Thursday, February 28, 2008

daga divina



(no apto para necios)

Una capilla repleta de sangre, y entre el hierro carne, y entre la carne hierro. De las columnas se desprendían grandes montones de excrementos cada vez que los murciélagos desplegaban las alas para abrirse camino dentro de la penumbra que no terminaba al alcance del ojo humano. Ventiscas propias de la alta montaña vulneraban el esfuerzo más obstinado de mantener el cuerpo en redención sobre las rodillas que desgarraban la carne para dar paso libre a la ignominiosa sensación del hueso. Una insidiosa neblina amarillenta apoderaba los espacios apoderada de una suerte de voluntad maligna que volvía estrepitosa sobre los orificios del rostro atento en levantar oración. De repente el cáliz se desprendía arrojado al vacío, y, sobre un largo manto dorado, las ratas devoraban el vientre abierto de un gigante perro negro. Una voz irrumpió el espacio como un ensordecedor trueno que violenta las ondas perceptibles por el hombre y conduce a la locura a quien sufre tales cuerdas vocales. Me mantuve firme. Ni los gusanos, ni las grotescas bestias que empezaron a defecar sobre mis manos mantenidas en oración, ni los golpes de las herraduras de los caballos, ni el hecho de que me estuviera volviendo putrefacción, hicieron tambalear mi inclinación ante la cruz que se alzaba desde más allá de la penumbra que no ven los ojos humanos. Fue cuando se me enterró la daga de fuego en el corazón.

Desperté bañado en sudor. La cama goteaba charcos de mi propio cuerpo, asaltado por el miedo y la zozobra. Me dirigí al reclinatorio de la habitación. El último astro refulgía en el azul del cielo. La luz fue extendiéndose como una fina sabana suavemente sobre el país. Castigué mi cuerpo antes de levantarme y tocar las campanas. Me persigné y presencié cómo los últimos demonios se devolvían a sus infernales refugios para descansar y volver cargados de energía por la noche a provocarme las pesadillas y espantos que me asaltaban durante los últimos años. “Buenos días, pequeñas criaturas malditas. Las espero sin falta esta noche”. Malgeniadas por haber llegado a su hora se despidieron con un gesto altanero y se ocultaron traspasando las paredes.

En la primera misa estaban sin faltar el bobo del pueblo, las mismas cuatro señoras de edad que acudían allí antes de hacer sus compras en el mercado y el mismo demonio que se disfrazaba de femme fatal pueblerina. A parte de mi fiel público se encontraban tres o cuatro campesinos, un soldado y un tendero. Ofrecí la misa a sus almas perdidas. Una vez terminada, esquivé los besos de las ancianas, las babas del bobo y las seducciones del demonio. Cerré las puertas de la iglesia. Me senté en una silla de la fuente de soda. Pedí una gaseosa. Cuando volví a la mesa habían matado a otro. Terminé rápido la bebida, pagué la cuenta, le di la bendición a un idiota que estaba borracho y fui hasta el garaje.

Me gusta desayunar a campo abierto. Tomé la carretera con la mayor velocidad posible a las afueras. Al llegar al lugar, unos niños se lanzaron sobre mi hábito. A pesar de los ofrecimientos de la casera sólo quise aceptar una ague’panela y un pedazo de arepa, que me sirvieron en un desvencijado pocillo de poltre y un plato. Luego de hablar con la señora, me dirigí hacia el campo. Allí, frente al gran manantial verde que se abría en los montes, me desnudé y me eché al nado. A mi lado pasaron dos serpientes. Eran dóciles serpientes de agua, un verde brillante y hermoso brillaba sobre sus escamas. Levanté a una a lo largo de su prodigioso cuerpo y la besé. La volví a bajar a la corriente y me miró extrañada.

Al otro lado del manantial venían los niños. Gritaban “Allí está el padre William. Vamos a escucharle su sabio consejo”. Se desnudaron al entrar y se acercaron con ágiles movimientos que revelaban su naturaleza como hijos del terreno. Me jalaban de la barba y me preguntaban “Padre William, por qué siempre estás tan callado? Por qué siempre luces tan triste?” Yo miraba al pequeño Paulo y no podía contener las lágrimas. Como si el pequeño Paulo ignorara el paso ineludible del tiempo sobre la carne, sobre los sueños y sobre los sentimientos. Crecer es podrirse y es difícil de aceptar al ver al pequeño Paulo girando en torno su maravillo cuerpo, levantar sus flexibles brazos al cielo, cerrando el puño como si agarra una buena cantidad de cuerdas invisibles que lo aferraran por siempre a la inocencia del juego y la santidad de los castos sueños. El vigoroso brillo del cabello negro, peinado sobre las suaves aguas, en contraste con su plástica carne blanca que parecía cambiar de forma con el ritmo de sus saltos, los labios rojos por efecto del enfriamiento del frágil cuerpo de Paulo, me recordaron que en el mundo existe una estación en los seres humanos llamado Infancia y me llevaron a arder de deseo y pasión por haber querido tener también un poco de esa Infancia que en el niño montuno resplandecía con tanta gloria como traduciendo la maravilla de la creación de Dios en todas sus criaturas.

“Padre William, por qué Francesco dice que los hombres que lloran son maricas?” – “No debes decir esas palabras, Luisotto” – “Sí padre, perdóneme por decirlas, pero así es que dice Francesco, y también dice que los sacerdotes de la iglesia son maricas. Que todos violan niños y son unos hipócritas”. Sumergí la cabeza dentro del agua. Al volverla a poner sobre superficie estaba Paulo y con su gesto inteligente fijo quiso saber. “Es eso cierto, padre William? Todos ustedes los sacerdotes son los más pecadores de todos?”

La mirada de Luisotto estaba atenta en mi miembro, claro a la vista en la transparencia del agua del pozo. Reconocí de inmediato que Luisotto era lamentablemente otro caso de niñez robada por un celo excesivo de su entorno en el sexo y sus connotaciones más grotescas, así como una subversión radical en la escala de valores en la cual lo sublime y trascendental de la vida humana se transfería estúpidamente a la satisfacción de los deseos más pueriles y arbitrarios. Luisotto, a pesar de su corta edad, ya estaba al tanto de dos nefastas verdades en el mundo y hallaba el modo de volverlas a su favor para justificar su negligencia espiritual y moral:

1- Un hombre jamás debe demostrar sus sentimientos y falta de frialdad en ningún asunto. Era lo que Francesco le había enseñado torpemente, haciéndole creer que el llanto era una forma asquerosa de demostrar inferioridad en todos los aspectos de un hombre. Y para Francesco nada era más inferior en este mundo que un marica. Por eso le decía que cualquier hombre que llorara era marica, es decir, menos que un hombre. Este niño Luisotto crecería sin tener la más absoluta idea de lo que significaba la compasión por el dolor del otro, por el dolor de uno mismo, la entrega y el olvido de uno mismo proyectada a un ser superior al que uno encomendara su suerte y sus luchas en este vano mundo. Por la misma falta de fe en un ser supremo y la carencia de un plano de trascendencia sólido, este niño se vería arrojado a un mundo de vacuidad espiritual, vulnerable a la caza y remate de religiones y creencias fofas y estúpidas – un día musulmán, otro día krishna, otro día seguidor de las tesis de Castaneda-. Agravado por un sentimiento exacerbado de sí mismo, divagaría por el mundo con un ego hinchado que necesitaría reafirmar en las más superficiales competencias de sus semejantes: competencias laborales, competencias económicas, competencias académicas… y, sobre todo, las competencias sexuales, las cuales serían alegremente motivadas por los medios, la publicidad, el consumismo y las marcas. Todas estas competencias, que le permitirían igualar o superar a sus “semejantes”, le penetrarían a su cerebro y a su espíritu como una fuerte helada que explayaría violentamente la muerte invernal de las esperanzas, el regocijo y la Verdad del Eterno; todo bajo la risa socarrona y la argucia de que ninguno de estos elementos sagrados existió jamás, pues quién va a encontrar algo de este fuego debajo de tal glaciar?

