Monday, June 02, 2008

just breathe

En la sala de espera un chico delgado, de gafas, pelo largo negro, se queda observándome entre la mofa y la desconfianza. Le sostengo la mirada como si fuera un enemigo de campo de guerra. Se arrellana al largo sillón verde y se cruza de brazos como un niño regañado. Me doy cuenta de que creo desconfianza en la parca sala de espera de cirugía ambulatoria. Una chica que parece llevar un sueño atrasado de varios días se cubre hasta la boca con una grusa cobija de lana, dejándola a la altura de los enrojecidos ojos para verme de una manera francamente desconfiada. Aunque el doctor no lleve bata lo reconozco por el modo arrogante y desenfadado con el que se mueve por el espacio clínico. Los otros se mueven como intimidados por un signo de lo que lejos corresponde a la hospitalidad y sí al dolor, la muerte, el prolongado sufrimiento. El doctor como si pretendiera ignorar todo lo que inspira una clínica se mueve irreverentemente entre las cabezas de los pacientes y familiares. Antes de llamarme ya me había levantado y ya estaba cerca a él. Me mira de pies a cabeza, como si ya me estuviera examinando aún desde un principio, vestido y actuando con regularidad yo también. Por un momento nos quedamos fijos y en silencio, como sabiendo de antemano que ninguno de los dos era un buen bicho. Este doctor, con la barriga que lleva, el gesto de los gruesos labios, la mirada que se proyecta como incisión, es un hombre de bajas pasiones, seguramente con un apego hacia algún licor y su cinturón tan apretado en el corpacho debe ser menos rígido de lo que aparenta y ante las primeras piernas abiertas debe saltar gozoso como un infante. Por mi parte, qué decir, es apenas obvio que el doctor me descubre apenas me poso sobre su juicio. Ya en el consultorio, el doctor, algo incómodo, trata de soltarse un poco la camisa. Le paso los resultados de sangre. Mucha sangre. Por qué tiene tanta sangre. No sé doctor. Fuma? No. Bueno, los días previos al examen había fumado, pero ocasionalmente. Estos no son los resultados de un fumador ocasional. Entonces qué es doctor? Ud qué hace? No hago nada, doctor, estoy desempleado y no estudio. Debe hacer sin duda algo para que salgan estos resultados. O sea, entendería si usted trabajara manipulando químicos. O acaso consumiéndolos? Fue lo que quiso decir el doctor? Entonces por qué no lo dijo? Bueno, el caso es que tiene la sangre muy contaminada para su edad hijo. Y eso en sentido práctico que significa. Silencio. Esto perjudicaría mi operación. Oh no, claro que no, según estos resultados puede operarse sin ningún problema. Ah bien. Silencio. Sin embargo, debe cuidarse porque esto puede generar problemas en el futuro. Silencio. Bueno, gracias doctor. Muy bien, suerte entonces en la operación.
Mente y cuerpo están desconectados. Qué es lo que quiere el espíritu es tan distinto al cuerpo. El cuerpo calla mientras lo otro se permite grandes vuelos a expensas de lo desconocido; va volando por las colinas y vuelas sobre las noches en que los niños tímidos se acuclillan sobre su propio calor en las rodillas porque el frío ya no permite otro plazo y nuestras alas arriba bajo el tibio suspenso de la luna. La realidad inflama de estar enferma. En la clínica muy puntual. Una niña con labio leporino asiste también a esta hora. La veo y la compadezco por el dolor que va a tener que soportar. He leído que la gente que sufre de labio leporino por lo general padece retraso mental. No creo que el universo sea universal. Finalmente entre más conocemos más nos damos cuenta de nuestra ignorancia absoluta. Qué tópico suena esto. No creo que la niña tenga retraso mental, actúa como cualquier niña de su edad, tal vez un poco albiriscada para la situación en que se encuentra, la misma que yo, a unos pocos minutos de someterse a una complicada cirugía, pero la niña debe aguardar mucha esperanza y felicidad de su intervención, por ello tal vez su comportamiento agitado. Su comportamiento agitado consiste en levantarse del puesto e ir y venir de un lado para otro de la sala, mirar descomplicadamente los muñecos en la televisión, hablar con su padre por el celular y decirle que quiere verlo antes de que se vaya. Yo trato de fijarme en el televisor pero no puedo. La doctora llega y yo me levanto a saludarla. Le