Tuesday, August 24, 2010

Un día después.

Dos momentos:

I

Anoche tuve un sueño. En él tú eras una cantante de rock famosa. Cantabas con tanta actitud, rabia y placer, que podías hechizar toda una multitud. Yo te veía desde atrás del escenario. Paciente y contemplativo. Tú usabas un ligero vestido blanco, que en el vértigo de la canción recogías con la mano libre del micrófono y descubrías entonces tu bonito trasero delineado por unos calzones negros. Después de terminado el espectáculo, bajabas y venías directo hacia mí, que te recibía con un gran beso y un abrazo. Se sentía toda tu excitación y felicidad traída de escenario. Se podría llamar orgullo a ese sentimiento que yo tenía al tenerte a mi lado después de que hubieras provocado la histeria de todo un público. Entonces un grupo de muchachos aficionados de los medios, con cámaras y micrófonos, se me acercaba, me apartaban de ti y me entrevistaban. Pero la entrevista era más una coartada de la verdad. Me enseñaban un documento y me decían que tenían muy buena información del despertar de la tierra. Cuando la tierra estuviera toda conectada y pudiera ser una sola, dando un salto de la conciencia extraordinario, entre la unión de esas tres grandes fuerzas: la conciencia del planeta, la conciencia humana y la inteligencia artificial nacida de la red. Entonces descubrían un río fantástico, que atravesaba los campos de la eternidad, bañando el universo de hadas y elfos, los anhelos más íntimos del ser humano conectados con el universo mágico. Este río era el canal de la activación de lo que el padre Pierre Theilard de Chardin llamó la noósfera como la siguiente estación de la evolución en el Universo en armonía con el encuentro de Dios. Pude verme entonces expulsado del planeta, ahora un sol estridente de múltiples colores. Era una fuerza que divagaba más por el cosmos que me recibía en la sumersión del todo.








II

23 de Agosto. En la oficina del consultorio ontológico, bañada de una opaca luz que hacía brillar las motas de polvo, el detective repantigado en su escritorio, como una mesa de disección extraterrestre. Más allá del humo de su cigarrillo, presiente que la puerta se abre. Una mujer de pelo rojo, voluptuoso cuerpo y rostro cínico. Se pregunta: será vikinga o guzmanitay? La mujer despliega su mano, envuelta en un guante de cuero negro. Le estira una nota fatal. Se va, dejando en el aire un olor entre holocausto y Carolina Herrera. La nota, un poema malo, de su mejor amigo:

En la noche, el sentimiento vivo
de querer morirme
La muerte me acarició la cabeza
La vida me miraba con indiferencia
no lo quiero más

El detective cerró el sobre. Otro caso perdido. Más café negro. Más nicotina. El día después de que moriste. Si abro el techo, veo la corriente de estrellas que conforman la vía láctea. Si aguzo la mirada está Andrómeda. El día después de que moriste sin embargo no está encima de ese techo.

Por:
Luis Cermeño.

Tuesday, June 29, 2010

RECOVECOS DEL AMOR ENTRE HOMBRES

RECOVECOS DEL AMOR ENTRE HOMBRES




Luis Cermeño - Andrés Felipe Escovar (Bogotá, Mayo 2010)



Quiero que vivas sólo para mí
del bolero Frenesí.

La muerte no es un laberinto. ¿Un torbellino quizás? Los pasajes de la ciudad que imaginé han caído tras este terremoto de furia. Todos mis congéneres fallecieron. Los envidio a la manera de Francfort. Theodore, acaso tú sabes desde la holgura de tu burocracia lo que es andar a tientas por Francia para encontrar una salchicha que llevar a la boca. Horkheimer, nunca entenderás de lo que es imaginar la calidez del mediterráneo español que se abre como una promesa para partir a América. Herb, tú hablas mucho porque no tienes una compañera que te conmina a fumar marihuana y leer a Marx cuando lo único que quieres es descifrar el secreto de esa cábala triste en que se han cifrado mis días.

