Sunday, September 07, 2008

interior

Piensa en tu mente como una señal de radio con interferencia. A veces logras escuchar una voz, otras veces una canción que vagamente reconoces; te haces una somera idea de lo que está pasando en aquella frecuencia sin saber nunca su tema, si tiene tema, si realmente es una señal continua o puede ser que captes otras señales que a veces se atraviesan en esa frecuencia. Piensa en tu mente como que mente no existe. Las ideas no se tocan; se dice que existen como causa, porque gracias a ellas es posible realizar, "materializar", lo abstracto en lo concreto. Piensa ahora en tu gran arrogancia frente al universo. El hombre constantemente trata de lidiar con entidades a las que su razón no alcanza. La primera de ellas, su propio interior.

Ese hombre que me mira "inmerso" en el cristal, quién es el? De dónde aparece? Por qué devuelve esa mirada a mí, yo que lo miro? En sus ojos se revela una verdad incuestionable: él sabe quién soy yo mas yo no sé quién es él. Ese joven me devuelve la mirada con soberbia, como si siempre hubiese estado allí, donde yo jamás pudiera alcanzarlo. Estoy cansado, agotado, termino el turno de noche, otro día de mierda me espera.

Desde el instante en que decidí seguir viviendo, esto es, envejeciendo, cuando decidí alejarme de los problemas, ese día firmé mi acta de defunción. Invisible andaba por el mundo, sin hacer daño a nadie, sin meter la pinga donde no corresponde, como caminando muy erguido por donde no se puede uno desviar sin correr el riesgo de hacer volar el sombrero. Jugué a ser normal y lo intenté de corazón pero fracasé.

Siempre he considerado que la barba de un hombre lo es todo en su presencia. Nada me ha causado más repugnancia en la sociedad libre que aquellos lampiños que andan por el mundo sin vergüenza de sus mejillas lisas. Un maricón sin barba no es hombre, es una mujer cuya belleza no le fue correspondida. Mi barba es larga y firme como las fibras del mango. En mi barba se debate mi corazón que sabe que la historia de un hombre se lee en su rostro.

Vivía esta vida insignificante, y los chavales me decían: tu vida es un sueño. Tenía un apartamento hermoso en un bello barrio cerca a las colinas, donde iba cada mañana muy a las 5 a correr y llenarme los pulmones de aire fresco. Ya hace mucho de las otras vidas. Lo importante no es el dinero, lo comprendía ahora, el verdadero poder de un hombre radica en cuántos hombres están a su cargo. Y yo llegué a tener casi 150 hombres, todos dependiendo de mis decisiones, de mi temperamento, de si un día amanecía bien o si la noche se me había cagado con una golfa y debía desquitarme con el más muerto de hambre. Era un hombre de respeto que inspiraba la admiración y la envidia de muchos.

Pero no contaba con que las peores pesadillas que no me atrevía siquiera a soñar -pues incluso me obligaba a despertar para no verme con ellas- cayeran como suaves ráfagas de granizo sobre mis hombros. La cabeza no me daba para entender. El mundo hermoso que daba por hecho se volvía opaco y gris, como velado por el vaho de un duende maligno que se satisficiese con mi pena, y las certezas se volvieron interrogantes. Comprendí que el futuro era tan rígido como el pasado y alguien me contó que eso ya lo había formulado Einstein, diciendo que sólo con que alguien pudiera encontrar la manera de leer todos los elementos claves podría determinar con tanta certeza los eventos futuros como si de leyes físicas de impecable predictibilidad se tratase.

La mente es una cosa; la conciencia otra. Traté de comprender qué me pasaba. Por qué moría. Por qué esta grande tristeza se aferraba a mi corazón con sus dientes de cazador despiadado. Pensé en mil cosas pero no pensé en la muerte porque no comprendía qué(e) era la muerte. El cerebro no puede ir tan lejos. Llegué hasta la famosa instalación de Damien Hirst con el sugestivo título de the physical impossibility of death in the Mind of Someone Living(la imposibilidad física de pensar en la muerte). El ver a ese gran tiburón disecado allí, su exuberante volumen retraído en las profundas aguas de lo desconocido me llenó de lágrimas los ojos y rendido terminé arrodillado sollozando frente a los límites de mi razón.

La comunidad científica niega las bases de la muerte. Su premisa es ir contra el tiempo. Los mayores investigadores en campo de genética como en la biología, como el dr Roy Walford, se inspiran en esta certeza que, con tal arrojo, se atreven a predecir que dentro de poco la batalla contra la decadencia física estará ganada. Ahora se habla de la inmortalidad del ser humano. Se encontrarán las bases "culpables" del envejecimiento con el fin de postergar inimaginablemente las fronteras del cuerpo humano. El genio visionario Ray Kurzweil espera que en un futuro próximo, de hecho en el 2029 del cual predice -y Bill Gates lo reconoce como el científico con mejor alcance predictivo en cuanto Inteligencia Artificial-, podría pasar su mente a una computadora que no sólo pensaría como él, sino que de hecho sería él.

