Monday, September 25, 2006

mockin' bird

2003

En el recodo del corazón siento que debo sentir algo. Cualquier cosa. Un sentimiento alto más allá de la promesa de un coño estrecho. Algo que albergue una esperanza en mí. Es extraño. La gente cree que el sexo es real y la muerte es mito. Pero en las calles se ve que hay más muerte que sexo. Y el sexo siempre resulta demasiado forzoso. Siempre es muy caro. Siempre hay que pagar por él. El sexo siempre condena. El sexo implica un artificio demasiado costoso. No es real, es un mito. Para mí la liberación sexual siempre fue otro continente. Un lugar paradisíaco en que la gente se desnuda por las playas sin sentir la menor verguenza. Gente rubia copulando en eternas jornadas de placer y satisfacción. Todos tan felices y realizados en sus propios cuerpos. Sin la presencia de flujos desagradables, sin molestias: todo amor y paz. Hippies al rayo del sol con sus vergas erectas, imponentes y arrogantes; sexo desenfadado. Noches de fogata con ároma de rosas en que ebrios todos copulan contra todos. El mundo como un gran retozadero. Y todos se cogían contra todos. El sexo nunca fue real como la muerte. La muerte siempre estuvo presente pese a que nunca la vimos. Todo lo que vimos fueron tetas y anos golosos. Flujos enloquecedores, gritos a media noche, sexo de gran calibre y largo alcance. Un amanecer lleno de orgasmos, flores, música y sueños de un mundo sin diferencia. Todo se acabó y éramos simios tristes desnudos en la playa. Las ganas de vomitar nos rebasó y quisimos romperle la cabeza al otro con un coco, pero ya las fuerzas nos habían abandonado para ese entonces y sólo éramos tristes vergas derramadas al sol naciente y la cruda brisa del océano matutino. Qué quedó de esos hippies si no una condena? Un alto precio a pagar por tanto sexo. Todo es ahora fastidio y promesas. La gente no copula sino descarga frustraciones. Un cuerpo tras otro. Y todo lo que debimos haber visto fue la muerte. Esa muerte, maldita muerte que nos fue tan lejana y prohibida.

Wednesday, September 06, 2006

"La eternidad por fin comienza un lunes"

