Tuesday, June 29, 2010

RECOVECOS DEL AMOR ENTRE HOMBRES

RECOVECOS DEL AMOR ENTRE HOMBRES




Luis Cermeño - Andrés Felipe Escovar (Bogotá, Mayo 2010)



Quiero que vivas sólo para mí
del bolero Frenesí.

La muerte no es un laberinto. ¿Un torbellino quizás? Los pasajes de la ciudad que imaginé han caído tras este terremoto de furia. Todos mis congéneres fallecieron. Los envidio a la manera de Francfort. Theodore, acaso tú sabes desde la holgura de tu burocracia lo que es andar a tientas por Francia para encontrar una salchicha que llevar a la boca. Horkheimer, nunca entenderás de lo que es imaginar la calidez del mediterráneo español que se abre como una promesa para partir a América. Herb, tú hablas mucho porque no tienes una compañera que te conmina a fumar marihuana y leer a Marx cuando lo único que quieres es descifrar el secreto de esa cábala triste en que se han cifrado mis días.

Las fronteras se han cerrado. Mis ancestros no pudieron sortear la lujuria de estas alemanas putas que dejaron una nación entera de cerdos con ojos color esmeralda celeste (Ver mi ensayo sobre la monarquía germana que jamás hubo de realizarse en los primeros años de las luces). Todo por culpa de ese enano austríaco y sucio, de ese cabo de medio pelo que extirpó toda tradición áurea y que ladra desde Baviera ordenando la muerte de mis hermanitos. ¿Dónde estás, Dios? Pero si yo no creo en Dios, ¡Eli Eli! ¿Lamma Sabachtani?. No hay tiempo para la cordura sólo para la determinación de matarme de una buena vez por todas. Me quiero morir. Que Baudelaire se vaya a la mierda.

***

La psiquis de Julián Andrés Marsella obturó el tiempo cóncavo del amor macho: Otrora un escritor devenía en traficante de negros maricas en el Puerto de Cartagena de Indias. El olor almizclado me recuerda el vacío del siglo XXI, decía Marsella arrodillado en la playa como si estuviese orando al mismo Dios que el perro de Baviera proclamaba como su redentor.

No fue Telequinesis.

No fue teletransportación.

Tampoco un viaje austral, como los que acometía Marsella en su pasado futuro a nombre del círculo lingüístico de Viena que tertuliaba en el Club del Beso Negro la poética de Hernán Hoyos.

¿No habrá un sólo macho para mí?, se preguntó Julián Andrés; lo único macho que tienes es esa tristeza, se contestó el propio Julián Andrés.

Se rebotaron las palomas en el puerto.

Marsella no sabía si el que se preguntaba era su psiquis del siglo XXI y la que se contestaba era su mente del siglo XX o viceversa, se figuró a la virgen María empuñando un machete y diciéndole: eso te pasa por rasgar la hendidura del tiempo que Dios Padre nos dio para morirnos.

- Cállese que usted no es virgen.
Replicó la Psiquis postmoderna de Marsella.

- El haber parido a Cristo hizo de mi himen un telar de oro que deslumbró a los siglos, infeliz.

Silencio admonitorio profirió la psiquis continental del otrora escritor colombiano.

***


Fantamista, así le decía a mi esposa cuando ella simulaba amarme porque su amor era un ectoplasma de intereses. Quítale el trono al gordo hijueputa ese de Theodor, me solía ordenar en las noches, luego de que yo estuviese todo el día viendo al bibliotecario Bataille en la mustia caldera del conocimiento francés. Yo sí me figuré que Theodor iba a terminar arrastrándose como una vil cortesana, bastante que le gustaba la letra insulsa de Flaubert.

Fantasmita quedé yo luego de haberme tomado el veneno. No me importó dejar en mi maleta un montón de textos que buscaban sacarle algún pretexto a este bochorno de amor que sentía por los hombres a los que mi mujer les abrió sus piernas. Esos hombres que llamé flaneur y que desprecié tanto como al perro austríaco.

Flaneur: Deambulantes del sexo sucio de mi mujer marxista. Y claroscuros de mi corazón.

¿Dónde está el aura de mis arterias?

Hombre de Austria: Espadachín de tantos alemanes filenos. Y sombra de Amon Rá.

¿Dónde está mi cadáver?

