Thursday, March 22, 2007

Sin morir

Dedicado a los sueños imposibles,
o sea, a ti, Kira.

La historia que a mis padres les gusta contar, para abreviar, es que nací en un olvidado pueblo del Arauca, enfermé desde muy pequeño, estuve en innumerables tratamientos médicos y finalmente, terminamos llegando a Bogotá cuando yo contaba con 5 años. Antes de esa época realmente es poco lo que recuerdo. Pero las pocas cosas que recuerdo haber vivido contradicen radicalmente esta historia de mi propia vida.

No recuerdo nunca haber nacido y mucho menos como humano. En cambio, cuento con vagas visiones de esa época que me llegan por medio de sueños, flashes o delirios de fiebre. En estos extremos estados alcanzo a ver la figura de mi padre, un hombre bastante delgado, alto, un bigote rubio ceniciento, ojos grises y expresión severa. Él me recoge de una estación satelital. Recorremos juntos, de la mano, un aséptico corredor, tan blanco que enceguece. El hombre de seguridad le entrega lo que parecen ser unas llaves. Avanzamos callados una extensa avenida en medio de la noche. Había nacido.

Lo que en seguida se consideró sin mayor reparo como el curso de mi vida lo interpreto como la ardua tarea que llevó acomodarme a mi nueva condición. Por otra parte, nunca te has preguntado por qué la palabra "condición", con pocas modificaciones en su estructura, parece estar en el seno de la mayoría de idiomas del mundo? Si hubo una severa infección desde el principio es porque algo definitivamente no cuadraba en mi propio organismo. Y si lloraba a los 9 años, a la inescrupulosa luz nocturna del sanatorio respiratorio, con La isla del tesoro en mi regazo, rogando a Dios que me llevara por una buena vez y la enfermera no demoraba en volver para revisar la temperatura, era porque definitivamente algo no terminaba de cuadrar en mi propio organismo.

Y si demoré en aprender el habla y cuando la adopté la expresión se mofaba de mí y me violentaba como una perra dominatriz, era porque estaba mortalmente enfermo y la interrogación era el impulso básico de mi nueva condición humana.

Había escuchado decir que ellos vendrían por ti. Que ellos rastrean a los de su propia especie y es cuestión de tiempo para que te reclamen. La primera vez que presentí que algo extraño, pero a la vez terriblemente familiar, estaba realmente cerca fue en inmediaciones de la Zona Industrial en Bogotá, Colombia. Era un día espectacular, el cielo estaba totalmente despejado, el sol brillaba como un ano, la gente parecía ir y venir alegre. De repente sentí el hedor. Algo tan horroroso que te provocaba náuseas al instante. Pero lo resistí y empecé a sentirme mareado. El color de las cosas fue otro. La gente se veía tan horrible como en realidad era. Podías ver el grano que este adolescente había estado molestando, la cicatriz que aquella muchacha quería ocultar con un poco de polvos cosméticos, el pelo en la nariz que sobresalía del chacho de la oficina, el diente amarillo de la reluciente prepago que pasaba. Y tú empezabas a extrañar algo realmente sublime que te pudiera abrigar, más allá del hipócrita cielo capitalino, pero que podría esconderse en el subsuelo como un milagro en medio de la mierda. Y entonces viste tres espectros correr por el lado izquierdo, ir por el lado derecho, tan veloz que tu cuello no podía seguirlos. Hasta que sentiste el terror en todo el frente tuyo y dijiste: está es mamá. El resto que supiste es que te encontraron tirado en el césped, creyendo que estabas muerto. Dos ambulancias aparcadas y dos hombres tomando tu pulso.

Al otro día, la normalidad tímida que conoce el enfermo crónico. Al decir de los martasanos estabas perfecto. Pero yo sabía que había visto algo realmente cojonudo. Y me emocionaba sólo de pensar en qué podría ser. Le describí la visión a algunas personas un poco más abiertas a este tipo de experiencias y todos parecían querer creer pero al final siempre me decían: bueno, esas cosas suceden siempre antes de un desmayo. La única que pareció seguir en serio mi testimonio pareció ser la empleada de servicio que en ese entonces teníamos. Se llamaba Elsa.