“Si el hombre llora, Luisotto es porque es inferior. La condición humana es miserable. Yo me he regado en lágrimas al verlos a ustedes, chicos, pues me sentí inferior y a la vez por ser albergado en la certeza de que ustedes serán algún día tan miserables como yo. Porque sólo no tener la conciencia de lo hermosos que somos nos hará liberarnos de nuestra humillación. Y ustedes me parecieron hermosos en ese entonces. Por eso lloré. Porque ahora Ya Son tan miserables como yo. Si les parezco un marica porque lloro, quisiera que toda la humanidad fuera marica. Pero ni los maricas lloran para no parecer maricas. Y si un marica llora, yo, un sacerdote, con más razón me permito llorar. Porque en la redención, en la humildad de reconocer nuestra miseria, podremos hallar la absolución de nuestros pecados. Y nuestro mayor pecado, niños, ha sido nacer. Por eso lloré al verlos. Porque yo no fui como Paulo y sin embargo es como si lo hubiese sido. Porque nací llamándome Paulo y con el tiempo lo fui olvidando. En cambio, tú, Luisotto, no naciste bajo ese nombre y fue Francesco quien te bautizó sobre una pila de inmundicias que exhalaban testosterona y esperma adolescente. Le encantó embadurnarte en la ceguera de su propio fango en el que se resiste a creer que es el único cerdo sobre la faz de la tierra, y tú fuiste su borrego, Luisotto, Luisotto, creyendo poder entender cosas que iban más allá de tu capacidad intelectual”.

2- El triste célebre y sonado caso de los padres pedófilos. Todos quieren prender su hoguera en la caza de brujas contra estos pájaros espinos de inocentes criaturas. Incluso Luisotto, que no cuenta con más de 10 años, ha aprendido a aborrecer la iglesia por estos casos sonados de sacerdotes que abusan de su autoridad eclesiástica para dar gusto a sus más rastreros deseos; clásico ejemplo de un hombre pervertido criado y motivado por una iglesia pérfida y corrupta desde su más arraigado centro.

Desde ningún criterio moral se puede justificar la práctica de este abominable crimen. Tampoco el argumento del ínfimo porcentaje de personajes de la iglesia católica involucrado en estos tristes casos parece ser suficiente para la defensa de la Iglesia. No obstante, desde la “racionalidad” realmente estúpida del hombre contemporáneo – totalmente impasible ante razones del espíritu pero completamente entregado a supercherías narcisistas como las investigaciones de las feromonas y las verdades para poder tener más sexo si no mejor- se juzga un orden de discurso que desde su base se plantea el problema de la tentación siempre latente del mal y la lucha entre la salvación del alma ante la condena eterna al infierno.

“Luisotto, desde que yo era niño, incluso más pequeñito que tú, se me inculcó y siempre oí en la iglesia que el padre decía que tanto más cerca se estuviera de Dios mayor sería el acecho del demonio. No existe ninguna razón para decir que lo que hacen estos padres, en provecho de su autoridad, es correcto. Todo lo contrario, es una gran ofensa a Dios y una afrenta a la existencia humana. Así como es cierto que los hombres de Dios somos los más vulnerables a caer en las garras del demonio, también es cierto que el Señor nos ha brindado este gran don a todos los humanos que es el libre albedrío y el poder de discernir entre lo que es bueno y es malo”.

“Si recordamos que el hombre es un ser inferior y miserable, debemos tener consideración por él, tan vulnerable a las tentaciones de la carne y el maligno. El maligno adopta las formas más grotescas de volver lo divino en algo totalmente pernicioso y corrupto: del amor natural y la gracia que Cristo sintió por la deliciosa compañía de los niños (dejad que los niños vengan a mí!), el gran mentiroso – que por eso se llama así- subvirtió los términos de un amor puro y generoso en la infame trampa de la perversión y confundió en los espíritus más débiles el amor natural por los niños trastocándolo a un sucio amor carnal y totalmente desnaturalizado”.

“La ley es severa con estos pobres pecadores confundidos por el demonio, pero dócil ante el demonio y su realidad; de hecho, la ley humana es la camarada número uno del mal, del crimen y la suciedad; más allá de que se alimenta del horror, es también la principal fundadora de él. Acaba con los abogados y terminarás con los problemas del mundo. Juzgamos a la iglesia por sus flaquezas, como si la iglesia no estuviera constituida también por hombres, que como hombres se reconocen en el pecado, sólo que con un propósito supremo, adorar a Dios y tratar de cumplir sus leyes. En este sentido la iglesia es sagrada y capaz de reconocer la santidad de sus mejores chicos en la tarea de llevar el mensaje de Cristo a los corazones enredados pero nobles de todos los terrestres”.

“Me duele ver a un chico como tú, Luisotto, tan prevenido por recibir la buena nueva de la mano de la iglesia. No te dejes confundir por el maligno. Sé que llevas un buen rato observándome fijo el pene, y un padre debe llevar su hábito rígidamente puesto, desde el cuello hasta los pies. Todo esto debe parecerte curioso e incluso veo en ti un rasgo de malicia. Porque no te llamas Luisotto sino el gran perdedor. Y no eres sino otra cara de la serpiente que bajaba por el río. Pero te confundes. El detalle de que no lleve puesto el hábito en el agua no me despoja de mi investidura, así como el hábito no hace el monje”.

“Paulo, ve y dile a tu madre que mañana irás temprano a la iglesia por tu vestido de guerrero y pelearás a través de naciones y continentes para defender el nombre del Justo, el Único y el Omnisciente. Te brindaré todas las armas para que puedas luchar los cuerpos y cómo defender tu alma. Cada vez que veas a un Luisotto debes aplastarle la cabeza como si de una serpiente de agua se tratara”.

De vuelta por la carretera principal al pueblo en mi carro, supuse que de alguna manera u otra había adelantado el Apocalipsis unos años. Al llegar al centro del pueblo me llamaron falsamente la Gran Ramera y me tiraron tomates. Salí furtivamente del carro. Corrí hacia la iglesia. Desde una pequeña ventana acomodé la bazuca y empecé a dispararles a todos los liberales que me decían que Dios no existía. En el ocaso, un sol enardecido de verano bajaba detrás de las montañas para descargar miles de guerreros celestiales que procurarían prestarme guardia durante la noche.

Monday, February 18, 2008

para decirte adiós 2 días.

Inspirado en mi viejo amigo y dedicado a él.


El viejo librero, observando un tomo en especial que le añoraba lejanos recuerdos de trunca infancia, se encontraba sentado en medio de su multitud de libros, todo repleto de polvo en la ropa y un ambiente asfixiante en medio de la ventilación viciada de la habitación. Prendió un cigarrillo pensando cómo era posible no haber muerto a estas alturas de la vida de un cáncer de pulmón o de traquea por su pérfida obsesión de telar siempre los pensamientos en las nubes de humo que exhalaba de sus tubitos consumados de nicotina.

Afuera el sol irradiaba como un cristalino baño de vírgenes de orgón que impregnaba los lugares más siniestros de un azul marino mutando las pesadillas en una broma entre marejadas de promesas de esperanza que levantaba la luna oculta a su afilado amante traicionado. Era un mediodía precioso en que las ratas se mordían juguetonamente las unas a las otras contagiadas de un renovador halo solar.

El viejo librero recordaba el tiempo en que tenía la misma edad de la muchacha con la que se había acostado hace una semana y siendo víctima de un mal presentimiento se alejaba de aquellos anaqueles repletos de libros como si estos fueran a aplastarle la cabeza con un golpe sordo y decisivo.

Nadia se llamaba la muchacha y el viejo no recuerda haber sido nunca tan listo como ella; en especial a esa edad, en la que acorralado por la timidez y el pecado se refugiaba en la casa de su tía Sahara a escucharle cantar mientras él lloraba como un gato debajo de un sillón sin ser advertido. Pero Nadia era como un trueno intempestivo que irrumpía en la noche los sueños privados y privados del puerto.

Espantado por sus mortales pecados, se levantó de un solo salto del gran sillón desvencijado como las piernas de una prostituta anciana y apagando el cigarrillo de nicotina con el talón sospechó que hacía falta un talón mucho más grande para terminar de fundir una ceniza que aún conservaba sus tristes fulgores.

