Tuesday, April 29, 2008

Kerberos Monogatari

En el antejardín de mi casa decidí recostarme un poco a tomar sol. Sentí un poco de alivio al poder recargar las energías de mi cuerpo en este breve plazo sin lluvia y niebla. Me cubrí los ojos con los dos brazos y yací con los ojos cerrados sintiendo el abrigo del sol en mi barbilla, en mis mejillas, en mis brazos, en mis piernas. Me vino a la memoria la imagen que mi amigo me mandó al correo, en el que se veía cómo el sol era inclementemente atacado por una gigantesca ola de gas caliente desplazándose a una velocidad desmesurada recubriendo el sol por completo en media hora. El fenómeno fue llamado por los científicos, a manera de analogía, como el tsunami solar y resultaba asombroso comprobar que la energía provocada por el fenómeno podía desatar en un segundo dos mil millones de veces todo el consumo de la energía mundial. Pensé en el pobre sol allá sumergido a la vertical de una galaxia hermosa, que no por necedad se llamó la vía láctea, compuesta por millones de soles y en el centro una hermosa conflagración de luminarias divinas a las que se dirige su ápex. Volteé la cara un instante y un penetrante olor a sal me llegó al fondo de la nariz. De inmediato reconocí su repugnancia y aún con los ojos cerrados traté de explicar el origen de este hedor. Incluso me olí al pensar que yo era el origen de esta pestilencia. Lo sorprendente es que olía a carne. Sentí por un instante como si hubiera pasado un año sin que yo me hubiera percatado y fuera yo quién empezara a desintegrarme bajo el efecto de un sol voluntarioso empeñado en surcar su camino hacia el centro de la luz absoluta. Decidí abrir los ojos asustado por el rumbo de mis pensamientos y al volver de nuevo mi cara encontré el origen del apestoso olor. Dos pedazos de costilla se podrían en el césped. No sé el por qué se encontraban allí pero dejaban una desalentadora premonición de muerte. Es algo que no quieres ver en el centro de tu antejardín en la apacibilidad de un mediodía. Quieres ver las flores celebrando su alimento solar, quieres ver los niños jugando, quieres ver el verde brillando. De repente estás acostado y tu cabeza está en medio de dos pedazos de costilla en estado de putrefacción desde hace varios días. Entiendes que tu cabeza también se pudre por efecto de ese sol sin el que nada sería tampoco posible. Anoche tuve un sueño que de alguna manera me conecta con el episodio de las costillas podridas. Me encontraba con ella y a veces yo llevaba en mi maleta dos cervezas. Una para ella y otra para mí. Nos la tomábamos en el bus. Un señor nos preguntó si ese ramo de flores era artificial. Yo recuerdo que lo llevaba como si fuera una bolsa y la pobre matica sufría mucho. Es natural, le contesté al señor que iba en el bus. Ellos eran de Pereira por la conversación, pero tenían una charla tan amena y grata que más de una vez me descubrí sonriendo con ella de las ocurrencias de la pareja. La noche era triste y terminamos en una cantina oscura hasta que cerraron las puertas y terminaron sacándonos. Antes compramos una media de aguardiente y la terminamos en el parque. En el sueño yo estaba al lado de un reconocido escritor bogotano. Él bajaba por las escaleras eléctricas, pero como eran tan estrechas yo había decidido cogerlo de la mano y bajar de un lento salto como un aterrizaje de superhéroe. El escritor sorprendido me preguntaba cómo lo había hecho y yo le había contestado: ya ves, tu escribes, yo vuelo. Luego él se encontraba con su familia y lo habían recibido de una manera que me parecía tan bogotana que había decidido mantenerme aparte porque no tolero mucho estas muestras de afecto retenido de los bogotanos clase media-alta. Luego me había dirigido al baño y el escritor me había dicho que lo esperara. El baño estaba atestado de viajeros que seguramente habían sometido sus tripas a lo largo de todo el viaje y ahora se desquitaban. Lo recuerdo porque veía debajo de las puertas para ver qué cabina se encontraba vacía y todo lo que veía eran zapatos mirando al frente con pantalones caídos. No había remedio, tenía que usar el orinal. Allí ya se encontraba ese escritor bogotano orinando. Yo me saqué la pollita para orinar pero me resultaba incómodo. Eran de esos orinales que se disponían de a cuatro. Dos en un lado y otros dos justo al frente, así que uno tenía que ver a la persona que estaba en frente de uno meando. A mi lado estaba el escritor bogotano, ya empezaba a soltar el chorro. Al frente mío un negro de pelo corto afro esponjado. Saqué mi pollita para disponerme a orinar. Siempre me ha resultado lo más de incómodo del mundo tener que orinar al lado de una persona, ahora al frente inmediato de otra se me hacía imposible sencillamente. Para empeorar la situación el negro jadeaba. Ahora se quejaba y hacía toda clase de sonidos. Yo esperaba a que el chorro saliera. El negro empezó a remilgar en inglés. Yo me miré con el escritor. EL escritor dibujó una risa en la cara, mientras satisfecho se guardaba su pija en el pantalón. Yo traté de concentrarme y no hacer caso del hombre del frente. Pero el hombre empezó de nuevo: oh my god, yes, yeah, come on' man, yes, let it go man. Bajé la cabeza hasta tocar la mandíbula con el pecho y empecé a sonreír un poco. Subí la mirada y el hombre me miraba con cara de reproche. Cerré los ojos y traté de seguir en lo mío. Pero el negro seguía y cada vez lo hacía con un acento sureño más pronunciado: yes, man, come on, show me what you got. Ahora no podía retener la risa y empecé a reirme. Ahora ya no podía aguantar más la risa y resulté soltando una carcajada lo más de estruendosa: JAJAAJAJAJA y era como si la carcajada me ganara porque el hombre me miraba con la frialdad de un asesino pero yo no apenas me detenía en su cara y escuchaba sus quejidos ingleses y otra vez la carcajada volvía cada vez en un grado que yo desconocía capaz de contener. Viendo que era imposible mear en estas condiciones decidí meterme la polla en el pantalón e ir a lavarme las manos. Atrás de mí venía el hombre negro de mediana edad, tamaño promedio y peso pluma. Yo me lavaba las manos y el escritor al ver problemas decidió retener la amenaza. El negro se abalanzaba hacia mí pero el escritor lo lograba controlar. Entonces el negro empezó a gritarme: tú motherfucker no sabes quién soy yo, yo en mi juventud fui boxeador y tú una pequeña mierda, eres una pequeña mierda que se burla de los viejos. A mí me daba mucha risa el señor y la situación. Recuerdo a la gente saliendo de las letrinas, aún un poco desconcertadas por tener que verlas con su sistema digestivo, y sin entender el por qué de la tensión latente entre el señor moreno y yo. En un momento de descuido de mi amigo (¿?) escritor, el exboxeador se soltó y se abalanzó sobre mí. Me cogió del cuello y yo trataba de vencerlo con mi altura pero era imposible ante la fuerza de él. Trataba de codearle la cara pero el verle la cara me daba mucha risa, así que en un momento en que no contuve mi risa el hombre aprovechó y me pegó mi primer puño a la ceja derecha y recuerdo que en ese instante yo tenía tanta energía que no podía sino reir como un desesperado aún cuando tuviera la mitad de la cara llena de sangre por el chorro que se desprendía de la ceja. Yo seguía de píe y lo empujaba y le decía: yeah, let it go man. El hombre más se enfurecía y me daba golpes al estómago que me provocaba flatulencias que eran recibidas con mucha gracia y me provocaban más carcajadas frenéticas. En un momento el negro se abalanzó sobre mi cuello y me llevó a una letrina que quedaba en una esquina. Me cogió la cabeza y me la dirigió con el fin de hundirla en el agua. A lo que yo le decía: No, es demasiado americano, lavarme la cabeza en la taza de baño es demasiado americano.. y no podía dejar de reir. El escritor me salvó de las garras del endemoniado hombre negro y me llevó al lavamanos con el fin de lavarme un poco las heridas. Pero el negro se acercó con las manos empapadas y decía: esto es agua de la taza de baño y tendrás que chuparla de mis dedos hijoputa. Así que aún con el escritor teniéndome medio arrastrado en el piso, el negro se puso encima mío y me metió los dedos a la boca y me decía: chupa, chupa que estos es lo tuyo, agua de mierda, hermano. Y yo le chupaba los dedos con mucha gracia, como si fuera un acto de la más excelente calidad sexual y le decía: hmmm qué rico, qué rico papi esos deditos. Recuerdo que amanecí, aún con el recuerdo de esa risa frenética en mis labios, con esa sensación de ser mancillado hasta la muerte pero con una risa encarnada en lo más fondo que ponía una distancia entre mí y las situaciones que me ocurrían, como si mi cuerpo también fuera una bolsa que requiere explotar para encontrar qué ahí allí adentro. Hoy siento que perfectamente podría ir a la tienda y encontrarme a ese hombre de cabellera corta afro y decirle que ejecutáramos un acto igual de escandaloso sólo para probar las posibilidades de nuestra embriaguez.