Las fronteras se han cerrado. Mis ancestros no pudieron sortear la lujuria de estas alemanas putas que dejaron una nación entera de cerdos con ojos color esmeralda celeste (Ver mi ensayo sobre la monarquía germana que jamás hubo de realizarse en los primeros años de las luces). Todo por culpa de ese enano austríaco y sucio, de ese cabo de medio pelo que extirpó toda tradición áurea y que ladra desde Baviera ordenando la muerte de mis hermanitos. ¿Dónde estás, Dios? Pero si yo no creo en Dios, ¡Eli Eli! ¿Lamma Sabachtani?. No hay tiempo para la cordura sólo para la determinación de matarme de una buena vez por todas. Me quiero morir. Que Baudelaire se vaya a la mierda.

***

La psiquis de Julián Andrés Marsella obturó el tiempo cóncavo del amor macho: Otrora un escritor devenía en traficante de negros maricas en el Puerto de Cartagena de Indias. El olor almizclado me recuerda el vacío del siglo XXI, decía Marsella arrodillado en la playa como si estuviese orando al mismo Dios que el perro de Baviera proclamaba como su redentor.

No fue Telequinesis.

No fue teletransportación.

Tampoco un viaje austral, como los que acometía Marsella en su pasado futuro a nombre del círculo lingüístico de Viena que tertuliaba en el Club del Beso Negro la poética de Hernán Hoyos.

¿No habrá un sólo macho para mí?, se preguntó Julián Andrés; lo único macho que tienes es esa tristeza, se contestó el propio Julián Andrés.

Se rebotaron las palomas en el puerto.

Marsella no sabía si el que se preguntaba era su psiquis del siglo XXI y la que se contestaba era su mente del siglo XX o viceversa, se figuró a la virgen María empuñando un machete y diciéndole: eso te pasa por rasgar la hendidura del tiempo que Dios Padre nos dio para morirnos.

- Cállese que usted no es virgen.
Replicó la Psiquis postmoderna de Marsella.

- El haber parido a Cristo hizo de mi himen un telar de oro que deslumbró a los siglos, infeliz.

Silencio admonitorio profirió la psiquis continental del otrora escritor colombiano.

***


Fantamista, así le decía a mi esposa cuando ella simulaba amarme porque su amor era un ectoplasma de intereses. Quítale el trono al gordo hijueputa ese de Theodor, me solía ordenar en las noches, luego de que yo estuviese todo el día viendo al bibliotecario Bataille en la mustia caldera del conocimiento francés. Yo sí me figuré que Theodor iba a terminar arrastrándose como una vil cortesana, bastante que le gustaba la letra insulsa de Flaubert.

Fantasmita quedé yo luego de haberme tomado el veneno. No me importó dejar en mi maleta un montón de textos que buscaban sacarle algún pretexto a este bochorno de amor que sentía por los hombres a los que mi mujer les abrió sus piernas. Esos hombres que llamé flaneur y que desprecié tanto como al perro austríaco.

Flaneur: Deambulantes del sexo sucio de mi mujer marxista. Y claroscuros de mi corazón.

¿Dónde está el aura de mis arterias?

Hombre de Austria: Espadachín de tantos alemanes filenos. Y sombra de Amon Rá.

¿Dónde está mi cadáver?

***

Antes de ser espectro fui un judío que intentó congraciarse con la histología [1] . Imposible ciencia que me trastornó hasta volverme paria de mi propia sombra. Ya no tengo Aura aunque sí salchicha, pequeña pero de Francfort al fin al cabo. Está entre mis piernas. Mi esposa comunista siempre quería sentarse en ella sin importarle que antes se hubiese sentado en otras tantas salchichas: rusas, inglesas, latinas, romanas, etíopes y turcas. Tanto que busqué la certeza y estaba entre mis piernas como un libro deshojado antes de escribirse. Adoro los libros más que a la vida pero ella insistía en decirme que sus problemas con el Marxismo eran más relevantes que el divertimento pequeño burgués de leer un poema del divino Holderlin. Sus libros, insistía, no son más que formas obtusas para evitar que crezca la conciencia de clases que nos hará libres a ojos vista de la histérica historia materialista.

La dialéctica de mi esposa se agotaba cuando veía los ojos aceituna de los tunecinos y sus ojos claros eran tan parecidos a los de las demás cerdas alemanas; de haberla dejado preñada engendraría un crío que lavaría su cuerpo con el tejido adiposo de mis restos judíos.