Nadia le había besado luego de hacer el amor, de una manera automatizada, lo que no resultaba sino una forma de comprobar el placer que este juego macabro le resultaba a la muchacha; delirante ante la posibilidad del estar fornicando con su propio abuelo la niña se relamía en sus potenciales límites de morbo emancipado. Él se había fingido dormido, acto después, sólo para aprovechar el descuido de ella al dirigirse al baño y poderle contemplar el magnífico culo adolescente que terso como una insolente montaña se alzaba en medio de su escultural espalda.

La atmósfera salina del exterior lograba interrumpir el vilo secreto de los mohecidos anaqueles en que se podrían los poemas de amor y los manuscritos de tierna infancia. El sol quería tocar la fría coraza del anciano que se preguntaba cómo era posible que una jovencita irrumpiera tan descaradamente en su sexo y de paso en sus preocupaciones, sus pensamientos y le congelara los sentimientos en el tiempo, revelando al tiempo mismo. Si el septuagenario corazón se hubiera empeñado en escuchar los tambores de las mareas del puerto que surgían desde el exterior les oiría reír como una espumosa vanidad de los elementos que convergían al mediodía oceánico.

Conociste a Nadia cuando ella te preguntaba de una manera descarada y a la vez infantil sobre la vida de este libro, que te contara las andanzas de este escritor de la India, quería llenarse tanto de conocimiento como tú querías llenarte de su sonrisa que se te antojaba esquiva y prohibida. Pero tu sabiduría te descubrió rápidamente el verdadero interés de la muchacha, un interés oscuro y que se te antojaba trágico y desgarrador. En su risa había mucho de vergüenza y dolor; las preguntas que te hacía sólo le daban posibilidades de tomar respiro y andar más despacio en el curso frenético de sus pensamientos que desembocaban hacia un destino desalentadoramente concreto: el océano nocturno de su propia muerte.

Con un ardor impropio a su edad el viejo librero esperaba cada viernes por la tarde, luego de que ella saliera de clases, llegara y le saludara, entonces la vería llegar en su elegante faldita de cuadros, su impecable camisa blanca conteniendo unos furiosos pechos que parecían volcanes a punto de explotar, llegaría y le saludaría, entonces la vería recorrer cada pasillo del local, ávida de un nuevo descubrimiento, por lo general lo que más le atraía, según lo recuerda, eran los libros más viejos, con portadas rigurosamente encuadernadas en cuero y con más de medio siglo de antigüedad, acaso como él mismo, tan rigurosamente encuadernado en cuero y llevando encima de sus huesos más de medio siglo de antigüedad: claramente él se le antojaba uno de esos misteriosos libros que contenían tanta sabiduría imposible, que claramente ella desconocería para siempre y que claramente parecía lamentar pues parecía tener muy desalentadoramente en claro su destino oceánico nocturno.

El septuagenario librero sintió una aterradora conmoción con el paso congelado del tiempo y la calma aparente de las aves, la luz del sol que lograba penetrar el local desde el balcón y los sonidos de la espuma blanca que rebotaban apaciblemente contra las rocas y las fortalezas centenarias del puerto. Estaba absolutamente claro que las cosas marchaban mal. Y tenía a Nadia en su pecho y en el sabor de las arrugas de sus labios. Con el sabor de Nadia estaba el sabor del suicidio y la desesperanza adolescente, el dolor tierno y gravísimo de un corazón destrozado.

Una pequeña sombra a través del balcón inquietó su vigilia en guardia frente al lustrado escritorio. Sigiloso como un gato gordo se aproximó a la fuente del fenómeno. Pintó un extraño cuadrado en la atmósfera polvorienta de la habitación y rompió un conjuro de nicotina y almizcle a su paso. En una esquina un rayo del sol iluminaba furioso una tabla desprendida de una pared arruinada. La tabla desprendida cobraba un cariz de ultramundo a medida que el viejo se alejaba de ella sin poder percatarse del juego que se elaboraba a sus espaldas. Esa tabla, es preciso advertirlo, era una pieza que se desmoronaba y frustraba en un rincón inadvertido del cuarto. La tabla recordaba el primer momento en que vio a Nadia. Contempló su juvenil piel reprimida por un severo gesto en los músculos de su boca. Unos bonitos ojos negros que buscaban afanosamente un refugio seguro sin encontrarlo. Veía la tabla como Nadia se acariciaba el mechón que le caía al cuello y repasaba cada libro con un amor profundo y respetuoso por ellos. Se detenía ante una línea y respiraba hondamente al encontrar la belleza de su expresión. La tabla como el viejo no tardó en observar la sobrecogedora nostalgia de la bella mujer. A la luz del sol recordó la primera gota que ella derramó sobre su capa. La tabla se enamoró de la muchacha profundamente y tampoco pudo contener la tristeza que le albergaba al ver algo tan bonito y tan brutalmente desesperanzador. El rayo del sol persistía en maltratarlo ante el final de su vida, cuando se desprendiera de la pared y terminara en el escombro, junto al viejo y sus libros, sin que nadie se apiadara de nada de lo que contuviera la habitación. La claridad que le proporcionaba el rayo le embriagó y lo llevó al delirio. Fue cuando la niña llegó una tarde muy feliz de clases. Abrazó al viejo y giró por toda la habitación. Había pasado algo en el colegio, algo que nunca supo ni él ni el viejo que había sido, porque ella se había reservado el motivo de la alegría y sólo había llevado la alegría consigo inundado la penosa habitación de un sentimiento renovador y fresco. En ese delirio que sumergió a la tabla por efecto de un desgarrador rayo de sol imaginó la razón de la única alegría que conoció de la señorita. Ella bailaba y giraba por la habitación porque había descubierto que estaba en profundo amor de una tabla y que la tabla le amaba también a ella con el amor más puro del mundo entero. Ella le desprendía de la pared, le acariciaba y lo sujetaba a sus tiernos brazos. No había nadie más en el mundo que ella y la tabla. La cabeza del viejo, sangrante encima desde una de sus columnas de libros, entonaba himnos de amor y silbaba en señal de aprobación por la relación más perfecta que pudiera existir entre una triste tabla y una triste jovencita. El mundo vibraba en colores sucios y entre los dos bailaban un vals, el viejo susurraba palabras en latín que le llenaban el corazón de inteligencia y orgullo por todos los años de saber acumulado y ellos se veían cada uno frente a frente, los ojos negros maravillosos de ella brillaban como estrellas y la tabla lloraba de llenura porque el universo cabía en cada una de sus rayas resplandecientes por el sentimiento correspondido de la razón de sus viernes a la hora de la tarde. Era de noche y ya ella se había ido a su casa. Entonces el viejo se quedaba encima de su escritorio llorando amargamente porque el universo se había escapado de sus manos. La tabla no podía hacer otra cosa que pensar que las estrellas eran para los enamorados que surcaban las noches en búsqueda del uno para el otro. Los dos eran un residuo del plan celestial y vivían fuera del orden de los astros.

El viejo alcanzó la sombra que se había filtrado por el balcón y comprobó que se trataba de una palomilla. Le llamó Nadia en cuanto la vio por la hermosura de su plumaje y el pesar de su cantar. La paloma revoloteó un poco por su cabeza calva llena de manchas hepáticas. A la altura de su gigante oído le confesó: estoy acá para decirte adiós. El viejo trató de atraparla y corrió detrás suyo. La paloma entró en el cuarto y molestó un poco por la sección de literatura inglesa, luego se dio un paseo por la literatura argentina, finalmente llegó hasta la tabla y le confesó: estoy acá para decirte adiós. La paloma surcó el espacio viciado de la habitación hasta que logró posarse encima de unos estantes y de esta manera poder mantener fija la mirada en el anciano que entraba forzosamente a la habitación con un palo. El anciano dejó el palo en un cajón del escritorio y se arrodilló ante el espectro.
- Dime que no has muerto

La paloma lo miró sin desprecio y sin condescendencia. La paloma cerró los ojos y empezó a soñar. Mientras soñaba cantaba una hermosa canción que dejó paralizados tanto al anciano como a la tabla. El anciano se sentó en el escritorio, aferrando el codo en el escritorio para no perder de vista la paloma. De las alas de la paloma parecían arder vibrantes llamas níveas en que irradiaba cada nota de su canto herido. El viejo levantó una plegaria a San Juan Bautista y le agradeció por venir ante él cuando fue él quien debió haber ido hacia el santo desde un inicio. El espíritu abrió sus hermosos ojos negros y le advirtió que sólo había venido para decirle adiós.