Elsa en ese entonces vivía en una casa al sur en la vía al llano, en un típico barrio de invasión. Era una casa, según lo describía, con una estructura clásica del campo. Por este motivo, no era raro que el baño quedara fuera de la casa y tocara cruzar un poco de la loma para llegar a él. Tampoco es raro encontrar, en estas casas de la zona marginada de la ciudad, sólo una gran habitación para varias personas y cerca a ella, una pequeña salita, en la cual se encuentra la cocineta de gas y varias ollas. El caso es que Elsa dormía junto a su hermana. Una espesa noche de Mayo, la hermana de Elsa sintió unas ganas de ir al baño que le ganaban y por el temor obvio de atravezar parte de la loma sola llamó a Elsa que la acompañara. Elsa renegó un poco puesto que se encontraba en su quinto sueño pero finalmente fue tanta la insistencia de su hermana que se vio obligada a acompañarla. Cruzaron la lúgubre vegetación nocturna hasta llegar al baño. Elsa esperó a su hermana, evidentemente sin gusto alguno y aún renegando por la actitud canalla de la cagona de media noche. En esas se encontraba, cuando de repente pudo divisar algo que se movía cerca a los árboles que circundaban la humilde morada.

Cuenta que se quedó completamente paralizada. Fue en ese momento que pudo ver los dos monstruosos ojos. Comprendió, sin saber cómo, que se trataba de una mujer muy blanca, con ojos tan negros como los de cuervo y un cabello largo, lacio e igualmente negro. Pero Elsa se encontraba fija en los aterradores ojos de la aparición. Y en ese shock hipnótico divisó que se filtraba en medio de los ojos un horrendo dedo cadavérico, con una uña tan larga como de bestia, llamándola. Ella iba siguiendo la telepática orden, sin mover los píes, tan etérea como el sueño. A medida que se acercaba, el espectro parecía complacerse más. Fue tal el gusto de la aparición que no se molestó en mostrar los dos afilados dientes que escondía tras su macabra boca.

La hermana de Elsa, al salir del baño, encontró a su hermana yendo por la espesura de la noche a un lugar incierto, sin plena conciencia de ello. La llamó numerosas veces pero la mujer no parecía entender palabra. Así que fue hasta ella y la agarró de la palma de la mano. Notó que estaba helada. Vio en su rostro el letargo y le gritó. Apenas tomó conciencia Elsa. Estaba tan aletargada que tardó unos segundos en reconocer a su hermana. Y cuando reconoció a su hermana, y se enteró de la extraña situación, todo su cuerpo tomó conciencia del peligro y echo a correr hacia adentro con su hermana, sin dar explicación, sin emitir un sólo quejido, sólo echando a correr lo más rápido posible.

Pocos meses después del suceso en la Zona Industrial, encontré un tumulto extraño en medio del pecho. Empecé a espicharlo frente al espejo, tomándolo como una suerte de acné caprichoso que se había depositado en esta inusual zona. Salió algo realmente escabroso. Era un líquido amarillo, pérfido y putrefacto. No descansé hasta no ver que había salido por completo. Pero meses después el bulto aparecía y reaparecía. La última vez fui a ver al doctor, me lo extirpó él mismo y guardó la extraña sustancia en una muestra de tubo...

Monday, March 05, 2007

mujer

Fue Bufalino quien escribió en Bluff de Palabras que el feminismo había sido la única revolución que la humanidad conoce en la cual los amos se sublevan contra los esclavos.

Me confieso un incapacitado mental para escribir sobre la mujer. Lo lamento porque finalmente a ellas les gusta los homenajes. Pero no podría escribir una chica chonqueta o componer Mujeres de Ricardo Arjona.

En cambio, sólo les puedo dedicar esta canción.
Thank you for the roses
Thank you for the roses