Me arranqué la salchicha dándole vueltas y vueltas hasta que se desgajara de mi vientre. Sonreí cuando la tuve entre mi mano ensangrentada. Estuve tranquilo porque si no moría con el veneno que iba a aderezar el embutido para comer, la hemorragia me llevaría un sueño profundo en donde me encontraría con Moisés, Daniel y Esther.

Así fue como salí de ese cuarto de hotel fronterizo con la forma de un fantasma que repetía incansablemente la palabra: Fantasmita.

***

Julián Andrés Marsella lo vio aparecer en la densa nubla de la madrugada cartagenera, en donde traficaba su hermoso mercado negro - Tan caro para él como para su despecho-. Creyó que lo que estaba sobre la cresta de aquella ola era una inmensa montaña de espuma, pero cuando la ola agonizó en la playa esa espuma se transformó en un espectro de humanoide viejo y judío.

¿¡Eres la virgen María?´- preguntó la psiquis continental de Marsella.
-No, yo sólo creo en él.
- ¿En quién?

El espectro hizo una mueca de desconcierto. Extendió la mano fantasmal a su contertulio.

- Me llamo Walter, aunque puedes decirme Benjamín.
- Hola, me llamo Julián Andrés Marsella, otrora, escritor colombiano y vengo del siglo XXI.
- Yo me morí en la frontera hispano-francesa y no sé por qué estoy acá.
- Acá se llama Cartagena, y hay muchos negros, ¿te gustan?
- No. A mí sólo me gustan los libros y mi mujer aunque me pegue por no ser Marxista.
- Entiendo. En el siglo XXI a mí me pasó algo parecido.
- Entonces, ¿tú también eres un fantasma?
- No. Soy psiquis bifurcada. Mi cuerpo está en Bogotá, mi espíritu en Cartagena y mi alma en un agujero negro.
- ¿Qué es un agujero negro? ¿Es de lo que hablaba el bibliotecario Bataille?
- Sí y no. - Marsella le habló de Dios y la astrofísica.

El fantasma judío saltó de ira diciendo:
-¡De nada han servido mis libros!
-Los míos tampoco, mi amor. ¿Qué otra cosa hacías en tu vida aparte de escribir libros y venerar a tu esposa?
- He estado buscando una salchicha en toda Francia.
-Yo también estoy buscando salchichas a través de los tiempos.
- Yo sé dónde encontrar – contestó Benjamín con suficiencia
- Dime – Parpadeaba Julián Andrés Marsella como una burra enamorada de un potro imposible,
- En Palenque. Acabo de tener una reminiscencia del futuro que me interpela: allí están los arquetipos de las salchichas y no hay tiempo ni historia pero sí aureolas non-sanctas.

Se tomaron de la mano caminando como dos amiguitos. Uno no sabía si era fantasma, el otro si era psiquis postmoderna o mentalidad continental.

Desaparecieron en el horizonte buscando algo que no podría denominarse felicidad.



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[1]
-Entiéndase por Histología como la disciplina que estudia el logos de la Historia y la Historia comprendida como el útero canceroso de las deidades masculinas que han parido al cosmos.







Saturday, March 20, 2010

let us have some pie

Oh Let us have some Pie





Juana lo veía sentado al frente de ella, al otro lado de la mesa de madera, en la cafetería al aire abierto, jugueteando con su botella de pet y atento a los sonidos cuando le inventaba una comba.


  • Hoy mis zapatos se arrugaron como los ojos de una mujer vieja a punto de llorar – Dijo aburrida.

  • ¿La conozco?


Subió los píes al banco, cruzó las piernas y se vio los converse negros. Los ojos parecían seguir viendo, sólo que esta vez con una expresión indiferente.


  • Tal vez hayas soñado con ella alguna vez


Un grupo de gaviotas se levantó en bandada; todas, en conjunto, formaron la figura de una sola gaviota, gigantesca, que conquistaba el horizonte, caía sobre su propio eje y volvía a levantarse en el perfil fulgurante del cielo.


Camilo seguía molestando con la botellita de Pepsi.


