Tuesday, January 15, 2008

horizontes implacables

Luisa atravesaba vastos campos adentrándose por las llanuras del Casanare. Su tez pálida delataba a los locales que no era o no vivía en la región. Era de la región, pero no vivía en la región, era una extranjera en su propio lugar de nacimiento. La crin del caballo ondulaba con el paisaje y golpeaba sus firmes brazos blancos. El sol moría en la negra cabellera y la vestidura de severo luto de Luisa. De nuevo era una niña en el vasto campo que se abría para ella, montada en un recio caballo a galope constante, el infinito celestial se abría y parecía no tener fin sino en el final del horizonte. El final del horizonte como la muerte. Una vez dices No quiero morir es irremediable tu muerte, le das material de primera a la muerte, eres un buen candidato a la muerte. Una vez dices No quiero morir estás listo para la muerte, estás irremediablemente vivo. Y alguna vez dices No quiero morir porque ya sientes el acecho de la muerte. Me gustaba hasta los cojones Luisa. Me hacía sentir despedazado su belleza altanera. Algunos atrevidos afirmaban que la razón de mi gusto desaforado por aquella muchacha moderna se debía a su indiscutible parecido conmigo mismo. Tan narciso me creían! Sin embargo era curiosa la manera en que nos repelíamos. Alguna vez camino a la misma dirección pude notar el modo en que ella apresuraba el paso. Yo lo apresuraba. Quería sobrepasarla. Ella quería sobrepasarme. Yo no la queria ver porque me hería su belleza. Bajé mi cabeza como es habitual. De soslayo noté que tenía baja su cabeza y esquivaba mi mirada. Tal vez tampoco quería verme. Me resultaba difícil creer que mi belleza le hería. Pero bajaba su cabeza y me resultaba fácil de imaginar que mi belleza también le heriría. En esa época me tatué un código de barras porque me sentía una mierda plástica de supermercado. Su mirada me causaba una tensión insoportable. En el bar no podía sostener su mirada y ella era cruel a propósito. En ese entonces andaba con una novia que me tenía hastíado y parecía que yo emitía vibraciones de gusto hacia Luisa. Suficientemente obvio para querer desmentir mis heridas. Ella pedía la música que a mí me gustaba y luego, acto seguido, alguna canción de mierda para fastidiarme. Esa fue nuestra comunicación. Eso fue todo lo que nos hicimos el uno al otro. Una pequeña complaciencia, una pequeña molestia. A pesar de que yo no haya dicho nada en toda la noche, mi cara la haya mantenido baja y sólo pudiera contemplar a esta chica en leves atracos en que la dirección de la atención se concentrara en algún lugar fijo: entonces la miraba: qué hermosa y fea: puta escuálida y vulgar que me llevas al cielo con tu presencia: jamás tuve contacto alguno con una chica tan garbosa y te veo: tan estúpida e indiferente: tomas desprevenida tu cerveza: estás tan cerca a mí: bebes tan groseramente tu cerveza: sacias tu sed de una manera tan lamentable y me llenas de sed: ardo como un lechón cada vez que pasas salvajemente cerca a mí y tu trasero me parece hermoso sin atreverme a verlo. La belleza se encarna en la estupidez de algunas chicas de una manera tan armoniosa que nos resulta imposible separar estupidez de belleza. La belleza de unas buenas nalgas es algo que palea las pretensiones a algunos hombres. Reducto insostenible de una evolución truncada: tu par de nalgas. Nunca te sostuve una mirada. Nunca te dirigí la palabra. Lo nuestro fue un idilio que me reprocho por ser el que soñaba. Tú no eras estúpida como yo hubiera querido que lo fueras por tener tanta belleza desgarradora en tu ser. Nunca quise medirme contigo y por eso jamás te dirigí la palabra Luisa. Porque ninguna palabra mía alcanzaría la gracia que tú ya en tu carne contenías. Luisa resulta que no eres la niña corrompida que galopa por las llanuras del Casanare. Luisa resulta que te llamas Nadia y me rompiste el corazón. Los ojos de Nadia fulguraban en inocencia, curiosidad y chispa. Pude morir en tu sonrisa pura y sincera. Tu cabello de la textura de los aceites del Olimpo, juguetón en la brisa del mediodía en que te conocí. Qué es ser disfuncional? Desde que tengo memoria para registrar los hechos que me acontecían en mi vida recuerdo haber sido una persona disfuncional. Pronto caí presa de la enfermedad y la enfermedad consumió toda energía que se apartara del instinto de supervivencia. Mi educación estuvo siempre alternada entre la escuela y el hospital. En la escuela hablaban del recinto escolar como la segunda casa. Mi segunda casa fue el hospital y mis maestros las enfermeras y doctores que revisaban mi caso. El hogar de la escuela siempre fue aterrador y mórbido. Era