Sunday, April 20, 2008

(untitled)

Un ramo de flores envuelto en papel periódico tirado en el sucio césped húmedo. La noche es cálida y apacible. Transcurre el año. Las estrellas titilan a distancias increíblemente absurdas. Los coches viajan velozmente por la autopista. Los niños asoman su ventana a las aceras. Las mujeres viajan en el puesto de copiloto, junto sus esposos. Los vendedores de minutos se juntan y charlan un rato después de la jornada. Pasos apurados se escuchan por las lozas del puente metálico. Silencio de brisa roza por los rostros somnolientes de los usuarios del transporte público. Cruzamos la noche como un lánguido océano inagitado.

Al otro lado de la mesa el hombre con turbante me dice que está llorando. Yo tomo mi malta con pitillo y trato de imaginar su contorno. Me levanto de la mesa. Cuando vuelvo el hombre con turbante sigue al frente mío. Mientras yo tomo mi malta, sorbiendo con el pitillo, el extraño confiesa estar llorando. Él está llorando, pero no veo su contorno. Cuánto tiempo llevamos sentados y no nos reconocemos. Sólo pronósticos terribles. Este hombre incita a seguir sus lágrimas aún cuando no se sepa nada sobre él. Repentinamente ambos estamos llorando. De repente siempre estuve solo. Al frente de mi mesa hay un espejo y mi imposibilidad de reconocerme en este mar de lágrimas. Mis manos sobre el calor de mi rostro ardiendo. De repente nunca ha habido nada. Todo se fue para la mierda. Todo cumplió su silenta lenta trayectoria desde el final hasta el olvido. En un café internet, él me dice que está llorando. Yo aparento sorber una malta pero aparento existir aparte. Lo recreo con un turbante, porque su tristeza insola y es árida. Provoca el último esfuerzo de lagrimeo en los ojos para aclarar la vista y ver que al frente no queda nada.

Ella está fumando un cigarrillo mientras lo espera a él. Él es alto, delgado y jorobado. Ella pasea por el supermercado mientras él llega. Ella mira a través de los estantes. Mira la fruta. Mira los granos. Mira los paquetes. Todo está empaquetado. A veces, piensa, no sientes que te has pasado de la raya? Es como si se hubieran sobrepasado los límites, entonces en realidad no somos libres de la manera en que pretendemos serlo. He sobreactuado mi vida, piensa ella, que ya no fuma desde que ha entrado al supermercado. Los productos están bañados en luz aséptica que diseñan un espacio interior propio con una visión particular de la vida y los alimentos. Ella tiene náuseas a pesar de no haber probado bocado en dos días. Si hubiera comido estaría vomitando por lo menos. Pero sencillamente no hay necesidad de comer. Como si el cuerpo ya no se esforzara por aplazar lo inevitable. Se sienta en una silla del improvisado café al interior del supermercado y se deja sumergir en la marea de un repentino sueño. Él nunca llega. Ella mira el reloj y sabe que no llegará. Más de dos horas han pasado desde lo acordado. Quiere llamarlo al celular pero sabe que es inútil. Sale a la terraza del supermercado y enciende un cigarrillo. Siente frío y cansancio.