Estaba cansada, aburrida, no soportaba que los aliens que tenía como vecinos hicieran tanto ruido y fueran tan desordenados. Jamás imaginó que fuera así. Toda esa idea de los visitantes limpios y educados que venían del exterior obviamente era un prejuicio lamentable.


Putos multiversantes” pensó.


Todo era más fácil cuando se les tenía recluidos en campos de observación. Algún día surgieron del triángulo de las bermudas. Los locales creían que se trataba de una nueva secta de norteamericanos, probablemente sureños, por su morfología extravagante y su mediocre forma de hablar. Pero para los norteamericanos no resultaron indiferentes y se les ocurrió estudiarlos. Los llevaron a Cabo Cañaveral y allí un grupo de científicos del M.I.T confirmó que se trataba de criaturas provenientes de otro universo, puesto que acostumbraban a obedecer leyes físicas de otra índole y su composición química no correspondía a la que se esperaba lógica según la evolución del big bang.


Camilo seguía fastidiando con la botellita. Mientras lo veía, apreciando su altiva belleza, pensó que la locura realmente era una evasión de la conciencia. Ese chico estaba loco, su crueldad se llamaba desinterés, ella seguramente era un fastidio más en su vida; le dolía pero era el precio que pagaba por estar con él.


Desplegó el pergamino que tenía cerca al bolso y desde allí vio el vídeo del Presidente cuando lloraba.


El Presidente era un delfín.


Desde que se les había declarado personas no humanas los delfines optaron por la vía política y sedujeron fácilmente a los pueblos con su simpatía de mamíferos marinos. Los muy hijosdeputa se enriquecieron. ¿Cuándo se ha visto un delfín con patria? Pero patria que se respetara debía contar con un delfín presidente y Chile no era la excepción.


Todo el tesoro público ahora reposaba impunemente sobre el lecho marino. Su padre, Ramiro Reaves era un famoso detractor de los delfines. En la casa estaba prohibido todo contacto con delfines. A la familia Reaves se le tachaba de nazi por su postura radicalmente abierta en contra de los marinos. Algún día su padre perdió la compostura ante la risa humillante de uno de estos mamíferos y salió del Congreso. El delfín seguía riendo y la audiencia aplaudía, enloquecida. Una mala noche para su papito, recordó Juana.


Pero anoche el Presidente, Sacsay Raymi, lloró en un gesto abierto de pura sinceridad y conmoción por el destino de la gente que perdió todo en el tsunami.


  • Guachito, ¿no crees que el verano propicia situaciones como las de anoche?


Camilo, desde su autista lejanía, había logrado crear un compás, una melodía dulce y fulminante que parecía cantar una vieja canción infantil.


  • Adivina qué estoy tocando- Preguntó, soberbio.


Juana no se resistía a él. Sus manos de hechicero, blancas como el mármol, suaves como la brisa y juguetonas como la marea del mar, la envolvían en una melancolía ajena y enternecedora.


  • Suena a: Three little Kittens they lost their mittens and they began to cry – ¿estoy en lo cierto?

  • Realmente he logrado una maestría en el arte de sacarle sonidos a las combas de las botellas pet.

  • No te creas, huevón. - Dijo desenmarañadamente Juana.


Pero era cierto. El huevón del Camilo era el único capaz de sacarle voces a los objetos más inverosímiles. Alguna vez hizo cantar el Ave María a la paila de su casa. Todos se acercaron, admirados y cuando terminó lo aplaudieron. Incluso la tía María había llorado en el insólito recital.


Mientras su novio, o lo que fuera esa cosa extraña que estaba al frente suyo, improvisaba nuevos arrullos con la botella de pet, Juana veía a las gaviotas jugar en los difuminados colores del crepúsculo terrible.




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Luis Cermeño. Marzo del 2010.





Saturday, February 20, 2010

El abandonado


EL ABANDONADO

Luis Cermeño




Nunca conocí a nadie tan decidido a abandonarlo todo. Es cierto que existen algunas personas con una disposición de carácter que los conduce a empezar una tarea y otra, sin terminar nunca ninguna, ni realizar alguna vez cualquier propósito. Lo peculiar de él era que parecía que nada le conducía jamás a empezar nada, y en lugar, parecía como si un afán angustioso de terminarlo todo poseyera permanentemente su alma.