Fueron dos días en que la paloma permaneció encima del mismo estante, entonando cantos desgarradores y vibrando su luz interior en el iris de los ojos del anciano. El anciano a pesar de sus dolencias y su maltrecho estado de salud, no cejó en mantener la mirada ante el divino espectro. Tenía una esperanza. El día en que llegara Nadia y se riera de sus locuras y no le creyera el cuento de la paloma y le dijera que estaba senil y le dijera que lo quería y le besara la mejilla y él se sintiera el hombre más afortunado del mundo y a la vez se sintiera culpable por extraer de los últimos momentos de vida de una hermosa joven los resquicios de su propia vida. Tenía una esperanza. Que estuviera soñando o fuera él mismo un sueño de la tabla que sentía como él el amor y el desgarrador sentimiento de perder la belleza en la forma de una hermosa niña que no soportaba los nudos de vergüenza y dolor que la vida se había encargado de someterla. Tenía una esperanza y por más contradictorio que pareciera la misma esperanza surgía del presagio de la paloma.

El viernes por la tarde, a la hora de clases, la paloma se movió del lugar donde había permanecido inerte por dos días llenando de cantos embriagados la librería. Paseó por la mesa de promociones del mes, voló por la sección de clásicos, llegó hasta la tabla y se despidió con un beso dejando un aroma de rosas a su alrededor. La tabla quiso quebrarse para siempre de su porción de pared. El viejo despertó al ver el inesperado movimiento de la paloma y volvió a arrodillarse, esta vez al lado de su escritorio:

- Dime que no has muerto.

La paloma se posó encima de la cabeza del hombre y lo arropó por un instante mágico en su aura. Se fue elevando la paloma y el viejo con las manos en posición de réplica, arrodillado, se empapó todo su humilde vestido de lágrimas incontenibles. El librero lloró durante un largo rato amargo en que no comprendió la visita de la paloma ni el sentimiento que le había albergado al ser abrigado por su magnífica presencia. El espíritu ascendió hacia la bóveda celestial hasta perderse en un conjunto de melodías y alabanzas al Señor Todopoderoso.

Una mano secó las lágrimas del anciano que se había abandonado al llanto. Luchando contra su propia tristeza trató de apartar las lágrimas para poder mirar hacia arriba. Nadia lo miraba y le sonreía. Le acariciaba las manos. Su profundo y amargo dolor se transformó en una súbita explosión de alegría al verla a ella. Su preciosa niña amada. Besó la mano con que la niña le acariciaba y le daba las gracias por no estar muerta, por vivir otro viernes. Y lloró, pero esta vez de felicidad. Todo no era sino un terrible sueño, un espanto.

A través de la nicotina y el polvo vio que Nadia perdía los contornos de su rostro. Que la mano que lo acariciaba se desvanecía rápidamente y cuando cerró sus propias manos para no perderla no tenía sino cenizas dentro de las suyas. El cuarto se llenó de penumbra. Sólo un rayo de sol fustigaba las lágrimas de la tabla.

Wednesday, February 13, 2008

sobre la acústica muerta del comando de batalla

La araña voladora que venía dando botes torpes por la habitación pasó por el televisor y luego volvió hacia mí y pasó por el televisor, volvió hacia mí. Me observo largo rato por el reflejo que en la pantalla aparece de mí y me interesa. Me interesa ver las imágenes sobrepuestas que aparecen en la pantalla y yo en ella y las tramas superpuestas sobre el fondo y a veces sobre la superficie de un tío sentado con su lata de cerveza en la mano. Por eso prefiero estos antiguos televisores combados, porque dan esa apariencia de peligro latente en que los actores podrían salir en cualquier momento de su espejismo y aparecer cerca de ti, con sus pistolas y sus divas, destrozando todo alrededor. Mi araña voladora pasea de un lado a otro. Le tiro el periódico doblado pero la malparida araña vuelve hacía mí.

A qué viene esto?

Todo empezó cuando el chacal me concertó una cita con un agente literario interesado en la caza de "nuevos talentos", como me lo aclaró el gilipollas cuando me sacó de mi estado de aletargamiento en mi habitación de la zona industrial. Nos estaba esperando en el café Dresden. Un expreso en la mitad y dos cigarrillos sobre un cenicero en forma de una famosa cúpula que yo desconocía. Soy sencillamente genial para percibir las malas vibras hacía mí y no es una genialidad innata sino aprendida con el paso de los años, de recibir rechazos tras rechazos, malas caras y gestos de reprobación inmediatos. El agente miraba al chacal con cara de no creer que hablara en serio cuando hablaba de una "joven promesa" y traía una vieja mierda conflictiva que agotaba sus recursos en cuanto medio se le ponía en frente; fama de amenazar en nombre de grandes empresas editoriales a pequeños mofletes; fama de delitos menores; fama de una "actitud imposible". Me senté y mientras me limpiaba los mocos con la manga del buso él le pedía al camarero una copa de Chivas 12 años y un poco de caviar para amenizar el encuentro.

- Oye tío, me puedes pasar uno de esos cigarros?
- No te pases de listo - cortó secamente el agente, mientras escondía el paquete en el bolsillo interior de su chaqueta de seda homosexual- escúchame bien pequeña mierda, te rompería esos cojones de gilipollas de inmediato si no es porque necesito que te prestes a una mierdita...

El camarero sirvió mi vaso de Chivas y preparó la mesa para traer la bandeja con los entremeses. Yo me aburría con el tono de severidad falsa del culo apretado que vestía camisetas polo claritas y le pedí permiso para ir al baño. En el baño mientras meaba me inyectaba en las venas de la verga un poco de "cucarrón etrusco". El color de la orina empezó a cambiar y vi otra vez la arañita voladora.

En el lavabo me mojé la cara para tratar de disimular un poco la deshidratación que me hacía sentir como una ciruela pasa. Atrás un gran letrero en inglés me llamó la atención:

No matter how beautiful she is...
someone in somewhere is tired of her
El nombre de Rachel me subió por las vértebras como un mal viaje y al salir había desaparecido el café Desdren para dar lugar a un clásico sportsbar norteamericano en el que los vagabundos gastaban sus últimos centavos en los juegos de cartas de playboy y uno que otro se emocionaba con los tediosos juegos que las grandes pantallas sintonizaban en ESPN. Para mí ya todo estaba perdido. Era el tercer día esperando a que Rachel se apareciera a la hora que me había prometido. Un viejo vagabundo llamado Pineapple Joe me consoló: no te deprimas chico, así son las norteamericanas. Pero yo no podía apartar la mirada de mi cerveza busch y aguardar la delicada sombra que se sentara a mi lado, como lo había hecho hace poco, y pidiera su Bourbón y me dijera: te gusta Nirvana, eh.
Chacal me encontró tumbado en el piso del baño. Los clientes me pasaban encima, con toda la delicadeza de los habituales de Dresden y seguro que si me escupieron le pidieron excusas a mi rostro inconciente.
- Joder tío, no te puedes comportar en una interviú de currete?
En la mesa nos esperaba el tío del trabajo, ya no recordaba por qué me encontraba aquí y por qué no llamaba a Nadia para que me recogiera y nos fuéramos a hacer el amor en una residencia barata del sector.
- Podiaís haberme guardado un poco de comida, eh, gili? - Inquirí luego de un concienzudo razonamiento a la mesa.
*
El agente ya se estaba incrispando y estaba a punto de reventar. Harto de que su oficio menor lo expusiera a este tipo de tratos con gente tan desagradable, como yo le resultaba, quiso terminar lo más pronto posible. Él hubiera soñado con ser un gran escritor de novelas históricas o un sendo crítico de las obras de finales del siglo XIX; también, cuando su genio le resultaba menos severo, se veía a sí mismo como un juguetón novelista que coqueteaba con la novela policíaca; como poseía ideas tan fuertes e irresistibles había incursionado por un período en el noble oficio de ser un columnista variopinto que expresaba firmemente sus más sólidas convicciones vitales: desde el análisis simpático de las modas de las jovencitas hasta asuntos más graves de geopolítica y terrorismo.
- Mira pedazo de copia tergiversada de basura ofrecida con traducciones pésimas de España o Argentina; no sé qué carajos te habrás creído (acaso el traductor español de Burroughs, porque es claro que ni siquiera manejas el verdadero lingo NY del escritor) pero te necesito para un testaferro - Me miró fijamente mientras me señalaba con el gordo dedo manchado de tabaco- Bah, es obvio que en tu mente de yonquetas ni siquiera sabes qué significa testaferro.
*
- No señor -le respondí mientras trataba de soportar el trago de whisky que me había apresurado.
- Un calado, para ponerlo en tu lenguaje atrofiado de basura literaria.
- Sí señor - Mierda, necesito a Nadia
Me explicó que la empresa editorial que acababa de montar su tío, y de la cual él era el agente literario, era en realidad una fachada de un negocio oscuro que no debería preocuparme saber su naturaleza; finalmente mi mierda sería publicada y puesta en las librerias y es lo único que a mi culo roto, según él, debería importarle y agradecer esta oportunidad caída desde el mismo cielo para montar el numerito de escritor que siempre había soñado.
- Sí señor
Me abalancé sobre él y le di un beso a las mejillas, pero con el colocón me resultó imposible guardar las proporciones y terminé regándole la gaseosa de chacal a su fino pantalón que tan bien le hormaba ese hermoso culo. Traté de remediar las cosas diciendo que se trataba de elementos que enriquecían mi obra, tan llena de anécdotas jocosas y reflexiones sobre pequeños accidentes como el que acababan de acontecer.
Me largué a un rave y allí me quité la camisa, pleno de felicidad como estaba. Los sonidos electrónicos caían sobre mi existencia como difuminando los contornos físicos e incorporando mi ritmo a la unidad colectiva que se revelaba en fugaces destellos de luz que venían y se iban a lo largo de la pista, hasta regalarme el rostro de Rachel en medio del frenesí y su abrazo contenía el calor maternal del mundo, su aliento era una invitación a seguir celebrando y vivir, sencillamente vivir, sin la muerte eterna de la conciencia que nos atrapa en una angustia irremediable de nuestra propia miseria.
- No le vaís a invitar una copa a la joven promesa? - Le pregunté en tono divertido a Chacal que se aburría a lo largo de la barra
- Fuck off - Respondió y me tiró un billete para que la pagara yo mismo
*
La guapa camarera vestida de latex negro me pasó la cerveza. Apenas me tomé el primer sorbo, el dj puso mi pista favorita de la banda sueca Please. Un remix a los chavales de La nueva división, de una canción cuya letra me gustaba en especial: miércoles. Se supone que esta canción no debería inspirarte a meterte un tiro, pero en mi caso produce un gran efecto autodestructivo y me pregunto si no es algo personal, si es que estoy tan jodido que todo me deprime, hasta una canción que debería subir el ánimo como miércoles dan ganas de morirme, más no de suicidarme, pues me causa mucho trabajo. Me senté un rato a esperar cómo aguantaba el trago y, para mi sorpresa, vi que a pesar de que la canción motivó al baile, luego de que terminaba los rostros lucían agotados y desencantados. No debería ser solo impresión mía. La canción deprimía realmente bajo su barniz electrónico.
La fiesta se estaba cargando de malas ondas. Todo el deseo sexual no cumplido empezaba a mostrar variaciones homicidas. Los borrachos habían llegado al punto estúpido de pérdida de albedrío y les importaba lo mismo romperte una botella en la cabeza que dejarte tranquilo. Me aburría y fui por un poco más de mi delicioso cucarrón a los orinales del club de mala muerte. Me estaba pinchando la pinga cuando un jefe de seguridad se percató de mis andanzas y llamó a otro incluso más grande.
- Tenemos un pincha-pijas - reportó por su audífono a todas las unidades.
Rachel me preguntó si sabía tocar en la guitarra las canciones de Nirvana. Le dije que bueno, que sí, pero que quería tocarlas en la rockola, es decir, programarlas. Rió como niña y me dijo que su marido era un estúpido. Le tomé de la mano y le dije que era una pena que no supiera valorar a una persona tan hermosa como ella. Me dijo que la recogiera de la tienda, salía en dos horas y estaba aprovechando su descanso para descargarse por el gilipollas que tenía de esposo.
Cuando desperté estaba amarrado en una barra de hacer striptease. La fiesta estaba mortal. En lo peor de la fiesta llegó Azeta, preguntó por qué me tenían encadenado y al no encontrar respuestas encañonó al personal de guardia. Al primero en dispararle fue al chacal. Luego, camino a la frontera con México, en el convertible antiguo y desbaratado gris, le pregunté por qué había disparado al chacal si él nada tenía que ver con la seguridad del antro.
- Ah no? joder, hubiera jurado... con ese aspecto de Censor.
Saqué la botella de tequila y celebramos al rayo del sol del desierto de Los Angeles. Amanecía. Me quité la camisa y empecé a cantar:
so god bless you all... for the song you save us... for the hearts you break everytime you moan...
*

*
En Tijuana conocí a una linda japonesa llamada Lain. Azeta en ese mismo entonces conoció a una chica que le recordó las últimas palabras de Cristo.
Perseguido y vituperiado por la comunidad científica al declarar que el planeta tierra no hacía parte del universo - no había sido invitado al cotejo astral- y por lo tanto no éramos parte de nada sino de nosotros mismos decidí buscar la paz interior en la zona roja más pacífica del mundo. Azeta, por su parte, emprendió la peregrinación más arriesgada que se pueda imaginar y libros de travesías y expediciones fueron escritos inspirados en su nombre como el nuevo Marco Polo esquizofrénico que atravesó las más vastas coordenadas para sufrir saqueos a sí mismo y pregonar la impronta de su propia derrota a vastas legiones más allá de donde muere la línea del horizonte celeste.
*medellín 1943