Thursday, April 17, 2008

Walking Wounded



Esta canción posee una tristeza despedazante que siempre logra quebrarme.

Una escena de la película del año 1999, Splendor de Gregg Araki, ella acepta la invitación de su amigo intelectual a tomar unas copas en un bar. La música de fondo: Before today mezclado por Chicane.



Splendor de 1999 logra rescatar esas inquietudes elementales de confusión de nuestra generación: los problemas de relación, la idealización de la pareja, la imposibilidad de amar a una sola persona que satisfaga todas nuestras expectativas. No trato de... entienden... de sublimar una película y decir que Araki sea el Godard actual, porque es falso. Existen películas para la posteridad, pero también existen películas que de alguna manera responden a unas inquietudes propias generacionales. Pueden ser una soberana mierda, pero vaya... Por ejemplo, vean El Calentito y entiendan por qué no estamos en el 2008 sino que vivimos en 1981.


Clearwater, Florida.

Amanezco con unas ganas irresistibles de emborracharme, como siempre. Mientras los demás compañeros de casa tratan de improvisar sus desayunos medianamente comestibles, yo agarro los pequeños bafles de Andrea y los conecto a mi Walkman. Abro la primera lata de cerveza. Al frente mío está una muchacha americana de 18 años algo entrada en carnes. Está tirada en el sofá donde anoche se la comió un muchacho colombiano bastante prepotente. Hoy ha salido temprano a trabajar. Yo creo que estoy en la casa porque ya me han echado del trabajo. Ella me dice si puedo darle un poco de mi cerveza. Le doy una lata nueva. Me pregunta qué es lo que suena. Le digo que EBTG. He puesto el Walking Wounded. La primera canción del álbum es Before Today. Me dice que es bastante deprimente. Le contesto que me gusta. Ella dice que hoy ha amanecido deprimida. Nos terminamos nuestra primera cerveza del día. Aún no son las 8 de la mañana. No hemos comido nada y no lo haremos sino dos horas más tarde. Nos concentramos en nuestras latas; a veces trato de cabecear con el ritmo y ella permanece con la sábana sobre sus piernas.

Walking Wounded:

Así pues ¿recuerda algo el cuerpo? Una invasión, destrucción y trauma semejantes -cortar, coser, sangrar- han de dejar forzosamente una huella. Muchas de las terapias alternativas y los métodos holísticos trabajan sobre la base de que el cuerpo recuerda. Sostienen que el cuerpo no olvida nunca un parto difícil o un hueso fracturado de mala manera. La tensión y el estrés pueden tener su origen en tales incidentes, mientras el cuerpo lucha por protegerse, y puede a su vez manifestarse externamente en forma de disgusto y desasosiego. Pero cuando ahora me lamento, me parece que solo lo hago por una sensación general de pérdida y de cambio que rodea gran parte de mi presente y de mis perspectivas de futuro así como de mi pasado. A veces quisiera que fuera algo más concreto, algún hecho difícil en el que concentrarme a fin de exorcizarlo: un momento particularmente duro en el quirófano, la laboriosa resección, unos instantes de peligro, una incisión crucial, el tacto del tejido muerto y enmarañado. ¿Son capaces de borrarlo todo las anestesias?

BEN WATT. Paciente. La verdadera historia de una enfermedad poco común.


En el escenario veo a Tracey Thorn cantando con una voz preciosa; su esposo Ben Watt detrás de los teclados, arreglando y orquestando la música para la voz de su compañera de vida. No veo un grupo de trabajo. No veo un esposo y una esposa. No veo una pareja de extravagantes rockeros viviendo en la ola de las drogas y el desenfreno. Veo una comunicación, una armonía, una expresión que se siente en su música y que va más allá de ellos.

Tracey estaba sentada junto a mi cama, leyendo. Me sostenía la mano, soltándome momentáneamente cada dos minutos para pasar la página y volviéndomela a coger, hasta que la sentía fría y volvía a deslizarla por debajo de las mantas.
No quería pensar en qué nos estábamos convirtiendo, o si todavía éramos los mismos. Todo estaba en un presente claramente enfocado. No había un pasado que yo pudiera reconocer o con el que quisiera hacer comparaciones. Tampoco un futuro. Veía una imagen repetida de ella caminando sola por el Embankment, pasando solo para hacer tiempo, el pie derecho sin apenas saber lo que hacía el izquierdo, y eso me dejaba sin habla. Permanecimos muchas horas en silencio, como si nos dijéramos en clave: Lo sé. Lo sé. Más tarde. Más tarde.



Pienso en todo lo que se pudo ser y no fue. Me duele el alma. Por qué está canción me hace llorar? Before Today. I don`t want your history, I don't want that Stuff, I want you to shut your mouth, that would be enough, I don't care if you been here before, you don't understand, tonight I feel above the law and I'm coming into land.

Las cosas en pareja no pueden darse siempre sobre la base de los ideales y de las cosas perfectas. Detesto terminar con una puta moraleja; pero el amor se prueba en los momentos duros, respetando la esencia del otro, los sueños, las ambiciones.

Tuesday, April 08, 2008

Viernes Santo

La palabra. Si yo digo la palabra es la enfermedad. Si yo digo la palabra es la doble naturaleza. Pero aunque debería no me detendré en la palabra que no se expresa. Mira, allí, una montaña. En esta llanura todavía contamos con una montaña. El final de las montañas o el origen de todas las presencias. Y allí, al final de la larga peregrinación, la esperanza que proviene de la palabra.

La noche anterior, luego de que mi tío se fuera, nos quedamos con mi tía N y mi primo Fe afuera de la casa, contemplando los jovencitos que se detenían en la discoteca del frente, las calles vacías, las estrellas y la poca gente que salía de misa de última cena. Al lado, la señora de las empanadas alistaba las últimas cosas para cerrar su carrito e irse con él y su hija de regreso a la casa. En diciembre esta misma señora fue la feliz ganadora del sorteo que rifaba una moto. Recuerdo que en la casa todos compartimos esta noticia del premio como si se tratara de un justo reconocimiento a la dedicación y perseverancia de la labor de la humilde señora. La señora pronto vendió la moto, me contó mi tía.