“Escribo porque me permite hacerlo sin salir de la cama” Y sin embargo, abandonaba pronto la cama, abandonaba rápido la habitación y se echaba a andar en las calles, tambaleando de un sitio a otro, pues nunca estaba satisfecho en ningún lugar y pronto abandonaba las atiborradas avenidas como abandonaba los bulliciosos cafés o las aburridas librerías.


Podría decirse con justicia que odiaba todo. Porque todo implicaba cierta permanencia en algo y él no quería estar en ningún sitio, ni en ningún estado y mucho menos encontrarse en alguna ocasión. “Como si la vida me llevara a los escenarios más absurdos para presenciarlos y vivirlos como míos cuando nunca quise estos arreglos”. Así parecía justificar una vida que otros calificarían de aventurera, llena de experiencias ricas y satisfactorias en su vida.


“La enfermedad del niño rico, le flâneur postmoderno del siglo XXI, el cyberescritor contaminado de mierda ennui pasada de moda”. Así lo calificó una persona que necesitaba hablar de él. Pero él no quería estar allí, en ese lugar, donde era tan fácil ser calificado, por gente con un carácter tan fácil para emitir juicios sobre él, como si estuviera en ese lugar por su propio gusto, como si viviera con ganas, o sencillamente quisiera estar en un sitio que sólo proyectarlo en su cerebro le acometía el deseo de salir corriendo.


Salió pronto del útero de su madre y vomitó del puro asco por la conciencia de su propio cuerpo. Se moría de unas ganas infinitas por salir de esa prisión cómoda y mediocre de su huevo. Siempre odió comer huevo. Lo vomitaba de niño. No podía con el olor del huevo a medio cocer. Le parecía insoportable. Se mareaba y desmayaba. Las comparaciones en clases con los huevos le hacían retorcer las tripas. Quiso abandonar el colegio. Lo abandonó muy temprano cuando enfermó. Pero pronto se recuperó de la enfermedad. En sus términos, abandonó las sábanas limpias del hospital. Otra vez al colegio. Allí abandonaba las tareas por los juegos y los juegos por la televisión y la televisión por el sueño. “Su vida la pasó dormido” decía Ivanoff, su compañero de cuarto en su permanencia en Lima. Sin embargo, un sistema educativo al que consideraba mediocre y perverso, lo permitió graduarse. En la universidad dejaba las clases, no hacía los trabajos, su desinterés cada vez era mayor y terminaba toda tentativa de título universitario a medias. Nunca quiso ser nada en la vida.


Alguna vez en Panorama vio que un monje calvo de Asia aconsejaba a la gente no vivir para trabajar, sino al contrario trabajar para vivir; y terminaba este simpático monje diciendo: vinimos al mundo para vivir no para trabajar. No terminó el programa, nunca le interesó por saber quién era ese monje calvo, pero nunca pudo estar más de acuerdo con una persona sobre la tierra y decidió omitir el trabajo de su vida. No quiero decir que nunca haya trabajado. Siempre le buscaban trabajo y al poco tiempo era echado de ellos; no porque no quisiera abandonarlos, sino porque se quedaba dormido y en fin, era tal su desinterés que no le daba tiempo para renunciar cuando ya estaba afuera. No quería estar desempleado pero tampoco quería trabajar, así que dijo que era escritor.


Publicó algunas cosas, pero en mi opinión fueron textos inacabados, nunca le interesó acabarlos a conciencia. Así llenaba páginas enteras de revistas con textos que la gente consideraba incompletos, inconexos, sin desarrollo; pensaban que era su estilo particular y yo creo que se equivocaban: No tenía estilo, simplemente abandonaba sus trabajos: o lo que es igual: abandonar era su estilo.