Sunday, February 10, 2008

la brisa de la madrugada



A veces observo al espejo retrovisor y veo mi adolescencia. Un pasado tan pesado como la carga de Atlas. Y siento que allí ocurrió algo que no me afectó en lo absoluto. A pesar de que yo estaba presente y me ocurría precisamente a mí. Imágenes fugaces y luminosas, con estallidos de luz que impiden reconocer mi rostro y mis gestos; estando presente yo y nada parecía afectarme. Seguramente el desinterés propio de la edad, la falta de conciencia o el escaso desarrollo de un Yo maduro. Escucho rayos de la época y siento el pinchazo en el vientre. Sworn and Broken de Screaming Trees. Hacía un calor infernal, amigo, y ahora estoy jodidamente solo debajo de esta puta palma a la intemperie de los moscos que devoran mi rostro empadado en sudor. La noche brilla pero el horizonte es negro. Yo me empapo un poco de tiernas expresiones de los ojos y los escondo a donde nadie se interesa de mi universo adolescente. Las gafas ayudan, es verdad, me sirve ser una pequeñita mierda. Para eso sirve ser una pequeñita mierda, para que se pierda el interés en ti y se te mire como un díscolo ser frío y fuerte que puede soportar la humedad de este viento tóxico que te ahoga en la soledad de tu cuarto empapelado en las bandas que te gustan: soundgarden y otra mierda. Era verdad que a veces gritaba y lograba disimular este grito de cucaracha en una carcajada, así que no había problema, el chico desagradable sabe reir, sabrá afrontar El Mundo. También soñaba mucho en tiernos sueños y creo que es lo peor, que también soñaba cosas que no sabían afrontar El Mundo. Luego, mucho después, me metía una línea de cocaína y creía que lograba sobrevivir El Mundo, me empeñaba en podrir mis sueños, en aplastar con el zapato los tiernos sueños y en no soñar para no sentir, para no herirme, para no estar otra vez en la piel de esta repulsiva pequeñita mierda. Cuando el grunge se puso de moda yo seguía escuchando grunge a pesar de ser lo más distante de la moda. Cuando el grunge se puso de moda, el mundo de la moda siguió su rumbo superficial e idiota y yo seguí mi rumbo grunge, profundo y autodestructivo. Cuando huelo una lata de cerveza mi memoria se dispara a estos días. Mucha juerga sin diversión; muchos amigos para la soledad; ninguna mujer para un vasto amor refugiado en el corazón dispuesto a volverse trillas por alguna degenerada que estuviera tan llevada que se fijara en uno, con aletas de cucaracha incluída. Luego, mucho tiempo después, en el sports bar de una playa llevada a menos de los USA, la mujer de mis sueños adolescentes se sentó a mi lado a tomar Bourbon. Rachel se llamaba. Hermosa y llevada del carajo. Babe, contigo me hubiera perdido en el corazón de una América estúpida y enloquecida, con el consuelo del azul de tus ojos que me remontaría por siempre a un mar alterno en otra galaxia y sabría que allí pertenecía el verdadero bicho que no se cansaba de destrozarse el corazón. Rachel se encontraba en proceso de separación de un tipo idiota que no sabía valorarla, le restregaba a las chicas de los sueños playboy en su aplastada existencia y la jodía por haberlo jodido a él casándose con ella. Era un verdadero animal de playa caído en desgracia por una estúpida-clásica-mujer-americana que no valía un dime. Ella ahora lo sabía y lo detestaba, pero también se odiaba por no dejar de amarlo. Rachel, mi sueño adolescente materializado, has leído a Kafka? No lo había leído pero sus aletas de cucaracha sonaban al compás de mi corazón. Pero era una cucaracha interesada en animales de playa no en cucarachas de los agujeros araucanos del tercer mundo y las noches asfixiadas en miles de canciones en inglés dedicadas a ellas, las cucarachas americanas. Sobra decir que sólo pude apreciar el vasto océano de ese planeta de otra galaxia a través del telescopio de mi rancho arruinado: un planeta que repelía las misiones interesadas en ella. No quería follarla, no quería tenerla debajo de mis risibles brazos flacuchentos, no quería golpearle su culo con mis guevas. Sólo quería que me quisiera. Quería que ese planeta que desprendía con gracia su vida marítima susurrara a mi oído: te veo como tú me ves. Hey ah na na. Innocence is over. Hey ah na na. Over. Es de noche en la llanura araucana. Tomo una cerveza del refrigerador. Me siento en la sala y me tiro en el sofá. En la tele hay pocas opciones: programas eróticos en Globo, el canal brasilero; sexo pícaro en el canal peruano. Necesitaría estar un poco menos borracho para aguantarme Cartoon Network. Afuera las iguanas corren en busca o perseguidas por no sé quién o qué. El mundo no se mueve y el silencio de las estrellas me invita a mantenerme arrinconado. Mis amigos se han ido de farra esta noche y han preferido no llevarme esta noche. Mis padres duermen en la habitación de arriba junto a la habitación de mi hermana que también duerme. Estoy solo en la casa, me digo. Hay mucha cerveza en el refrigerador y voy a tomar hasta caerme muerto en la cama. Es lo que por general hago. Pero también sonrío, podré sobrevivir El Mundo. Hace un tiempo al pensar en estos años pensaba que no era más que un pajero. En realidad, practicaba con mucho interés la masturbación. En realidad, veía como volaba la leche por el cielo hasta el techo y volvía a mi cuerpo como una misión abortada a mitad de camino. Pajero significa autosuficiente. Y es que pensándolo, desde hace poco, nada me parece más falso que concebir como autosuficiente a una persona que gritaba sin gritar la necesidad de que alguien lo complementara. Que sufría realmente por falta de amor, por entrar al universo en el que la gente se besaba y se decía tonterías, el universo en que la gente se dedicaba estúpidas canciones de amor y se decía: con esta canción te recordaré por siempre, mi otra mitad. Sufría y recuerdo que ya antes de partir definitivamente de Arauca, en una fiesta de amiguitos de mi hermana, a un pequeño gilipollas que decía que ella le rompía el corazón y se ufanaba de ello y ponía ese estúpido disco, Pablo Honey de Radiohead, y se botaba en el suelo personificando un sentimiento ajeno, le apagué el equipo, le mandé a la casa y le dije que en presencia mía no volviera a hacer ese obsceno número que ya tantas veces había visto. Más bien, sabría decir que en mis años mozos de estar vuelto mierda era un perfecto auto-insuficiente. Ya parecía que no estaba enfermo. Sin embargo, la enfermedad se lleva en el alma. Uno cuando canta, canta en la enfermedad. Uno no respira sino enfermedad. Y cantaba enfermedad, hablaba enfermedad, miraba enfermedad. Incluso cagaba enfermedad! Lloraba en el baño de esa casa. Eso fue a comienzos del 97, si estoy tan mal. 10 años y esa imagen no se borra. Sentado en la taza y llorando. Tal vez estaba cagando pero tal vez quería morir. Fell on black days de Soundgarden. Estoy algo jodido. Estoy en quinto de primaria, en Bogotá D.C. LLevo un disfraz de payaso y hago un monólogo jodidamente largo y jodidamente bueno que provoca llanto en mi público escolar, toda la escuela de ese entonces y acto seguido los aplausos. Yo estoy al frente de todo un auditorio y sin creerlo me largo en un monólogo conmovedor de un payasito de 10 años y hago que los profesores se emocionen y que los niños lloren y que los padres se pregunten qué carajos hace ese niño allí pintado como un puto payaso. Es una obra, una obra de escuela. Una obra de escuela distrital. Una obra barata de primera. La noche anterior la estudié con atención y dedicación con mi madre. Pero soy un pésimo hijo. Mi madre era severa y yo se lo agradecía porque sabía no iba a fallar. No esta vez. Había encontrado mi profesión: más que actor, la de payaso. Resultó que me aprendí toda la obra, mis partes y las partes de los demás actorcitos. Como era natural ningún niño se aprendió por completo su obra y yo desde el telón les gritaba o les guiaba sus partes. Llegó el momento en que todos terminaron sus roles y el encargado para culminar la trama era mi monólogo. Me regué con otra voz, con otra vida y de allí, desde ese otro espacio, brotaron los aplausos, las lágrimas, la emoción. Había rapado desde ese algún otro lado algo que dirigí hacia mi lado de escolar rechazado por ser el peor en deportes. Otro día un pequeño discurso sobre 1492. Mierda de la conquista. Más aplausos. Qué memoria la de la pequeña mierda. No se volvió a saber nada más de la pequeña mierda. Seguía ausentándose del colegio para cumplir su cita con el hospital. Se graduó de primaria siempre con mención de honor en disciplina. Muchas llamadas de atención por su desempeño social, pero buena disciplina! En bachillerato alguien muy muy cercano le dijo que era tan idiota como para poder graduarse de bachiller. Que no se preocupara. Y la verdad, no se preocupó mucho en hacerlo. Todos los años de bachillerato fueron una desgracia. Los profesores decían: la mejor época de la vida. No sabía a qué se referían. Claro, se refieren a la época en que los animales más fuertes se cogen a las animales más brutas. Se refieren a la amistad homoerótica de inflarse los músculos y reducirse el cerebro, darse una palmada en el culo y decirse: bien, Giovy, sos lo máximo! El colegio es la verdadera cagada pero en adolescencia el colegio no me importaba porque ya había sido oficialmente declarado bruto para lograrla. Tenía gafas, es cierto. Las viejas buenas y licenciosas se me acercaban con precaución y me preguntaban si era científico. Yo le preguntaba a los profesores de ciencia la manera de producir cocaína hasta finalmente conseguir la fórmula. Los tipos me pegaban hasta el cansacio. Alguna vez quise ser budista y les dije: el dolor no existe. Con ese interés de idiotas que quieren aspirar a la inteligencia pero que queda amputada en la mitad me golpearon de nuevo y me preguntaron: le duele? La verdad no me dolió pero dije que sí para que dejaran de golpearme. Era budista mas no idiota. Luego aparezco en Arauca. Allí no me golpeaban aunque ganas no les faltaban. Alguna vez alguien para insultarme me dijo: usted es tan poca cosa que nadie quiere pegarle. Pero muchos quisieron pegarme. Ya no estaba enfermo, si consideras que en ese entonces no era un alcohólico ya -y en este caso sí que estaba jodidamente enfermo. Me gustaba sobretodo ver el atardecer desde el tercer piso del edificio. A esa hora recuerdo que ponían Heaven besides you de Alice In Chains. No la volvían a poner sino entrada ya la madrugada. El resto era programación de playa y canciones de mierda de Rap: tupac shakur, snoop... No tenía VCR y como me encantaba tanto esta canción me empeñaba en volver a escucharla hasta la madrugada. En la espera vaciaba el refrigerador de cuanta mierda tuviera: entre esa mierda muchas latas de cerveza. Recuerdo que la primera vez que desocupé toda una caja (petaco) de latas de cerveza, y terminé la última, escuchando justamente Like the coldest winter chill heaven besides you.. hell within... me sentí como uno de los cuervos que en la mañana visitaban el palo que daba en la otra esquina, no la de la calle, sino la de la residencia, esos pájaros negros tan hermosos en su luto y tan madrugadores. Disfrutaba la canción totalmente ebrio, la cantaba, la bailaba, llenaba de la primera luz del día mi feo cuerpo y mi feo rostro, en el cielo, sintiéndome en el cielo. En efecto, el azul del video es totalmente conforme con el azul de la muerte de la noche y el nacimiento de los días de mierda. Y la brisa que llegaba a través del gran ventanal era un placer para el alma intoxicada. Terminaba la última lata al ritmo de una frenética y repetitiva canción de rap que me sentaba mal; el sol ya empezaba a ponerse impositivo; revisaba la nevera; con excitación veía que había "sido capaz" de acabarme toda una caja de cerveza: los adultos despertaban y maldecían aquel bicho borracho y degradante en la sala; yo me despedía y caía como muerto en la cama...