Al haber terminado la jornada, la señora de las empanadas decidió admirar un poco también ella la noche y nos invitó a tomar asiento. Mi tía se sentó en una de las sillas rimax roja, mi primo se sentó al lado en otra silla igual, la hija de la señora se acomodó en su cicla y yo me sentaba a veces en el andén cuando no era perturbado por los mosquitos.

Le comenté a la señora mi determinación de participar en la peregrinación a la montaña con que el pueblo celebra la viacrucis, lo que propició una conversación sobre las religiones y sus costumbres que se alargó incluso cuando volvió mi primo Da de casa de su novia. Mi tía, que se convirtió al cristianismo hace algunos años, hacía mofa de los rituales católicos y comentaba con desparpajo la vez que decidió participar en la caminata, la primera vez que se hizo en el pueblo, hace como 5 años aproximadamente. Me producía placer escuchar la manera en que tomaba detalle del acontecimiento, con mordacidad y viveza. Me dibujó con sus palabras un pueblo exhausto al final del camino, que se caía en el ascenso a la montaña, niños vomitando por doquier, ella misma detenida en la mitad del tramo sin más aliento incapaz llegar al destino, hombres borrachos y un espíritu colectivo festivo más propio de la camadarería que de la devoción.

Después de que los devotos salieran de la misa de jueves santo, con sus ánimos serenos, mi primo Da contó que lo malo de los católicos era que tuvieran misas tan aburridas, no como los cuadrángulares que bailaban y los pastores gritaban para despertarlo a uno. Mi tía dijo que era la manera correcta de alabar a cristo puesto que en la biblia se exhortaba a celebrar con maracas y tambores su nombre. Luego de un rato le reprochó a mi primo Da que fuera tan católico, tal vez de manera inconciente, pero claramente católico.

Las calles del pueblo quedaron de nuevo desocupadas y mi primo Da dijo que el pueblo estaba vacío. Mi primo se encontraba estudiando derecho en Bogotá y a veces me aterraba verlo de lejos y reconocer en él un futuro abogado. Ya había sentido esta soledad del pueblo en diciembre cuando vine con K. Para empeorar las cosas el ejército había decidido instalar un cordón de seguridad en todo el centro del pueblo lo que creaba un gran vacío en todo el corazón de S. Pero a veces me preguntaba si era verdad que el pueblo estaba vacío o si siempre había sido de esa manera.

Recuerdo mi infancia en S. Uno de mis recuerdos de infancia me transporta al parque. Una navidad. Mi padre me llevaba de la mano en una calurosa noche de diciembre, mostrándome las bonitas luces rojas y la decoración. El parque relucía como el más hermoso de la tierra. Los niños jugaban a los vaqueros entre las matas de bambús, los vendedores se juntaban en la esquina con sus máquinas de hacer raspados y los hombres iban y venían resfrecándose en la brisa exquisita del piedemonte llanero. Al final del parque nos encontramos con mi tío materno T y su hijo L. Mi padre se detuvo a conversar largamente con mi tío T y yo miraba fijamente a su hijo, al frente, que como yo estaba agarrado de la mano de su padre. Luego seguimos nuestro trayecto y es todo lo que recuerdo. Con los años unos hombres encapuchados masacraron a mi tío al frente de su casa, seguramente en presencia de sus hijos. Los criminales necesitaron hacer varios disparos a quemarropa y cargar varios fusiles para aniquilar a este sencillo hombre que vivía en el taller de carros con su mujer y sus dos hijos. Mi madre me contaba que era uno de los hombres más corajudos de su época. Uno de los primeros hombres que ella vió matar fue de la mano de su hermano.

A pesar de las figuras que tengo de mi temprana infancia el pueblo siempre ha parecido deshabitado. Una mañana antes de viajar para Bogotá recuerdo que tuve una visión aterradora de S. En una esquina de la casa de Cottom pude atravesar con la mirada el largo de una desolada calle que recorría de principio a fin el pueblo. No había una persona, un perro. Vacío. Esperé que fuera cosa de ese año. Pero todos los años estaba más solo el pueblo y uno se preguntaba entonces de dónde salían tantos muertos. A quién masacrarían luego si ya nadie quedaba. Era la época en que acostumbraban a matar quinceañeras. Y uno se preguntaba de dónde salían tantas quinceañeras, porque siempre había una que resultaba muerta.

Cottom madrugaba cada mañana a la plaza a comprar las cosas del almuerzo. Y fue cuando alguna vez encontró la mano de uno de esos soldados que había volado en pedazos. Uno de esos pobres muchachos, sin su manito, como ella contaba. Las figuras deformadas del cuerpo humano son tema constante en S. Mi tío antes de irse nos contó una conversación con un policía en que le describía la manera como habían quedado sus compañeros luego del fuego cruzado. La dirección en que el tiro había traspasado la cara, el tamaño de los impactos y el desastre que hacía en sus rostros. Conversaciones que imponen el horror de la realidad y la impotencia de las circunstancias. Luego sigue un silencio largo, con la cabeza abajo, y finalmente alguien se levanta de su asiento, dice que mañana tiene que madrugar y trata de seguir su vida.

Mi madre salió a la terraza y me invitó a acostarme temprano para poder madrugar. Ella estaba alistando las bolsas de agua, algunos bocadillos y, por si acaso, un pan. La idea de emprender el viacrucis había sido mía, pero mi madre se motivó y quiso hacerlo también ella. A pesar de la objeción de la mayor parte de la familia, y las constantes advertencias para desanimarla a realizar la travesía, ella permaneció terca en su resolución e ignorando todo tipo de comentarios que surgían al respecto fue la primera en levantarse y en llegar al punto de encuentro donde partiríamos hacia la primera montaña para celebrar la crucifixión de Cristo.

