara. Me sentía inmensamente solo y miserable. Deseé otro rato haber muerto de esa forma tan absurda. Nadie me quería en este mundo, mi existencia en él sólo se traduce como una estúpidez de la vida por mantenerse. Contaba con millares de sueños imposibles pero todos esos sueños estaban en otro continente fuera de mi alcance. Era un Viernes gris y llegaba a Bogotá la banda electrónica francesa Cassius. Ana me preguntaba qué tal eran. Le decía que me gustaba mucho, una de mis favoritas del momento, pero que prefería asistir a la conferencia sobre filosofía francesa: grandísima mentira. No fui a Cassius por falta de alguien con quien ir y asistí a la conferencia porque me hacía sentir menos invisible de lo que ya mi piel empezaba a delatar. En la facultad de Teología el portero me pregunta qué necesito y hago que no escucho por los audífonos. Subo hasta el quinto piso. Everything is change. Un molusco rosado me permite la cédula como la superficie de arena que el océano se encarga de devolver a tierra. Conmigo suben tres jóvenes perversos que tienen vergas en sus ojos. Una chica al bajar del ascensor me devora con su mirada y me hace sentir como un pobre objeto carnal que nada vale más que el uso de un mal polvo y luego ser arrojado por el precipicio de los sueños abandonados. Nunca abandoné un sueño mi amor. Los chicos preguntan por alguien a la secretaria y ella no deja de verme con cara de reserva. Me demoro un tanto intencionalmente y me río. En una cámara apartada ayudo a un viejo padre idiota que no puede pasar por su propia cuenta, le sostengo la puerta. En el instante sale otro padre, más joven, muy lindo, con la cara límpida y los ojos de un azul divino. Subo al ascensor junto los dos padres. Le pregunto al más joven cómo hago para saber sobre exorcismos y demonios. Atento me escucha y me ve con una mirada deliciosa que disfruto al máximo: una mirada al otro lado del río. Me toma de un hombro con una fuerza mesurada entre lo masculino y lo afeminado. Me dicta el teléfono del sacerdote que más sabe sobre el tema en Bogotá, el padre Carlos Neira. Vuelvo a subir a la recepción de la facultad de Teología e insisto sobre el padre Neira. No se encuentra. Me devuelvo y siento como el sol achichara mi piel. Me trato de cubrir con un esbozo de mi chaqueta negra y mis gafas de sol. Dos chicas de la facultad de Derecho se quedan observándome con inquietud. Me dan ganas de apretarme las bolas y decirles: no han visto acaso una criatura de la noche en pleno rayo de sol? Traté de bajar por la 13 hasta la U, al ver el tiempo que aún tenía. Fue imposible Luis. El rayo de sol arremetía contra mi carne de manera frenética. Pasé por Ecopetrol y pude apreciar a las ejecutivas que bajaban al almuerzo, me encanta poder imaginar la carne joven que alguna vez subsistió sobre esas arrugas y esos gestos amargos y hostiles. Pude llegar hasta el Centro Internacional. Le dí una última oportunidad al sol de largarse pero permaneció con mucha más fuerza. Tomé un bus en contra de mi voluntad. En el bus un chico me observó con cara de escupirme y le piqué el ojo. En la Universidad me encontré con Jay. Fuimos hasta el Oma y compré una coca-cola. La profesora jamás llegó a clase y me quedé conversando un buen rato con los chicos. Me despedí y me dirigí hacía el centro. Gasté mucho dinero llamando a la facultad de Teología de la Ponitificia y al celular al padre Carlos Neira. Subí por la candelaria por el chorro de Quevedo. En una esquina me crucé con el viejo Johan. Me sorprendió verlo tan arropado en medio de ese sol tan espantoso que estaba pegando ese día. Le pregunté si no tenía calor y me respondió: amigo, si ya he soportado el calor del Infierno, por qué no he de soportar este solecito de Bogotá. Recordé que veníamos del Infierno, que allí lo había conocido cuando aún era un impúber y ahora que había crecido sus ojos reflejaban la marca del dolor que causa el Infierno a las personas que no poseemos el carácter del Infierno. Subimos hasta la Salle y allí se despidió. Bajé hasta Juan Valdez y allí esperé a Lain. Tomé un café y me sentí molesto por la incesante mirada de una muchacha de ojos verdes. Detesto a estas putas que no hacen más que mirarte. Qué putas quieren? Por qué te ven tan descaradamente? Qué pretenden con sus ridículas miradas? Siento que me está observando la cicatriz y me deprimo gravemente. Me largo y me dan ganas de vaciarle a la joven su vaso caliente en medio de esas piernas calentonas. Lain demora un rato en llegar y cuando finalmente llega puedo ver su piel pálida y estremecida por largas horas de trasnocho. Le invito un café. Ella está llorando, no puede más con el ritmo que lleva. Pienso que ella está estudiando, no trabajando y que el desgastarse de esa manera no puede ser benéfico en ningún sentido. La acompaño de nuevo hasta la Universidad, donde de nuevo pasará la noche. En la 53 con séptima sale con prisa a tomar el bus y se despide con un sentido beso. Me devuelvo a la casa, escuchando música de Metal para evitar el sonido de estúpidos adolescentes ebrios que van bromeando y echando chascarrillos todo el rato. Un puesto libre al lado de una ejecutiva cachonda que no hace más que mirar con lujuria a uno de los jóvenes. Y por qué no es a mí al que me mira? Pregunto. Llego a la casa. Lain me llama: finalmente no pudieron quedarse otra noche más, buenas noches.

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