Yo no creo en una inmortalidad diferente a la que contemplaba Borges en ese hermoso cuento llamado Los Inmortales. Y quien conozca el cuento dudo mucho quiera llegar a ser uno de aquellos Inmortales, aún siendo Homero, aún siendo todos los hombres; por eso mismo. Sólo que no logro verme en el otro lado, porque en el otro lado ya no habrá quien vea y no puedo concebir que no exista un lado que no se vea. Su ser es ser percibido, como afirmaba el maravilloso obispo Berkeley. Cómo es posible entonces pasar desapercibido sin estar vivo? Se entiende acaso este grado altísimo de no-ser (comprendido en el no-saber)?

Ese hombre a través del cristal que ahora me observa fijamente, lo sé, es un ángel de la guarda. Próximamente estará por levantarse e irse. Ya no me volverá a ver jamás a la cara. Su vergüenza le obligará a bajar el rostro la próxima vez que lo busque, pues ya no estará. Ese hombre, ese joven, a través del cristal, "inmerso" en el cristal.... (que me observa fijamente como un cadáver asqueroso).

Tuesday, September 02, 2008

Abrázame

Me sostendrás en las noches? Brillantes serpentinas que son como claras frases de sentidos honestos dirigidos hacia un punto específico. Me sostendrás, dices, mientras me sueltas y me ves rodar abajo, abajo de la montaña en la que creía y pretendía estar, arriba, en la cima, arriba. Como sostener huesos sucios. Ser capaz de borrar el rastro. Entonces olvidar palabras. El alcohol se dice produce esta extraña enfermedad en el alcohólico que sabe lo que dirá pero en el momento de expresarlo algo como que se retrocede, algo como que se pierde y se desvanece; en las palabras, las palabras que nunca fueron dichas y se sabía estaban; pero no las palabras, el sentido de decirlo, sin jamás haberlo dicho y quedar sólo el silencio; y esta larga expiación, como un aire seco que se restó ante el freno del deseo trunco. Me dices, amigo mío, no tener tema y añoraría poder saber que no existen temas. Los temas son grandes como murallas infinitas clausuradas. El horizonte se cierra en nuestra angustia. 'El grito' de ɛdvɑ:ʈ mʉŋk no está como erróneamente se postula en la boca abierta sino en la atmósfera entera del cuadro; la boca abierta es la del hombre que devora el grito del universo. Su título original no fue 'El Grito' y es allí donde de nuevo se pierde la naturaleza de las cosas en su nombre olvidado. Su nombre original, el que le dio el pintor, fue Desesperación. Se dice que desde el muelle en el cual el personaje central del cuadro se detiene, y junto a él toda la agonía cósmica, se lograban infiltrar los despavoridos aullidos de las miles de mujeres del sanatorio mental de Christiania - nombre que recibía Oslo en la época de Munch-; entre esta legión de locas, la hermana de Munch, asilada allí, probablemente uniría sus berridos al de las otras mujeres, creando en el corazón del artista la atmósfera propicia para dejarse absorber por el ocaso nórdico de la angustia abismal y la impotencia de la razón frente a la ruina moral de la pretendida honestidad lógica de los acontecimientos que sencillamente se deshace en moronas en los rostros que se desfiguran constantemente por este terrible azotamiento de las todopoderosas circunstancias. Llevo una tristeza imposible, capaz de derribar un ejército de hombres, los mejores hombres, y de héroes, los más invencibles héroes. Pienso en Silicio Ramírez con gran anhelo. Ese modo de ser un artista abocado a la indefensión. Entendió, tal vez como Marcel Duchamp, que en el corazón del arte residía el gran secreto de desprender las cosas de su dimensión dada y la esencia de los objetos estaba cobijada precisamente en su no-lugar. Pero tal vez Silicio no tuvo la certeza de apoyarse en un discurso, como el artista francés, sino que él mismo, procedente de otra dimensión, era su propio remake, instalándose en los no-lugares en que su cerebro transgredía contra el vicioso y cínico impulso humano de pedir explicaciones. Albert Einstein hablaba de su misticismo como una "religión cósmica" que consistía en la admiración por la belleza del universo y, al tiempo, en una desbordada y ciega fe en la razón humana que pudiera comprender las leyes físicas que regían a todo el universo desde el origen hasta su fin más remoto, como parte de su teoría de la unificación de las ciencias o teoría del todo. Esta predisposición a la admiración de la belleza del universo es la única capaz de convertirnos en hombres de ciencia y al tiempo en abrirnos el corazón a la poesía. Mi amiga me comentaba que le explicaba a sus alumnos la teoría que afirma que cada vez que perdemos de vista una partícula ésta aparecía en otro universo paralelo al nuestro, similar a la noción de quienes creen que cuando dormimos en realidad nuestra conciencia despierta en otra vida, en otro mundo. Sus estudiantes decían: sí, bueno y qué? La magnífica belleza del universo, la única que nos hace comprender que la belleza es infinita y que por ende nosotros somos miserables, por ser tan poco inteligentes para entregarnos a ella, es la misma si la percibimos a través de un telescopio dirigido a los confines de la materia oscura, o si nos hiere al ver el hermoso rostro de una mujer o un hombre -puesto qué somos nosotros si no otra forma de configurarse el universo?-, o contemplar el bello cauce de un río:
- Mira, fíjate qué hermosura! - dice la abuela a cada momento, yendo de una borda a la otra, y toda ella está radiante, dilatados los ojos de gozo.
A menudo, extasiada en la contemplación de la orilla, se olvida de mí; permanece en pie ante la borda, cruzadas las manos sobre el pecho, sonríe y calla, sus ojos están llenos de lágrimas. Yo le tiro la oscura falda floreada
- ¿Eh? -se estremece- Me he debido quedar traspuesta, y estoy soñando.
- y ¿Y por qué lloras?
- Esto, querido, es de alegría; de alegría y de vejez- dice sonriendo-.
M. Gorki, Mi infancia.