La mañana era opaca; lo que resultaba de alguna manera un buen presagio, puesto que el sol consistía una de las más fuertes amenazas, por su poder de insolar, de agotar más rápido, de hacer desfallecer. En el punto de encuentro ya mi madre se encontraba reunida con su hermana y el esposo, y dos compadres. Los saludé, naturalmente, pero me molestó que mi madre lo hiciera parecer una obligación al ordenarme: salude a los compadres. Nada es más desalentador que recibir una orden por algo que uno ya se propone a realizar por cuenta propia. Tan pronto como los saludé me alejé y me senté en la entrada de una casa, al lado de dos muchachos que me veían como si yo fuera un "guate". "Guate" es la manera en que las personas de Arauca se refieren a las personas extranjeras o de modales extraños. Pero yo era tan nativo como ellos, sólo que profundamente desarraigado, un desarraigo que impone su propia cuna en el lugar de la nada. Cómo se traduce: nowhereland? Y de todas maneras me fastidia mucho ese folclorismo contemporáneo que es tan forzado como querer ser de otra parte. Una persona auténtica no requiere explicar su identidad con estéticas sobrecargadas. Pero yo no tengo ni pretendo ninguna autoridad para hablar de autenticidad ni de identidad. A veces es como si me viera a mí mismo como un turista exhuberante, con ropas que no van a la ocasión y una tristeza y un sufrimiento que siempre desentonan.

La jornada empezó con las Siete Palabras del Señor en la Cruz. Haciendo abstracción del instante pensé en lo extraño que resultaba amanecer escuchando las siete palabras de una persona muerta hace dos mil años. Y de repente es como si no estuviera en ese instante sino que lo estuviera viendo a través de una pantalla que me distanciaba del momento, la pantalla de mi juicio crítico, esa pantalla que no permite vivir el tiempo y lo lleva a uno a otro lugar distinto, una connotación de la vida, que no es vida ni muerte, es interior y es distancia. De todos modos, no me gusta ser una persona muy pensante, muy filosófica, de esas que se acomodan una mano en la barbilla, arquean sus cejas y lo ven todo como indigno de su intelectual presencia. Luché contra este horrible sentido del juicio crítico y traté de tomar la ceremonia lo más devotamente posible, aún con el conocimiento de que estaba irremediablemente perdido en la incredulidad de mi momento histórico.

Las Siete Palabras contienen una belleza propia y misteriosa que me atraen profundamente en el interior. Son palabras mágicas, reveladoras y oscuras. Dan la impresión de esperar algo pero a la vez de tener la plenitud de todo. Las asocio con el primer super-átomo con el que algunos científicos explican el Big Bang. Me parece que las Siete Palabras son conspiradoras en desarrollo. La Palabra viva, las palabras que pronunció Cristo al morir, cargadas de vida.

Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen
La humanidad, el pecado, el peso que conlleva toda su perdición y el dolor que sumergió a Dios el ver a su hijo tan corrompido y enceguecido. Un Dios vivo, que se desprende de la muerte de la sentencia, de la imputación del pecado e ilumina la penumbra del planeta con la luz que al final del camino nos aguarda. Yo amo a ese Dios enloquecidamente, por no decir que me encanta ese hombre, aún cuando me encanta ese hombre ensangrentado, desnudo, flagelado y castigado por sus contemporáneos que creían ver en él "uno de los suyos" y nunca supieron el valor de que ese hombre fuera Dios al tiempo. Nada más despreciable para un hombre que un hombre aún si ese hombre es Dios.

En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el Paraíso
La promesa que Dios le hizo a Moisés y la certeza de que a pesar de morir todos los días podemos acercarnos a él y pedir perdón y salvación para nuestras almas. Una persona engreída es inconciente de su circunstancia, de la cruz que lleva puesta y considera que por su propia cuenta es capaz de arreglárselas a la hora de su muerte. En cambio, el cristiano reconoce un alivio a su carga en la cruz de Cristo sacrificado y brindando toda la ternura de su corazón agitado levanta una oración hacia ese justo salvador con la esperanza de la resurrección y el amor divino.

Mujer, he ahí a tu hijo; hijo he ahí a tu madre

ELÍ, ELÍ LAMMA SABACHTANI

¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?


Los seminarios no empiezan. El calor cada vez se torna más molesto, sumándole a esto la falta de dinero y una alimentación precaria. Mi condición de estudiante inmigrante no mejora las cosas. El Río de Plata reluce a lo lejos disputando una batalla ancestral con los rayos del sol que rebotan en la superficie. Espero a Ely con mi libro de El Llanto bajo mis brazos. Me siento incapaz de escribir una frase, de crear una historia, de escribir en definitiva. No considero que lo que tenga sea un bloqueo de escritor, pero me pregunto qué clase de bloqueo podría estar padeciendo.

Tengo sed

Llegamos a la cuarta estación más o menos a las nueve, o nueve y media de la mañana. En el transcurso me he adelantado a la procesión, me he quedado, me he sentado, he despachado dos botellas de agua y tomado fuerzas con un bocadillo veleño. Me superaron mi mamá y sus compadres. La veo y no puedo dejar de sentirme orgulloso de ella, de su determinación. El día anterior tanta insistencia por parte de familiares de que no fuera, que le ganaría. Incluso yo traté de convencerla, diciendo que se enfermaría y que no estaba para ponerse a estas exigencias físicas. Ahora la veía, segura, caminando, con felicidad y devoción, deteniéndose en cada estación y rezando, empeñada en realizar su pequeño sacrificio para reafirmar su fe católica.

En esta estación me encuentro con el muchacho que usa camisa larga, blanca y lleva a cuestas la sencilla cruz diseñada a partir de dos grandes leños cortados y lijados. Lo veo, la manera en que suda, el modo en que desempeña su labor en silencio; el aspecto de hombre de otro mundo que brinda su espectáculo me conmueve. Mientras la procesión se detiene en la estación para alzar los rezos y escuchar al padre, le pregunto al muchacho si se molestaría en que le ayudara a cargar la cruz. Por su expresión me doy cuenta que no se esperaría ese detalle de mí pero sin embargo acepta el ofrecimiento.