Monday, February 04, 2008

4 de febrero 2008

No ignoro la gracia y el regocijo que debí haber causado en el listo del número de emergencias cuando le comenté mi situación.

- Veo un objeto inmóvil en el cielo que no hace mucho trazó una curvatura insólita desplazándose de izquierda a derecha cayendo sobre sí mismo unos buenos grados hasta levantarse con violencia hasta alcanzar la elevada altura que ahora mantiene, completamente quieto.

Yo mismo no podía creerlo. Acababa de terminar el capítulo de la luna de un exquisito libro de divulgación científica. Faltaba poco para que en el café Juan Valdez cerraran simbólicamente por quince minutos en apoyo a la marcha que se efectuaba al mediodía. Los marchantes se apuraban a los sitios de concentración con sus camisetas blancas y gestos decididos. Yo me mantenía al margen, vestido de negro, como habitual, con miedo a los posibles reproches que los manifestantes pudieran reclamarme por no usar una pintoresca camiseta que rezara: Colombia soy yo. Como si Colombia no fuera yo también. Precisamente porque Colombia también soy yo decidí mantenerme al margen, vestido de negro, en silencio, sin camisetas que aludieran a mi obvia nacionalidad colombiana como si de verdad alguien pudiera sospechar que Colombia no fuera yo o descreer de mi evidente nacionalidad colombiana, aunque bien podría pasarme perfectamente por venezolano, por mis rasgos físicos, pero a la hora de hablar el acento me delataría y la gente dejaría de dudar que no soy colombiano porque mi acento aunque poco claro es evidentemente colombiano, sea lo que sea lo que de esto se concluya.

El cielo era de buen augurio para los marchantes. Un espléndido día con un sol radiante y un cielo límpido. Pocas nubes, tan blancas como las camisetas de las muchachas más agraciadas que entraban al tumulto de manifestaciones. Luego de terminar el capítulo sobre nuestra amiga luna decidí contemplar un poco aquella belleza de una juventud envenenada en odio y podrida en divisiones.

- Por favor dígame el número de las emisoras locales para encender las alarmas

El chico listo del número de emergencias apenas podía creer lo que estaba escuchando. Seguro que anteriormente debía tener noticias de locos que llaman a informar sobre presencias extraterrestres y platillos voladores en el cielo pero jamás hubiera creído que él fuera a ser alguna vez testigo directo de aquella exuberante locura. Sin lograr reprimir del todo una risita burlona me preguntó si estaba viendo un objeto volador no identificado en el cielo. Le respondí convencido que sí. Y no lo hubiera creído del todo. Hubiera quizás sospechado que se trataba de un delirio, de una alucinación, de una válvula de escape a la tontería terrenal que impregnaba la marcha. Sólo que minutos antes me acerqué a mirar más claro el fenómeno y sin dejarlo de ver le pregunté al viejo del lado si acaso no veía ese mismo punto luminoso que yo estaba viendo. Me dijo que seguramente se trataba de un avión pero le repliqué que estaba totalmente quieto en el cielo, hazaña que es bastante improbable para un avión comercial. Le dije, seguramente es un globo. El viejo me miró como un bicho raro, volvió a ver ese punto blanco y se fue. No estaba delirando, se trataba de un fenómeno objetivo y el viejo era la prueba de que no se trataba de una percepción meramente subjetiva sino que tenía una realidad precisa verificada por la reacción del anciano.

- No le puedo dar el número de las emisoras para estos casos señor, lo siento.

Me respondió el listo del número de urgencias. Procedió a preguntarme mi ubicación y la posible ubicación del objeto. Me reservé mi nombre, porque ya era obvio que el listo estaba tomando provecho de la situación y no quería prestarme para sus impías burlas de necio. Me preguntó si estaba seguro de no estar viendo un avión. Un avión pasó dos veces cerca de ese punto, lo que me llenó de espanto por unos segundos. Y parecía que el avión atravesara el punto sin consecuencia alguna. O el punto se desvaneciera al paso del avión y reapareciera luego de un rato que el avión hubiera cumplido su trayectoria. Lo más probable también, y luego terminé de convencerme de ello, es que el punto se encontrara en un lugar mucho más distante del avión. En los bordes de la estratosfera. No, evidentemente no era un avión. Pero sufría por dentro por la conciencia de estar presentándome como un maniático, de esos que gritan en la calle sin que nadie los escuche, que huele a azufre, que llega el fin de los días y la gente agacha la cara y se pone las manos sobre las mejillas y se burla.

Necesitaba encender las alarmas, no a la manera de Orson Welles, porque estoy lo suficientemente fregado como para querer burlarme de alguien y simular una supuesta invasión extraterrestre; en este caso sería yo quien terminaría burlado pero nadie inventa una fantasía para lograr este objetivo tan concreto. No deseaba no ser tomado en serio pues estoy lo suficientemente fregado como para creer que en realidad algo existe afuera sosteniendo su mirada sobre el mundo a la manera del ojo divino del Guernica de Picasso.

Tal vez se tratara de un satélite metereológico, trataba de consolarme luego del fracaso comunicativo con el listo del número de emergencias. O quizás como me lo había sugerido alguien en otro momento un planeta visible gracias a la impecabilidad del cielo en ese instante. Pero un planeta no describe esos bruscos cambios de órbita Lo miré mientras estaba fijo colgado en el cielo. Tratando de hallar razones a mis ojos. Recordé las fotografías mostradas en los noticiarios hace poco de avistamientos de ovnis en Medellín. Objetos con una proporción geométrica cilíndrica y chata muy similar al que estaba observando en este instante. Los testimonios eran todo menos claros. No pude dejar de arriesgar analogías.