***

Antes de ser espectro fui un judío que intentó congraciarse con la histología [1] . Imposible ciencia que me trastornó hasta volverme paria de mi propia sombra. Ya no tengo Aura aunque sí salchicha, pequeña pero de Francfort al fin al cabo. Está entre mis piernas. Mi esposa comunista siempre quería sentarse en ella sin importarle que antes se hubiese sentado en otras tantas salchichas: rusas, inglesas, latinas, romanas, etíopes y turcas. Tanto que busqué la certeza y estaba entre mis piernas como un libro deshojado antes de escribirse. Adoro los libros más que a la vida pero ella insistía en decirme que sus problemas con el Marxismo eran más relevantes que el divertimento pequeño burgués de leer un poema del divino Holderlin. Sus libros, insistía, no son más que formas obtusas para evitar que crezca la conciencia de clases que nos hará libres a ojos vista de la histérica historia materialista.

La dialéctica de mi esposa se agotaba cuando veía los ojos aceituna de los tunecinos y sus ojos claros eran tan parecidos a los de las demás cerdas alemanas; de haberla dejado preñada engendraría un crío que lavaría su cuerpo con el tejido adiposo de mis restos judíos.

Me arranqué la salchicha dándole vueltas y vueltas hasta que se desgajara de mi vientre. Sonreí cuando la tuve entre mi mano ensangrentada. Estuve tranquilo porque si no moría con el veneno que iba a aderezar el embutido para comer, la hemorragia me llevaría un sueño profundo en donde me encontraría con Moisés, Daniel y Esther.

Así fue como salí de ese cuarto de hotel fronterizo con la forma de un fantasma que repetía incansablemente la palabra: Fantasmita.

***

Julián Andrés Marsella lo vio aparecer en la densa nubla de la madrugada cartagenera, en donde traficaba su hermoso mercado negro - Tan caro para él como para su despecho-. Creyó que lo que estaba sobre la cresta de aquella ola era una inmensa montaña de espuma, pero cuando la ola agonizó en la playa esa espuma se transformó en un espectro de humanoide viejo y judío.

¿¡Eres la virgen María?´- preguntó la psiquis continental de Marsella.
-No, yo sólo creo en él.
- ¿En quién?

El espectro hizo una mueca de desconcierto. Extendió la mano fantasmal a su contertulio.

- Me llamo Walter, aunque puedes decirme Benjamín.
- Hola, me llamo Julián Andrés Marsella, otrora, escritor colombiano y vengo del siglo XXI.
- Yo me morí en la frontera hispano-francesa y no sé por qué estoy acá.
- Acá se llama Cartagena, y hay muchos negros, ¿te gustan?
- No. A mí sólo me gustan los libros y mi mujer aunque me pegue por no ser Marxista.
- Entiendo. En el siglo XXI a mí me pasó algo parecido.
- Entonces, ¿tú también eres un fantasma?
- No. Soy psiquis bifurcada. Mi cuerpo está en Bogotá, mi espíritu en Cartagena y mi alma en un agujero negro.
- ¿Qué es un agujero negro? ¿Es de lo que hablaba el bibliotecario Bataille?
- Sí y no. - Marsella le habló de Dios y la astrofísica.

El fantasma judío saltó de ira diciendo:
-¡De nada han servido mis libros!
-Los míos tampoco, mi amor. ¿Qué otra cosa hacías en tu vida aparte de escribir libros y venerar a tu esposa?
- He estado buscando una salchicha en toda Francia.
-Yo también estoy buscando salchichas a través de los tiempos.
- Yo sé dónde encontrar – contestó Benjamín con suficiencia
- Dime – Parpadeaba Julián Andrés Marsella como una burra enamorada de un potro imposible,
- En Palenque. Acabo de tener una reminiscencia del futuro que me interpela: allí están los arquetipos de las salchichas y no hay tiempo ni historia pero sí aureolas non-sanctas.

Se tomaron de la mano caminando como dos amiguitos. Uno no sabía si era fantasma, el otro si era psiquis postmoderna o mentalidad continental.

Desaparecieron en el horizonte buscando algo que no podría denominarse felicidad.



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[1]
-Entiéndase por Histología como la disciplina que estudia el logos de la Historia y la Historia comprendida como el útero canceroso de las deidades masculinas que han parido al cosmos.