Llevaba la cruz en medio de la procesión. La gente tenía cuidado en no tropezar conmigo o en atravesarse en mi camino. La cruz en un primer instante no me pareció particularmente pesada, pero con el tiempo cargándola la sentía más pesada y hubo un momento en que llegué a pensar que tal vez un niño travieso se había subido encima porque pesaba como si tuviera un cuerpo humano. La carretera destapada a veces me ponía problemas por una roca o un hueco bastante pronunciado. Quise sentir cómo se debió haber sentido Cristo en ese día tan crucial para la humanidad, el deber interno que le guiaba hacia su propia muerte como hombre, el peso de la cruz con todos los pecados del mundo en ella. Me di cuenta que era imposible tratar de sentir cómo ese hombre había sentido e igual de necio tratar de aventurar sus pensamientos. Dejó las palabras, sus hechos, su promesa y su gloriosa resurrección, pero incluso en aquellos instantes tristes y oscuros poco se sabe de la actividad interior del hijo de Dios, el rey de reyes.

Al llegar a la quinta estación le devolví la cruz al muchacho que con la misma determinación la volvió a poner en su espalda. La quinta estación versaba sobre el momento en que Simón de Cerene fue llamado a ayudar a cargar la cruz a un Cristo ya desfalleciente y agotado. Cuando era niño creía que Simón le había ayudado al Señor de manera voluntaria, con un espíritu de verdadera piedad y compasión por el condenado por los hombres. Pero en la Biblia queda claro que fue obligado. Más que un acto de generosidad y bondad ahora lo veo como un ejemplo de la mezquindad y el egoísmo de los hombres que jamás se ofrecerán por su propia voluntad a aliviar el sufrimiento del otro, a reconocerse en la cruz del prójimo, en tratar de entender el peso de otra vida. Me gusta pensar a veces que Simón de Cerene era el diablo, al que los guardias también obligaron a la fuerza a cargar por un instante el peso de la cruz. Y me gustaría que el diablo hubiera sentido el sudor y la sangre de Cristo en su piel, y que hubiera visto el rostro de Cristo, abstraído y delirante, y hubiera sentido envidia de ese dolor, ese sufrimiento tan desgarrador, con el que el hijo se comunicaba con su padre.

Todo está cumplido

Al mediodía llegamos a la montaña. A primera vista parecía un cerro más bien insignificante. La primera montaña o la última, depende de la manera en que se vea. Más allá de este cerro se abre toda la cadena montañosa andina desde el departamento de Boyacá. Veía a la gente subiendo como cucarachas por las paredes del cerro. Una vez me acerco al cerro veo que a pesar de su pequeño tamaño, para alguien que está acostumbrado a vivir en el interior y habérselas con montañas monstruosas, está lo suficientemente empinado como para dejarlo a uno lo suficientemente agotado.

No di más de dos pasos y me encontré con la hija de los compadres de mi mamá. No la reconocí pero ella, muy familiarmente, se me acercó y me preguntó si ya no daba más. La verdad es que estaba tambaleando un poco pero apenas empezaba y no estaba tan mal como ella me hizo parecer. El comentario me molestó así como su intempestiva confianza que me resultó difícil ubicar rápidamente. Todo lo que duré dudando fue lo que ella estuvo cerca a mí y luego que le fui a decir hola ella ya estaba dos metros arriba mío. Me molestó la situación porque siempre he dado la impresión de ser atontado y lo que me acababa de suceder no ayudaba mi imagen personal. Será que la gente actúa conforme el concepto que tiene de uno y a partir de él le inducen a uno a seguir ese mismo patrón? De alguna manera debe ser así para que no se pierda el equilibrio en el universo de las apariencias en que mucha gente habita.

Una familia iba subiendo alegremente la montaña y las niñas rodeaban a sus cansados padres a punta de monerías. Subían y bajaban haciendo alarde de toda la potencia y energía de sus tempranas edades. Finalmente el padre tuvo que hacer una pausa en el camino para retomar el aliento. Se sentaron en una roca, y alegres empezaron a bromear. Era tanta la dicha de una de las muchachas que sin darse cuenta soltó un estruendoso peo que la hizo sonrojarse de inmediato y a todos callar por un instante y verse los rostros. Finalmente, no habiendo más que hacer, todos soltaron la carcajada junto a la muchacha que se cogía la cara con las manos por la pena que le había dado su cuerpo. Era un día espléndido, con un sol amable que apenas permitía sentir su presencia. Las montañas de un verde vibrante. Yo subía tomando nota de toda la perfección reunida y presencié la escena del bochornoso peo. Ellos siguieron bromeando y haciendo mofas, yo seguí derecho mi camino. Pensaba en los recuerdos. Este día tan hermoso quedará grabado en la memoria de esta muchacha cuando ya sus padres hayan muerto? Porque seguramente este es un día que vale la pena recordar. Yo lo recordaría como el día de la viacrucis con mis padres antes de que se murieran. El peo, en concordancia, entraría en el recuerdo? La manifestación ruidosa del ano haría oscurecer el recuerdo manchándolo de vergüenza? O, por el contrario, se vería como otra libertad de la infancia? Es decir, el peo se asumiría sin vergüenza y se recordaría con cariño hasta este pequeño impasse?

El cuerpo habló, seguí pensando mientras subía. Finalmente lo que nos rodea y nos parece precioso en este momento es la naturaleza y reconocer la naturaleza es también reconocer los desperdicios de la naturaleza, su muerte, conviviendo conjuntamente con el esplendor de la vida. Somos naturaleza, pretendemos amarla, pero sin embargo, al pretender ser racionales nos avergónzamos de nuestra animalidad. Y hemos creado un sistema de expresión en detrimento de nuestro propio ser natural. Hemos dado mayor importancia a ese ano con dientes que parlotea sin sentido, olvidando que portamos un ano portentoso y que alguna vez también fue un elemento de comunicación. La boca y el ano, dos caras del mismo sistema, deben desaparecer para que nuestra raza persista. Nos debemos alimentar por la nariz, creando químicos para este fin y olvidarnos de todo lo que tuvo que ver con intestinos y tripas, es decir, clausurando para siempre la boca y el ano.