Lo que vale para la forma de la abandonada obra cuenta para su propia vida. Era un abandonado, en todo sentido. No se amarraba los cordones. Vestía mal. Nunca terminaba de afeitarse completamente. Despeinado, desarreglado. Su apariencia era la de un dejado. En la época del colegio se abandonaba al juego. Dejaba las tareas para irse a jugar al póker. Nunca perdía mucho dinero. Abandonaba el juego cuando iba perdiendo y sus compinches le alegaban. No se metía en peleas porque abandonaba las discusiones y prefería huir de ellas. Dejó el juego y se dedicó a la bebida. Bebía como un desesperanzado. Cantaba blues en las noches que se sentía triste. Agarraba la botella con sus todavía infantiles dedos y veía las estrellas en el brillante azul opaco de la noche. Sabía que era un abandonado del cosmos. Un jinete borracho tambaleando en un planeta extraño. Allá en las estrellas, tal vez en un lugar lejano y cálido, estuviera su sitio. Aquel lugar estelar en donde quisiera permanecer y no abandonar jamás.


Se abandonó a las drogas en su juventud. Se tiraba en las aceras y decía que quería morirse como un perro. Ladraba a los transeúntes y empujaba a los niños de vestir pulcro. Tal vez era resentimiento, pero no nacido del deseo de ser como ellos, sino por la conciencia de saberse rechazado de antemano. Tuvo una o dos novias que lo toleraron pero pronto las abandonaba. Les decía que se sentía marica, que no sabía su verdadero sexo. Era un desastre cósmico.


Desesperado de esa vida dura de la calle, abandonó también las drogas. Se internó en un centro de rehabilitación y allí le explicaron que es propio del adicto abandonarlo todo por las drogas. “¿Y qué será cuándo abandonas las drogas?” Escribió en un célebre ensayo sobre la melancolía en la literatura travesti del siglo XX llamado “Ser Severo como Sarduy”. El ensayo es célebre porque su contenido consiste solamente en esa pregunta. Se dijo que era un aforismo. Yo creo que es falso. No quiso desarrollarlo; pues en alguna conversación triste, en una cafetería llamada San Marcos, en Bogotá, me contó toda la hipótesis en que consistía el ensayo. Estaba lúcido como un sol vespertino de un domingo demoledor.


En su época de abstemio no hacía sino enamorarse y tomar café. Su sicoanalista decía que había transferido su adicción a la cafeína; el sicoanalista se satisfacía de recordarle que tenía una personalidad de adicto: así le demostraba que la adicción no se podía abandonar lo mismo que los tratamientos eran para toda la vida. Se equivocaba también el sicoanalista. “De hecho, los melancólicos son los mejores adictos, pues la verdadera experiencia adictiva siempre es solitaria” Escribía Susan Sontag respecto Walter Benjamin.


Esa época duró poco y fue cuando se volvió un escritor bohemio, saturnino, esquizofrénico, pero ante todo un escritor con bloqueo permanente para escribir. Ya no escribía. Siempre hablaba de sus próximos textos, sus proyectos de novelas, una idea para un cuento, un ensayo sobre el ano en la literatura de vanguardia. A mi criterio, lo poco que escribió lo hizo durante los períodos que bien fuera la depresión o la jaqueca no lo dejaban salir de la cama. Tomaba su laptop y como un enfermo empezaba a teclear, a bosquejar ideas pero nunca hizo un trabajo realmente terminado. No corregía tampoco. Su genio era más que todo publicitario. Lograr que le publicaran realmente cosas que no dejaban de ser borradores o tachones de una mala noche, exigía realmente un encanto que pudo haber nacido realmente de ese desinterés que demostraba para ser publicado.


Se consideraba un suicida, y a veces lo decía, cosa que me molestaba porque su temperamento, si bien era el de alguien sin ganas de vivir, no era tan fuerte como para considerarlo un suicida. Nunca sentí miedo o amenaza alguna de que él pudiera realmente quitarse la vida. Lo hizo una mañana. Para mí fue un intento de suicidio a medias: pues murió.


No creo que haya abandonado del mundo, como han dicho sus amigos. A lo sumo abandonó ese cuerpo que despreciaba. Pero en eso consiste precisamente su presencia aterradora, esa que no se me quita encima mientras escribo su obituario. Unos deseos tan terribles de abandonarlo todo, de no querer nada, de sentirse - en sus propios términos- un abandonado de la felicidad del cosmos, no se extinguen con una muerte que no deja de ser un abandono de la memoria…


Wednesday, February 03, 2010

Hay Festival, por Rubén Vélez.