tan poco el tiempo que duraba en el aula que los niños del curso siempre me creían un elemento extraño. Por consiguiente, jamás dejaron de tratarme como un elemento extraño. Nunca pude lograr lo que se llama una integración. Mi desempeño en los deportes era pésimo y en primaria todo se reduce a tu rol en el deporte. Estaba en banca rota desde mi vida social como deportista. Los niños que mejor jugaban eran los reyes. Ellos tenían derecho a escupir sobre mí, ya que ni siquiera hacía parte de un sentimiento de identidad de aula al pertenecer tan poco tiempo en ella. En el hospital, mi segunda educación no iba por mejor camino. Compartir salas con niños muertos, con la tragedia, con la soledad y los incesantes pitos de ayuda que emergían de los otros cuartos y la respectiva amargura de las enfermeras. No entendía por qué no moría. En este momento estaba sufriendo un dolor agotador y asfixiante excesivo para un niño. En las clases un niño se me acercó y me preguntó por qué hablaba de la manera en que lo hacía. Yo hasta ahora descubría el habla. En casa el silencio imperaba. En el hospital todo eran quejidos. En el aula descubrí el habla y me juzgaban por el modo en que lo hacía. me preguntaban si era extranjero, si venía de otro país, de rusia o un país lejano en el que no se podía pronunciar bien el español. Quería comunicarme, quería expresar que era una persona diferente, similar, finalmente, una persona en este mundo y esta expresión se vio amputada de raiz. Ya nadie me prestaría oidos. Ya nadie me pondría atención. Era menos que un chimpancé asmático en ese instante. Era un niño enfermo y un niño enfermo es la peor desgracia y miseria que hay sobre la tierra. Un niño triste y solitario, un proyecto en ruinas que toca preservar por un sentido meramente histórico. Hace unos buenos siglos se hubieran deshecho de mí en un acantilado. Era desde ese entonces bastante evidente que mi vida no se conduciría por buen camino y que no sería de gran utilidad para el desarrollo de la civilización. Sobreviví. La adolescencía me retrajo a un letargo aún mayor, agravado por un sentido idiota de la rebeldía y una explosión fulminante de las hormonas. No podía dejar de hacerme la paja y soñar con tener alguna diosa de la televisión en mis horribles y quebradizas piernas de reúmatico para regarle un trago de leche que me salvara de caer en la autoautopsia selectiva y constante en que se resolvían mis púberes días. Retomé una vieja fantasía de la infancia para escapar de todo. Refugiarme en la escritura. En la infancia escribía cuentos fantásticos de dragones y bellas princesas. Algunos tenían giros inesperados y me gustaba repartirlos a las entradas de las casas junto a mi hermana que me ayudaba a crear los gráficos. Añoraba con brindarle algo de sueño y fantasía a los vecinos que sin precaución se acercaran a leer las hojas que repartía debajo de las puertas. Qué iba a imaginar que la imaginación de la gente estuviera más podrida que mis pulmones? En la adolescencia de nuevo me refugié en la escritura. Escribí hace poco "RETOMÉ" no estoy seguro que esa palabra sea la correcta. Tal vez la escritura nunca fue algo que haya dejado de lado. Lo que escribía ahora era confuso y lleno de ardor. Poemas en que las imágenes de la muerte y los campos santos no faltaban. Amor cruzado fatalmente con la muerte. Amor más allá de la muerte. Muerte sin haber cruzado el amor. Monotemas que me complicaban las horas. La escritura no se puede considerar un material acabado. La escritura se rehace, se recrea, se retoma, lo retoma a uno. La escritura como tal no existe. No existe un modo de escribir algo. No hay ningún lugar para agarrarse que le permita a uno asegurar que la escritura es un acto que se desplaza. La escritura no es una receta así como las recetas son imposibles sin un beneficio de fe. La escritura no admite fe alguna. La escritura es imposible porque es infinita. Si escribimos, escribimos como canallas. Un robot podría hacerlo mejor que nosotros. Si uno cree que lo que hace es escribir es porque funciona. Yo soy un disfuncional y me refugio en el cielo de la escritura. Yo soy escrito en ese cielo. Estoy muy marcado por ese cielo. Mi largo peregrinaje en el dolor de la vida contiene otro color a través de ese cielo que me imagina. Un relámpago que se desata en ese cielo me recuerda que no pertenezco a este terreno que se escribe....

1 comment:

Cisterna Rota said...

"Deseo vivir", me lo digo en cada una de las esquinas esparcidas como semillas rotas y así aguardo algún ataque; al decir que deseo, la respiración subyuga y se sigue viviendo como una respiración que flagela y asesina lentamente.