Vivere Vivere Igitur Amas
Amas Credamus
Credamus Deum Ad Futurum
Futurum Immortalis
Est Animus Humanus
Immortalis Est Animus Humanus

Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu

Al llegar a la cima, vi cómo los hombres posaban sus manos con fervor sobre la cruz instalada hace poco en lo alto de la montaña. También habían niños, unos por cuenta propia, otros obligados por sus padres. Me acerqué y también sujeté fuerte la cruz y levanté mi oración hacia el señor. Desde allí pude ver todo el horizonte de los llanos que se perdía en la mirada. Una tierra hermosa en la que he nacido, pensé. Todos esos terrenos verdes, los ríos que serpenteaban los caminos, las trochas de arena. Es una tierra que me recuerda la muerte y me hace recordar una espera, una promesa. Quise sentir lo que pensó Moisés al ver la tierra prometida y saber que moriría antes de llegar allí.

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Anochecía y quise visitar a mi abuela Cottom. Partiría el día siguiente y quería compartir con ella un rato. Me encontré con mi primo Da de casualidad en la calle, él iba manejando la moto y le dije que me llevara. Al llegar se encontraba mi tío J, sin camisa, viendo una película religiosa de semana santa, con más cara de aburrido que de interesado. Allí también estaban dos o tres niños de la cuadra. Desde que tengo memoria y desde antes de tenerla, siempre han habido niños y animales en casa de mi abuela. Mi abuela ejerce una influencia especial en las criaturas del señor que les hace anhelar su compañía. Recordé las tardes enteras de mi infancia que pasé junto a ella, en la mecedora, viendo algún programa de tv o leyendo, o sencillamente viendo la tarde pasar afuera de la casa.

Se estaba alistando y cuando salió de su cuarto me preguntó si la acompañaría a la misa de la noche. Estaba cansado y no tenía muchas ganas de ir. Al momento llegó José, quien la acompañaría también, pero mi abuela tenía un serio interés en que fuera yo quien la acompañara, tal vez porque José todavía era muy niño y quería estar al lado de alguien más grande. Le dije que la acompañaría hasta la entrada de la iglesia. Llegamos a las 6:30, hora en el que el anterior cura abría las puertas, según mi abuela y José. Al anterior padre lo habían matado y ahora el nuevo padre era una porquería, porque alargaba muchos los sermones y era muy perezoso a la hora de abrir la puerta y tocar las campanas.

Como la puerta seguía cerrada mi abuela me propuso que dejáramos mi bolso en casa de mi tía N y la acompañara finalmente a misa. Cómo negársele a esta dulce mujer? Fuimos a casa de mi tía N, allí la conduje al cuarto donde se encontraba mi papá para que lo saludara y, después de arreglarme, volvimos de nuevo a la iglesia que aún permanecía cerrada. Allí estaba la señora P. Me volví a saludarla pero no sabía quién era yo. Se acuerda de mí? Estuve en diciembre en su casa, con mi hija y mi mujer. Ella me preguntó si ya tenía hija. Aburrido le contesté que sí de mala gana y me despedí de ella. Finalmente abrieron las puertas de la iglesia. Mi abuela tenía especial interés en entrar rápido para conseguir puestos. Nos sentamos en la nave central. Luego de veinte minutos aún quedaban suficientes puestos como para un batallón. Allí permanecimos un rato en silencio; mi abuela, José y yo. Unos puestos atrás, en la nave del otro lado, una hermosa mujer de mi edad capturó mi mirada. Mi abuela se dio cuenta de la mujer a la que veía y también la miró. Me sentí incómodo por esa evidencia de lujuría en mí revelada por encima a mi abuela. Pero a veces me ganaba la atracción hacia ese rostro femenino y volvía otra vez la mirada. Al poco tiempo llegó un señor que conocía mi abuela. Mi abuela me lo presentó y yo lo saludé cordialmente. Luego volvimos al silencio; mi abuela, José, el señor y yo. El sacerdote demoraba y aún no tocaba las campanas reglamentarias. Los ventiladores permanecían apagados y con el tiempo se apagaron también las luces. Eran las 7:30 y la misa que debería empezar a las 7 no empezaba. Volví la mirada hacia mi abuela y estaba dormida. José también empezaba a cabecear. Recordé que la hora en que se acuestan por lo general en la cuadra es a las 7 de la noche. Así que le propuse a mi abuela que mejor nos fuéramos, que hoy se demoraría en empezar la misa. Ella se dio cuenta de lo mismo y me dijo que era lo mejor. Caminamos abajo por la calle hacia la casa de mi abuela. El pueblo cubierto por la penumbra. Los pocos faros que funcionaban daban una peor apariencia que si estuvieran apagados.

Bajábamos la calle, mi abuela, José y yo. Cuando dejé a mi abuela en la casa, ella le ordenó a José que me acompañara de vuelta a casa de mi tía N. Le dije a José que no era necesario pero en seguida comprendí que él quería respirar un poco de la noche también. José me dejó en la esquina de la casa de mi tía, le di las gracias y en vez de ir a la casa de mi tía N fui a un puesto a comer buñuelos.