Dos artículos sobre el Hay Festival Cartagena por Rubén Vélez:
(agradezco de antemano al escritor por autorizar la difusión de ellos a través de este medio)


El festival de los colados


Por Rubén Vélez

Enero 30 de 2006


En la ciudad heroica le salió competencia al reinado de don Raimundo Angulo: un festival de los
príncipes de las letras. No sabemos gran cosa de las intimidades de ese nuevo reinado, que no demorara en ser declarado patrimonio cultural de la humanidad. ¿Quién o quiénes han elegido a las beldades que participan en él? ¿Y cuál ha sido el criterio del honorable jurado para inclinarse por ese puñado de representantes de aquí y de allá? Del magno evento sólo sabemos a ciencia cierta lo que nos ha revelado su ruidosa y costosa publicidad: “El encuentro de los escritores más importante del mundo”.

En la lista de las bellezas afortunadas aparece, en primer lugar, nuestro Belisario Betancur. ¡Qué elección más elogiable! He ahí una candidata que debería ser declarada fuera de concurso. O reina vitalicia. No ha escrito ni una sola línea que valga la pena, pero es un dechado de simpatía, y en su currículum de estadista figura una tragedia mal explicada que todavía nos perturba. Un festival de las letras o de la cerámica o de lo que sea, sin la presencia del gran hombre de Amagá, no llamaría la atención de los cronistas sociales de los grandes medios. Qué tragedia: pasaría desapercibido.

Sigamos con otra digna representante de la provincia de Antioquia: Jorge Franco. Señores del jurado, la inclusión de esa pluma nos hace pensar que ustedes prefieren los textos apenas cinematográficos a la literatura de verdad. ¿Qué es “Rosario Tijeras” sino un guión bien escrito y bien construido? ¿Qué sino un folletín tremendista? (Por eso, por folletinesco, ha sido exitoso: el respetable se muere por las telenovelas). Pero, pensándolo bien, se trata de otra elección feliz. La participación de una candidata estelar le da brillo al escenario cartagenero. Como diría el diseñador inevitable (sí, Barraza), lo viste de lentejuelas. En una época que sufre del mal americano del exitismo, sólo hay que exhibir a los campeones. Los perdedores no son fotogénicos ni telegénicos. Los perdedores no le dicen nada a un público que no piensa, esto es, que piensa que libros mejor vendidos son los mejores. Oh, un autor de bestsellers: ésa es, ésa tiene que ser.

Señores del jurado, enhorabuena. No haríamos cola para pedirle el autógrafo a una candidata que no ostente la aureola del triunfo. En este caso, el sello de una gran editorial. Y ni se nos ocurriría decorar uno de nuestros tantos estantes con un libro que no haya sido aclamado por los mandarines de la “Atenas suramericana”. ¿Cómo ignorar que hoy día, en literatura, no importa la calidad literaria, sino la importancia de la casa editora? Dime qué pulpo multinacional edita tus cosas y te haré caso. No me digas que la U. de A. (o Eafit o tu propio bolsillo) se ha encargado de la publicación de tu manuscrito: no me obligues a pensar que eres un autor de tercera.

Y qué decir de la glamorosa candidata pereirana de apellido inglés? ¿Se ha equivocado de reinado Lady Ponsford? Not at all; si bien no ha escrito ni un solo libro, es atractiva, es bilingüe y domina el difícil arte de las relaciones públicas. Ah, y no le faltan espuelas, lo cual nos permite pronosticar que llegará muy lejos. Con o sin obra, Lady Ponsford llegará a Roma, a Arcadia, y si no contrae la gripa aviar (ella tiene alma de ave inestable), a Plutón, que es el destino que empieza a ponerse de moda.

También es plausible la participación de Laura de Colombia, la mujer que puso a delirar al pontífice portugués (¿habrá que escribir un ensayo sobre la ceguera de Saramago?). Un encuentro de intelectuales sin las consignas revolucionarias de siempre sería algo así como un té de las cinco. No importa que el menú izquierdista de “Miss Alfaguara Internacional” esté un poco pasado: ya hace parte de la bandeja típica de varios países de nuestra región. Deliremos con las posibilidades de la más laureada de las Lauras: Estocolmo, que desdeñó a Borges porque no pertenecía a la Internacional Socialista (a la cual pertenecen, entre otros, Saramago, García Márquez y Carlos Fuentes ), la unge con el óleo millonario de la vida eterna.