quiero pasar un papel pero este se desliza de mi mano cayendo al suelo. Lo recojo. Es obvio, estoy nervioso. Ella, por un minuto, mientras mi madre habla, se queda viéndome fijamente, como si se preguntara si este muchacho con vida sería su mesa de operación en la que efectuaría los cortes acostumbrados. Por lo general a los doctores y médicos les resulta más fácil concebirte como un material óptimo de trabajo que una persona con una vida externa, es decir, una vida distinta al cuerpo, que se mueve por el mundo, sueña y ambiciona como todas, tiene relaciones sociales y desempeña una función en la sociedad. No sé si yo desempeñe una función en la sociedad, el caso es que para la doctora soy su paciente. Para mi hija soy su padre. En fin. Me demoran un rato en trámites médico burocráticos. Estoy harto de ellos. Toda la semana he estado lidiando con este tipo de vueltas. Así que acá estoy. A pocos pasos de la sala de cirugía, repitiendo mi cédula de ciudadanía, llenando formas, que nadie va a responder por mi vida en caso de... que es voluntario en caso de... Finalmente el sensato de la sala dice por qué no que sus padres se hagan cargo de ese papeleo y él vaya pasando. Me pasan a la clásica salita en la que te desnudas y te pones una bata. Complacido veo que ahora las batas para los pacientes no tienen esa horrible abertura que te deja con el culo al aire. Para rematar de lo bueno ahora te dan una especie de pantaloneta con la que te aseguran que nadie se fijara en tu culo mientras te anestesian. También me dan una especie de chancletas a las que no les encuentro el derecho. Inmediatamente me pasan a la sala de cirugía. Me acuestan en la camilla escritorio; la doctora ya ha instalado los tacs y radiografías, los estudia. Las enfermeras hacen su labor y yo sólo las observo. Les molesta que las observe, lo sé. Me preparo para todo el dolor posible; sé que el cuerpo en condiciones normales no conoce la palabra insoportable porque lo insoportable está por encima del umbral de la vida. En un brazo me toman la presión arterial. En el otro se detienen un rato. "Es todo el dolor que te provocaremos" Dicen en forma de chiste, trato de reir. Es una aguja. En una época las agujas me parecían juego de niños. Recuerdo la segunda operación a la que me sometí; mi vena ya cansada de exámenes médicos se resistía a ser agujereada de nuevo, tomaron tres intentos para por fin "agarrarla", puesto que ella parecía un niño travieso que juega a la hora de la seriedad. Yo también reía y me hacía gracia la vena; la anestesióloga, una mujer madura muy guapa, me pedía una y otra vez perdón, yo le insistía: trate de nuevo doc, ella se tiene que dejar. Al tercer intento, bastante doloroso, por fin la vena cedió. Ahora las agujas me provocan espanto. Veo el catéter que insertarán y me parece del tamaño de un camión. Trato de no detenerme en él pero no puedo dejar de fijar la mirada. Penetran la aguja con precisión y suelto un pequeño grito que me indigna, pues no solía quejarme por estas cosas. Ahora conectan una rudimentaria máquina al lado de donde me conectaron al suero. Me fascina lo básico de su funcionamiento a base de perillas y puntillas. Quisiera poder manejar una de ellas. Encima ponen una gran bandeja que parece tan pesada que la máquina no pudiera sostenerla. La doctora le brinda las instrucciones a su ayudante. En ese momento llega otra persona a la que no he visto, habla con las enfermeras, dice que es practicante, algo así, viene del San Ignacio y la enfermera que ha estado conmigo le da la bienvenida de una manera cordial. Todo el ambiente en la sala es cordial y amable, me agrada, me siento a gusto. La enfermera entonces me coloca una mascarilla, me dice que inhale, es sólo oxígeno, me doy cuenta de cuando cambian al módulo de anestesia y pienso joder no tan rápido me cogerán y ya voy contando dos y el blanco...

Cuál es esta horrible música que tienen encendida? En algún lado, a un volumen insoportable, suenan pitos y ritmos embrutecedores, bestiales. Llegan de un lugar muy cercano, ahora lo siento en toda mi oreja, no puedo separarme de este ritmo absurdo. Es una música vulgar y grosera. Qué es lo que tengo cerca a mi cuerpo? Por qué estoy todo mojado? Debo estar en un ambiente húmedo y frío. Todo es blanco. En qué horrible isla me hallo?