Friday, April 04, 2008

vibraciones

Un soplo diminuto. Estertórea es la palabra. Una crisis que tiene que ver con el modo en que respiro y miro las cosas. Un cielo sobre el hielo que cruza las mareas de la condenación en que las palabras de Paulo se enfrentan sin encontrarse por un mismo nivel de consecuencia. Produce la sensación de estar diciendo algo y definitivamente no se ha dicho nada. Mi obra consiste en ciencia ficción para jóvenes y adultos. Por qué me refugié en la ciencia ficción si tenía la necesidad de no decir nada? La soledad es inmensa y es un sólo espacio. Yo regresaba del Irish Pub y era de noche. Los árboles se mecían con la brisa. Los juegos sin niños creaban una atmósfera abandonada. Por qué la noche me envuelve en su pánico? Y a veces son noches que parece que brillaran bajo su textura. Textura noche como el humo que brota de las bocas de las prostitutas. Estoy envenenado y sin embargo siento consuelo en mis historias fantásticas. Muchas veces soy el monstruo. Mi héroe vive en una sociedad controlada por ordenadores de otra galaxía que regulan el flujo del tiempo para reducir el nuestro y así ellos ganar un poco más de vida. No es una historia nueva y está inspirada en alguna teoría que alguna vez citó o descubrió William Burroughs, no sé. Sólo siento la penumbra que me devora. Yo cuando no escribo estoy hecho un mar de lágrimas, eso sí es cierto y eso sí sé. Estaba muerto cuando se despertó. Mis dedos son enanos maricas en el puerto 60 y me gustaría cuando viejo poder vivir en Dunedin, Florida. Es un pueblo hermoso, con pantanos encantadores, un horizonte que duerme en el golfo de México, una librería elegante y de todas maneras no es tan turístico ni ruidoso como Clearwater. Dunedin se volvió famoso por el incidente de aquella profesora desgraciada que durmió con su alumno y fue condenada a la cárcel por abuso de menores. Cada excursión que hago al pueblo me llena de historias y me inspira puntos de giro inesperados para mi héroe. Así fue que la vez que un grupo de soviéticos ebrios y estúpidos le tiraron el carro a un joven trabajador mexicano me sentí con fuerzas de escribir El Amigo del espacio. Estaba en la playa dibujando señas en la arena y pasaron dos hermosas menores de veintiún años. Me preguntaron anciano, qué dibujas. Ellas me cogieron de la mano y me llevaron a un castillo. En el castillo había un joven desnudo con una capa en su espalda. Yo salí corriendo del lugar y me encontré tomando cerveza solo en la playa, llorando y tenía 22 años y me llamaba Luis y comprendí que yo era aquel Amigo del espacio. Matar todo lo que vive vibra y si vibra es porque se está reduciendo a la agonía de las arenas del mar. Una obra reconocida mía era sobre un dinosaurio de otra galaxia que había descubierto la célula. La célula era un organismo inteligente que le hablaba durante los sueños y le pronosticaba la inminente catástrofe de un meteorito en colisión con su planeta. El meteorito impactaría en una zona insignificante pero su golpe sería tan exagerado y poderoso que generaría un efecto colateral de antípoda. El nefasto creado por el choque del colosal meteorito sumado con su réplica en la parte contraria del planeta los reduciría a cenizas. La célula aconsejó a nuestro héroe Dino a desarrollar la ciencia y el conocimiento para escapar del destino trágico del planeta. El dinosaurio puso todo su empeño en desarrollar todo el conocimiento técnico para alcanzar el elevado fin de salvar su especie, pero los años le cayeron encima y fue más poderoso el tiempo que su dedicación, así que dividió un poco de su escaso tiempo de dinosaurio extraterrestre en transmitir este conocimiento olvidando la necesidad que generaba su ahínco. Los dinosaurios se volvieron cada vez más perezosos y necios respecto el urgente conocimiento que se les exigía. 100 años luego la célula reencarnada volvió al mismo planeta con el mismo mensaje pero llegó bajo la piel de un dinosaurio drogadicto y dj de una disco de minimalsaurios. La célula se creyó perdida y amenazada por el consumo exagerado de paleococa de su nueva residencia. Así que en un viaje de dinosaurio la célula le contó preocupada al Dj Din que era necesario que aprovechara su profesión de programador de músico en un sentido más profundo como psicólogo de masas e invitara a la reflexión para el desarrollo de las ciencias y el conocimiento espacial pues de lo contrario su especie se vería extinguida por el golpe del meteoro. El Dj Din entonces cambió su tipo de música y empezó a trabajar con los mensajes subliminales encontrando una fuente de riqueza y calidad en su trabajo además de ejercer un papel primordial en el futuro de su especie. Y este era el fin de la extensa novela que pasaba revista en profundidad a la época de los dinosaurios y las probables teorías de su extinción en el mundo. Los dinosaurios no se extinguieron en absoluto sino que lograron el conocimiento para escapar del planeta. La palabra. Si la palabra es la enfermedad. Si la palabra es la doble naturaleza. Pero aunque debería no en la palabra que no se expresa. Mira, allí, una montaña. En esta llanura todavía una montaña. El final de las montañas o el origen de todas las presencias. Y allí, al final de la larga peregrinación, la esperanza que proviene de la palabra. Se acaban las historias que arrebatan por un tiempo para darle de nuevo al dolor que no tolera respuesta. Impregnar las historias de una alegría que se carece. Finales felices que anestesien el vacío. Hago ciencia ficción con mensajes de esperanza para paliar la carencia de esperanza. Mis dedos maricas desesperan de un nuevo inicio. Vendo mis historias pero no vivo de ellas. Las revistas a las que escribo son de carácter amateur y se preocupan tanto por el dinero como los monarcas. Soy adicto a los audífonos y no tolero pasar una hora de viaje en un servicio píblico sin tener a Mahler en mi interior. Las historias de Paulo están contadas en tercera persona porque el autor considera que es la mejor manera de expresar la condición del escritor. Los silencios y los giros, lo absurdo de la situación no es un absurdo de la historia. Crear macroestructuras es una fascinación para alguien que le tiene vértigo al cielo pero aún así lo pone de manifiesto en los silencios que restan. La soledad es imponderable. El cansancio abrumador como el frío de la mañana. Debería disparar al silencio para hundir mi cara entre las manos y poder imaginar lo que se siente vivir dentro de mí. Cuando niño me preguntaba por qué mi mundo parecía estar al revés del de las personas. La lluvia me llenaba el corazón de alegría porque si el mundo estaba triste yo debería responder con felicidad a sus tinieblas. Si el sol brillaba debería entristecer porque en ese preciso momento alguien moría sin que el universo se estremeciera por ello. Reir se hizo cada vez más arduo. Ya no encontraba felicidad ni en los días de lluvia sino que con dulzura me invitaban a la melancolía y aprendí que podía ser feliz en mi tristeza. Se puede ser feliz pero se puede vivir en uno? Y cómo es que la felicidad llega cuando uno no quiere levantarse del cuarto? Cervezas tiradas esparcidas por toda la lúgubre habitación roja, afuera el sol brilla. La autoridad moral desangra cuando se torna en el desfallecer del coma. La sentencia y el punto.