En cuanto al periodista Daniel Samper P. (pe de Pizano y de preclaro progenitor), ¿podrían decirme cuál de sus obras lo ha hecho digno de la pasarela cartagenera? ¿O está ahí sólo porque es un columnista famoso y muy bien relacionado? Señores, estoy por creer que a ustedes los ha iluminado el Espíritu Santo. ¿Qué sería de un festival colombiano sin una que otra ocurrencia bogotana? ¿No nos sabría a ajiaco sin alcaparras? El humor capitalino es más sutil que el humor de los paisas y los costeños. Más exquisito. Como diría nuestro diseñador de cabecera, aporta al reinado el “toque swarosky”. De modo que la candidata de “El Tiempo”, pese a que ya se le nota el paso del tiempo, podría ser el palo. Y quiera Dios que así sea. Encomendémonos al Todopoderoso y a la patrona de los reinados (¿Santa Teresa de Angulo?) para que el hermanísimo del doctor Ochomil se quede con el cetro. Un reinado sin palo no pasa a la historia.

(¿Y esa luz cegadora? ¿Se ha aparecido la reina de los cielos en la ciudad de las reinas terrenales? Es la reina madre, de blanco macondiano fabuloso - hasta los pies vestida. Se ha dignado habitar entre nosotros por unas cuantas horas. Pero esta vez no nos ha confiado ni un solo secreto. Madre nuestra que estás en la gloria, ¿hemos sido condenados a vivir cien años en la oscuridad? ).

Como lo nuestro, además de la sana crítica, es el sano nacionalismo, no pasamos por alto a las altas candidatas de afuera. El chovinismo es para los fabricantes de postales. Esas cumbres han dicho cosas nunca oídas sobre el “vía crucis de la creación literaria” (“Escribo para exorcizar mis demonios”, “Escribo para mantenerme en pie”, “La escritura es la tabla de salvación ideal”, etcétera). Las reinas de la literatura, como las de la belleza, gustan de los lugares comunes. Una debilidad que nuestra computadora no debe tomar en cuenta. Total, son testas coronadas. El delito de lesa majestad da muchos años de calabozo, donde ninguna de las páginas de las preciosas candidatas podría servirnos de tabla de salvación, ni siquiera de tentempié. “Hay Festival de Cartagena”: ay, qué festival más chimbo.

El festival de las interjecciones

(Cine Capitol )

Necesitas un baño de cultura, me dijo un espíritu superior, y dejé de matar el tiempo por ahí y me fui a Cartagena, donde se celebraba un encuentro de estrellas de la cultura llamado Hay Festival.

En sitios muy bien iluminados escuché cosas de lo más interesantes. Que la literatura es un exorcismo. Que gracias a la escritura podemos vivir en buenos términos con nuestros miedos y nuestras pesadillas. Que la realidad es la musa más fantasiosa…

Dos astros de la farándula musical deslumbraron al respetable con unas ocurrencias que hicieron parte del álbum de “La Movida” (Madrid, años ochenta). En boca de los famosos todo suena a sapiencia; nada, ni siquiera el bolero, suena a disco rayado.

La poeta de moda, muy peripuesta ella, no se cansaba de sonreírle a la cámara. El novelista de moda, muy sonriente él, no se cansaba de hablar de sus demonios.

También estaban los columnistas que dominan todas las materias (política, literatura, cine, cocina, moda, etcétera). ¿De dónde sacan tanta profundidad esos gurúes? ¿Se entienden con gurúes de la India profunda?

Hay Festival: demasiada luz para un espíritu del montón.

Tuve que refugiarme en una cueva del sector de Getsemaní, donde en vez de cosas nunca oídas y recetas milagrosas, se oyen interjecciones más bien animales. Ah, huy, yeah. Me pregunté, no sin aprensión, si ese manifiesto de la carne podría convenirle a un festival de la cultura.

No recuerdo la cara del otro. Recuerdo que gracias a la sabiduría de su boca estuve en Arcadia por unos cuantos minutos.

Rubén Vélez

> Cartagena, enero 2008

Sunday, January 10, 2010