Con el paso del poco tiempo pude ver que contrario a lo que en principio parecía el objeto no se encontraba en absoluto estabilizado. Ahora caía de nuevo sobre el árbol que amputaba el cielo, el cual fue el punto más bajo en que cayó antes de alzarse de nuevo hacia más allá del destino de los aviones. Una vez lo perdí me levanté con el fin de sobrepasar el árbol que interrumpía la visión del objeto. Pasé sobre los carros, sobre la calle, sobre los marchantes que alzaban pancartas de odio disfrazadas de amor.
Una vez superado el obstáculo del árbol, en medio del aparcamiento de McDonald’s, bañado por los rayos del cenit del sol y refrescado por el viento de las montañas del oriente, puesta la vista al cielo, perdí desoladamente el objeto. No podía dejar de ver hacia el cielo como los idiotas. Los mensajeros del establecimiento me apartaban rudimentariamente de sus labores. Estaban llevando unas cajas de un lado a otro, yo sin comprender las razones. Un mensajero que recién llegaba contaba con ánimo cotidiano el accidente de una señora con un bus. Pregunté si la señora había muerto. El accidente tampoco era tan interesante. Sencillamente un carro manejado por una señora que choca un bus. En medio del tráfico y la manifestación. Volví a alzar la mirada al cielo. Me acerqué al árbol que en principio había estorbado mi completa visión de la trayectoria del objeto. Allí el árbol sacudía sus ramas como un baile ancestral. En el cielo no veía nada. Cerré los ojos y sentí que una polilla me pasaba sobre la nariz. Así que todo había sido una polilla, un error de perspectiva. Claro, tan idiota, desde lejos la blancura de la polilla contrastaba tan fuerte con el azul del cielo que parecía estar volando cientos de kilómetros consumida en él. Los aviones no la tocaban no porque estuviera tan lejos sino precisamente por estar tan cerca.

Un desamparo me albergó el corazón como una súbita muerte de Dios y me quedé paralizado por completo, allí en medio del gran estacionamiento de las comidas rápidas. Deseaba llorar o tirarme al suelo. No restaba más que gente yendo de un lado a otro con sus pancartas de nacionalismo exacerbado y yo había perdido la razón de la manera más lamentable. Me sentía un débil mental de primera. Quería internarme en la Monserrat por delirios y alucinaciones fortuitas a mediodía. No era posible que tanta literatura barata y fantasías de ufos y vida alienígena me hubieran carcomido el cerebro de esa manera. Siempre pensé que era tan razonable como para enfrentarme a ellas con un punto de vista distante y escéptico, ahora me encontraba sufriendo por la falta de magia en el universo y porque la Verdad estuviera de mano de gente asquerosa que incitaba a la guerra y el odio, a las tumbas asentadas en tierra y no a la vida por fuera, en otro espacio, la belleza de albergar otra realidad.

Respiraba hondo y en busca de la polilla que me había roto el corazón de infancia pude observar algo hermoso. Parecía una paloma y surcaba decidida el hermoso cielo con sus blancas alas que al sol parecían brillar con luz propia como poseedoras de un aura que difícilmente podría erradicarse de la vida humana. La vi volando resuelta en medio del vasto cielo que se abría en Bogotá esta tarde hermosa y sentí mi espíritu rebosante de felicidad

No la perdí de vista y fui detrás de este destellante espectro. Allá en el occidente. Mientras iba detrás de su irreal luminiscencia me percaté de algo real. Resultaba imposible físicamente que aquella paloma brillara con tal incandescencia desde la lejanía en que ahora la percibía. Por más blanca que fuera no podría jamás reflejar la luz del sol con aquella fuerza inusitada.

Atravesé hábilmente la avenida, esquivando carros que ondeaban banderillas blancas. Caminé sobre los prados sin temer tropezar con las ratas que habitan allí. Sobrepasé dos hombres de apariencia sospechosa que me vieron tan concentrado en el cielo que decidieron dejarme en paz. Palpaba el suelo con mis pies mientras me concentraba en hallar de nuevo la paloma.

La paloma ascendió hasta el cielo de nuevo más allá del alcance de los aviones. Se mantenía fija por un rato y luego desaparecía, como un guiño de ultramundo. De nuevo tomaba la forma de un planeta. Emitía vibraciones de Venus a los desengañados. Me sentí súbitamente muy perdido, a la deriva de una fuerza superior que me señalaba la dirección en la cual desaparecer completamente hacia la muerte o hacia la búsqueda de nuevos planos dimensionales de sensaciones e inteligencias. Los árboles que rodeaban el aire empezaron a arrojarme sus hojas como madres que lloran la despedida de su hijo en el momento en que nace. Cerré los ojos con la vista puesta en el punto luminoso que colgaba en mi corazón esperando saber obedecer a la orden de arrojarme de una buena vez hacia los fugaces autos que recorrían la autopista o saber esperar un huracán que se abriera en torno mío remontándome a los albores más fantásticos del universo en que la vida fuera una bendición. Miraba los cristales de los buses que con prisa iban por la avenida y predecía mi sangre en sus parabrisas, una cara deformada con una risa inocultable. Un nuevo nacer que me recibiera en el polvo del cosmos acariciando las ruinas de un sueño imposible. La inscripción de la palabra como la fundación de un planeta deshecho en lágrimas. Amor, sólo estoy bien y no preguntes demasiado.

Una nueva luz emergió de algún lugar remoto del horizonte y precipitó al viejo punto brillante hacia su dirección sin que este último lo alcanzara por completo y perezoso prefiriera quedarse de nuevo en otro sitio estratégico del universo en que me costaba reconocerlo y luego desaparecía y aparecía otra vez en un punto cercano pero siempre misterioso ejerciendo una sombría sensación de ambigüedad en mi materia.


Algo cayó desde los cielos, al momento en que el nuevo punto veloz iba ascendiendo hasta un horizonte más incierto en el que sin embargo su contorno se hacía mucho más claro que el original punto que me interesara. El tercer objeto caía a menos de cinco metros desde donde me encontraba, como un fantasma que fuera descendiendo protegido de un hálito ardiente. De nuevo cayó hacia un indeterminado lugar en medio de un mini bosquecillo improvisado en una de las separaciones de la autopista. Pareció perderse al tacto del primer árbol pero deseé ir hacia este punto para enterarme realmente de qué se trataba. En ese intento un gran camión pitó y me botó al lado de mi acera. Volví a ver hacia el cielo y de nuevo pude identificar los dos objetos. El primer punto seguía apareciendo y desapareciendo misteriosamente sobre una misma área del cielo. En cambio el segundo objeto parecía dibujar una elipse más definida en el horizonte que entre más lejana a la tierra estuviera parecía otorgarle mayor forma. Esta forma era muy similar a la de un satélite artificial.

Duré aproximadamente una hora con la mirada concentrada en el cielo. Luego perdí el rastro del punto, el cual pareció dejar de aparecer sencillamente para desaparecer por completo. El probable satélite también se perdió en el lugar más lejano del azul del cielo. Sentí una inmensa curiosidad por el objeto en forma de platillo ardiente que cayó a pocos metros míos. Los carros andaban a toda prisa por la autopista y sentí que mi hora de morir ciertamente había pasado. Me sentía fatigado, absorto, desamparado y confundido.

Mientras volvía a casa pensé en el fenómeno. La gente regresaba de la marcha, contenta por cumplir su labor ciudadana de marchar. Yo me había alejado del deber de ciudadano de participar en manifestaciones públicas. Pero por un momento también me sentí alejado de ser humano. Sentí que era lícito mirar al cielo y preguntar qué ocurre allá arriba mientras nosotros morimos como ratas acá en la gravedad de esta tierra. Me preguntaba sobre la naturaleza de las extrañas esferas. No quería volver a caer presa de la pasión y llamar a encender las alarmas. Naturalmente, en el momento en que cayó aquel objeto lo más razonable sería llamar y encender las alarmas. Algo cayó sobre la tierra esta tarde y no sabemos su naturaleza. Un pronóstico terrible oscureció el cielo bañado por los rayos del sol. Muy probablemente los puntos que presencié en el cielo fueran tan terrestres y groseros como la gente que levantaba pancartas y gritaba en las calles. No estoy seguro de nada. Aviones fantasmas de los Estados Unidos. Satélites espías de aliados o enemigos. Esferas pitagóricas de la verdad o resquicios de una tormenta solar. Objetos extraterrestres, extradimensionales o puertas abiertas a dioses Primordiales con voraz apetito de seres simples.

No puedo estar seguro de algo más que este sentimiento de despojo cruel que me alberga al pensar que seguramente no fui digno de ser llevado con ellos al mismo lugar al que se dirigía mi paloma incandescente.