Abro los ojos y encuentro que he salido de la operación. Tal y como lo imaginaba. Sin embargo nada es tal y como lo imaginaba. Es como si me hubieran extractado de otra dimensión. En esta los colores, las personas, las cosas han sido levemente modificadas para que no se note el plagio. Todo es radicalmente distinto bajo su apariencia de normalidad pero se trata de una realidad más agresiva, más pálida y seca. Recuerdo la primera vez que me operaron. Siempre el despertar ha sido lo horrible. Un largo tubo me rasgó la traquea. Me encontraba en una bonita habitación, mis padres allí, todos dándome consuelo, ya estaba despierto, ya todo estaba bien y sin embargo mi tráquea estaba destrozada. Me recomendaron tratar de sentarme para ver cómo reaccionaba. Me llevaron un jugo y en seguida lo vomité completamente. Un dolor terrible en todo el centro de la garganta me hacía imposible creer que todo estaba bien. La segunda vez, una operación más complicada, estaba más irascible y menos tolerante. La historia clínica estaba descaradamente sobre mis piernas. Nunca he tolerado ese gesto tan peyorativo de los doctores de instalarte junto a tu historia clínica como si fueras un escritorio más en el que apoyar las cosas. Estaba nervioso, tiré la historía médica lejos con mis piernas y hacía todo lo posible por llamar la atención de las enfermeras. En ese mismo momento acababa de llegar una niña por urgencias victima de una bala perdida en el centro de la ciudad. Veía con odio a las monjas y enfermeras. Ellas trataban de sacar todo el provecho de la fortuita tragedia y especulaban al respecto; incluso decían que se trataba de la hija de un trabajador de la clínica. Toda esta experiencia me conmocionó mucho y fue lo primero que dije cuando finalmente se me libró de los grandes ganchos que sostenían mis dientes y me impidieron el habla a lo largo de una semana.
Le dije a la enfermera sobre el agua en mi cuerpo. En efecto, se estaba regando del catéter el suero. Ellas me explicaron que eso sucedía cuando se pinchaba el catéter para aplicar medicamentos. En mi cara tenía aún la máscara de oxígeno y aunque al principio me molestó al poco tiempo estaba bastante acostumbrado a ella y me di cuenta que podía respirar por la nariz cosa que me alivió. Le pregunté a la enfermera si me veía muy hinchado y le pedí inmediatamente paños de hielo. No me llevó los paños hasta que no le preguntó a la doctora y ella me dio la razón. La doctora entonces empezó a hablar de cuentas conmigo en ese estado, yo bastante molesto le dije que evidentemente no se podía entender conmigo dadas mis circunstancias, que hablara con mis padres. Me hizo quitar la máscara y empecé a sufrir porque el aire no fluía de la misma manera. Me tuvieron en sala de operación más de las dos horas programadas sin ningún motivo por ello; yo sabía que me estaban reteniendo sin necesidad, sin embargo traté de no ser molesto y sólo veía con ojos de aburrido a la enfermera mientras hablaba de sus cosas con una amiga. Finalmente me pasaron a una pequeña sala de recepción donde debía verme con mis familiares. Mi madre pasó y me observó, yo ya estaba estable y no tenía de qué quejarme. La monja le dijo a mi madre que probáramos un líquido para ver cómo lo asimilaba. Ella fue hasta la tienda de la clínica y me llevó un jugo de manzana que tomé rápidamente, pues estaba sediente y sentía el cuerpo en perfecto estado así que no tuvimos problema. Estuve otras dos horas en esta sala mientras mi madre hacía las vueltas para darme salida. En estas dos horas fue poco lo que hablé y no fue sino hasta el final cuando logré atrapar la atención de la monja enfermera, ya envejecida, al confesarle que me hubiera gustado llevar una vida religiosa, fuera de preocupaciones mundanas. Una vez terminados todos los trámites, la despedida fue rápida y poco espectacular. En la sala de espera de cirugía ambulatoria otros familiares de otros pacientes fijaron su atención en aquel muchacho que salía en silla de ruedas, pero yo traté de esquivar sus miradas. Desde aquel momento hasta la presente he llevado una buena recuperación. Ayer me quitaron unos tapones y una placa que tenía en la nariz lo que ha permitido que pueda mejorar mi respiración. Aún me cuesta pero es cuestión de días para que de nuevo me encuentre respirando mejor que nunca. Un tío alguna vez me dijo: quién no controla su respiración no es capaz de controlar ni su propia vida. Había sabiduría en estas palabras tan elementales y desde ese instante, en mi adolescencia, soñé con el día en que pudiera controlar la respiración, algo que desde muy niño perdí debido al asma. Ahora aspiro poder practicar el método que enseña Antonin Artaud de respiración teatral para alcanzar un nivel de plenitud metafísica elevada.

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