En lo que respecta a las últimas 8 horas he visto dos accidentes, ninguno con graves consecuencias. El primero fue a las 10 de la noche del domingo, mientras esperaba ese bus que nunca llegó, en la Boyacá con Américas. El frío se colaba por el culo y me deprimía ver la escena de los carros cansados llegando a la ciudad y las calles prácticamente vacías. Pensaba en ratas de alcantarilla, una ciudad carcomida de ratas de alcantarilla, fluctuando en las alcantarillas como las flotas intermunicipales fluctúan por la Boyacá. Así que no muy a lo lejos pude ver el humo de las chatarras. A pesar de la distancia no podía observar bien lo ocurrido, de ese modo era la espesura de la noche y el frío. Me acerqué con el presentimiento de accidente y, en efecto, corroboré mi sospecha. Unos hombres se bajaron de un coche subdesarrollado y corrieron al sitio exacto. Arranqué también a correr en esa misma dirección, con la esperanza de ver algo realmente horrible que me sacudiera. Ese letargo, esa horrible frialdad que me ha invadido los últimos días y me lleva a soñar con terremotos que destruyen Bogotá y me lleva a pensar que esta ciudad se merece una verdadera bomba. Se trataba de un viejo camión de acarreos, la llanta delantera se le había desprendido cuando se encaramó al separador. Al interior del camión un hombrecito de lo más triste hablaba por celular, tan triste que no lucía aterrado ni sorprendido. Los hombres odiosos del coche subdesarrollado hacían escándalo y le gritaban al hombre "seguro que está bien?". Volví la mirada y vi que habían otros dos coches comprometidos. Del carro más lejano salía una mujer con un bebé confundido. Los ojos del bebé eran los de un borracho trasnochado. La mujer quería corroborar que no se trataba de nada grave. Me dieron ganas de decirle a la señora que cubriera la cabeza de su bebé. Noté que el padre se devolvía hacia su mujer ¿a qué horas había salido? La abrazaba compasivamente. Entonces los tres se volvieron al coche, como reprimiendo haber olvidado algo. En ese instante salió una chiquilla de unos 11 años. Su salida del carro fue absolutamente histriónica. Se agarraba la espalda y lloraba desconsoladamente. El padre guardaba una compostura reservada actualmente sólo para la gente del campo: resignación absoluta. La madre la miraba fríamente. Los hombres odiosos del coche subdesarrollado corrieron hacia ella y gritaban, gritaban "llamemos una ambulancia". La chica se sentó en el paso y siguió llorando. Ganas de llamar la atención. Me largué y en vista de que el bus no pasaría me devolví a pasar la noche en casa de Kira. Hacía unos días en ese corredor que lleva de la casa de Kira a la Boyacá la policía había capturado un par de granujas. Uno le decía al poli que estaba equivocado, que si quería fuera a la casa del otro que vivía en ese mismo barrio y su madre daba razón de él. El presunto chico de mamá prefirió guardar silencio. Seguro que prefirió pasar la noche tras las rejas que la verguenza de ser enfrentado a su madre y que el oficial dijera "hemos encontrado a su chico en estas..." Absolutamente comprensible. El otro accidente ocurrió a las 6 am. De vuelta a mi casa, con prisa para terminar un trabajo idiota para la Universidad. Los pensamientos de esa hora son los más brillantes y los más duros de capturar. La gente iba en letargo a sus puestos de trabajo, sus estudios o sus diligencias de primerísima hora.Tarareaba una bonita canción interpretada por el genial Ian Brown: Be there- colaboración a U.N.K.L.E (proyecto de Dj Shadow). Esa canción justifica levantarse un lunes a primera hora de la mañana. Cerca de la Iglesia de San Ambrosio los cristales esparcidos por todo el concreto. Trancón neurótico, miradas que se encuentran, niños dormidos en la ruta, interrupción productiva necesaria para contar en la oficina... tantas mierdas que suceden un Lunes en la mañana. Me entraron unas súbitas ganas de vomitar mezcladas con un extraño sobrecogimiento de melancolía que me detuvo en seco. La culpa estricta es del color de la realidad, el frío, el golpe de la conciencia de que todo es pálido, real y ajeno. Algún día moriremos y los lunes seguirán siendo lunes. El accidente fue de lo más estúpido y anodino. Un bus de ruta que chocaba contra un cuatropuertas blindado de algún hombre importante. Los hombres de negro comunicándose por sus celulares de última tecnología desperdiciada. Los niños felices por otro rato de sueño. El hombre importante seguramente adentro de esos vidrios negros desesperado por perder la cita importante. Y los hombres insignificantes apenas veíamos y seguíamos derecho sacudiendo las cabezas del sueño. Hice el trabajo sin mucha demora y me tardé en la ducha contemplando lo reducido que me encontraba. Si la masa corporal de las personas es relativa a