Esta admiración por la belleza pura del recorrido esplendoroso de un majestuoso río implica una cierta ingenuidad. Una cierta estúpidez. La abuela de Gorki, como se puede apreciar en la novela, no era la mujer más sabia del mundo. Y sin embargo, era la mujer más sabia del mundo; ella era la vieja Rusia; la que le arranca en lágrimas el corazón al poeta "mal negocio". El primero de esos hombres...

Tú y yo y mi amigo silicio, no tenemos aquella desbordada fe en la razón humana. Nuestro sentido de "religión cósmica" surge a partir de una fe ciega en la fe humana. La fe no se explica, la fe no se soluciona; la fe no llega a otra parte que desde donde parte. No pretendo explicar al necio por qué nacimos muertos y por qué nuestra tristeza, como el reino de Jesucristo, no es de este mundo.

Qué espero? -y esto no te lo digo a ti, mi buen amigo, sino a otros lectores- Espero que la persona que entre a mi blog no se vuelva un lector tirano como el personaje de Kathy Bates en la película Misery, basada en la novela de Stephen King. No me juzgue porque mis escritos no le parezcan de calidad. Creo que la escritura muere cuando requiere de un certificado de registro de sanidad o aprobación intelectual invima. Esto es un diario de alguien que está perdido en una selva de palabras. Bien podría acudir a un auxilio, leer la cocina de la escritura de Cassany y aprender la estructura de los párrafos. Es decir, bien podría tomar de nuevo el volante y dirigirme a la cómoda carretera que las autoridades gentilmente nos han servido para recorrer los bellos paisajes del país de la escritura. Miles de mapas se han redactado con el fin de que no ofendas ni aburras a tus improbables lectores. Los conozco, los he leído y saben, me aburren. Por qué, porque no tienen fe. Porque son escupitajos del gobierno. Porque tienen un fin perverso. Porque te salvan de la locura, del aburrimiento, de la pesadez, de la oscuridad. Mi blog es una mierda, yo lo sé. A veces parece que andara en círculos, cierto? Que no avanzara. Que me perdiera cada vez más. Que me desaparezco en medio de la maleza, de la incomprensión, del caos; que no hay sino caos. Que soy como un auto que sólo acierta en encender pero que no avanza; eso es lo que piensas, eh. Es que ya ni piensas. El blog de Malédiction: un niño que llora. Lo que más me gusta de esto es que nadie comenta, que a nadie le gusta. Si le gustara al público, al colombiano, al bogotano promedio que se sienta en el internet y dice: hoy voy a entrar a divertirme al blog de Malédiction: joder, le metería la mano en el coño a tu abuela y esperaría que me acabaras a golpes con todo el gusto del alma. Si este blog se pierde en una maraña de ideas recurrentes, de quejas insoportables, de desesperación sin sentido, es porque seguramente voy por la selva tropezando, fallando. Me encanta fracasar. Apuesto a perder cada vez que puedo. Me gusta perderme. Me encanta aburrir. Pero sé que no apesto. Sé que no me vendo. Como reza la canción de stone temple pilots: I am I am I said I'm not myself, but I'm not dead and I'm not for sale.