su voluntad de vida mi cuerpo está diciendo más por mí de lo que yo quisiera. Cogí un taxi que me costó la suma de $10.000 pesos. El taxista no supo coger la desviación por donde era y me hizo una vuelta larga. Tenía poco tiempo para llegar a clase de ese maldito histérico con ínfulas de importante pero no desesperé. Supongo que las cosas no importan mucho cuando sabes que vas a morir en un planeta que está solo en el universo. Supongo que poco importan las cosas cuando sólo eres un polvo de pasado que acaso alguna vez resistió a ser barrido. Así que llegué a la Universidad que te transforma y supe que estaba en medio de espías y colaboracionistas que en cualquier momento informarían que tengo el secreto y otra vez atentarían contra mi vida, en esa misma esquina del negro César, y me romperían de nuevo la cara y tal vez, en esta oportunidad, no podría recobrarme y volver a casa. Presencié la clase de 9 a 11 de la mañana, con mucho dolor en el estómago por la angustia. A las 11 pasadas me quedé de ver con Kevin Arnold. Al salir al punto de encuentro me di cuenta que aún no llegaba y me senté a esperarlo. Saqué un dulce y empecé a chuparlo. En ese instante un escalofrío cubrió mi pecho. Levanté la cabeza y vi como una marejada de tristeza y furia contaminaba el ambiente. Luego pude reconocer su sufrido rostro de cristo afeitado sin su Magdalena. Me dio pánico acercarme y sin embargo lo hice con una risa de par en par para contener las lágrimas. Él también se rió y creo que soltó un: Wepa! Ese Wepa que uno suelta cuando se apura una copa de aguardiente de esas que arden, arden bien adentro. Después del respectivo saludo atrofiado por el terror le llevé a mis lugares de preferencia para tomar alguito. Le dije: vamos allí que a esta hora está bueno, aún huele a cloro y hasta ahora se hace la limpieza. Cuando llegamos al Laberinto de Zeus encontré el sitio tal como esperaba, incluso mucho mejor de lo que había idealizado, puesto que la costeña tenía puesto un viejo radio con música de planchar a todo volumen. Kevin reconoció de inmediato el sitio y se acordó que allí alguna vez había puesto en la rockola un bolero que me dejó aniquilado para rato. Obviamente me hizo saber que el sitio contaba con toda su acquiesencia y que no esperaba más de mí. Pidió un jugo Hit grandotote y yo pedí una soda Bretaña. Luego de terminar nuestras bebidas me preguntó si íbamos a almorzar pero yo no quería almorzar, toda la conversación en el tapadero de video porno me hizo perder el apetito, así que lo convidé a otro de mis sitios predilectos para morir lentamente. De esta manera cruzamos un lúgubre pasaje comercial muerto que da con el portón de la cafetería del viejo Ley y otros negocios cerrados. Salimos a la 22 y al frente del Chung king lo convidé a entrar al Danubio Azul. Me pareció escuchar otro Wepa por parte de Kevin Arnold, sabía que estaba sufriendo y se regocijaba. Nos recibieron las caras largas de los viejos del centro y la indiferencia de la camarera que nos vomitó un "qué quieren" no recién llegados. Arnold se fue por otro jugo y yo preferí un tinto. Hablamos de lo que representaba buscar a Dios con pasión y no encontrarlo en ningún lado. También añoramos verdaderas blasfemias en nombre de un amor a dios desmesurado. En ese orden de ideas manifestamos nuestro compartido odio por Voltaire. Luego de mear pedí mi segundo tinto. Eso había dado tiempo suficiente para que la mirada agotada de Arnold diera en una mesa contigua de dos tipos cuarentones. Me hizo saber que eran ESCRITORES, poetas. Un poeta enseñándole poemas a otro ESCRITOR. Nos reímos con lástima. En cierto modo nos pareció vernos como ellos sólo que sin poemas, sólo que sin esperanza, sólo que más cansados y más viejos y más concientes de nuestra poquedad y nuestra falta de talento e inteligencia. En este sentido, ya estábamos rendidos y empezamos a vociferar contra la gente con talento. La vieja retahíla del "nada es para nosotros". Incluso probamos con las drogas, con el trago, con el sexo, con las letras. Por todos los medios la vida nos rehuía y siempre nos dejaba muy en claro que nuestra función en esta vida no era vivir ni mucho menos. Vimos el noticiero en silencio, salvo ciertas excepciones cuando Arnold me preguntaba cuánto ganaría aquél u otro aquél hijodeputa por salir en tele. Salimos a la 1 pm, le conté a Kevin que tenía un parcial de Inglés y él me dijo que no tenía nada más que hacer sino hasta las 6 que empezaba a dictar clases, que se iba para casa a almorzar. Me dio algo parecido a un aliento con el parcial y se despidió. Fui subiendo de prisa la calle 22 con ganas de llorar o ganas de morir o de hacer algo. Esas conversaciones con Kevin Arnold siempre hieren, dan en el punto de la llaga en que se vuelve a abrir y recobra el dolor.