Friday, May 04, 2007

Un idiota

Conque ayer concerté una cita con el Inca Triste para un almuerzo. Pero conté con tan mala suerte que, pese a haberme alistado desde temprano y salir con antelación, las clásicas manifestaciones hicieron demorar en una hora la cita. Toda la séptima, carrera de vital importancia para esta gris ciudad, se cerró por culpa de esos imbéciles que, no contentos con el primero de mayo, seguían protestando. Acerca del primero de mayo: lo que más me sorprende es como antes los antiguos ritos que se ocultaban en las tradiciones de la iglesia hegemónica de la sociedad occidental ahora, sin la necesidad de suplantar su creencia a otro misticismo, se adaptan a las creencias laicas más preciadas. Y qué es lo más sagrado en esta sociedad que se autoproclama laica?: El trabajo, sin lugar a dudas. De este modo es que el equinoccio de primavera, la noche más larga del año, antigua noche de Walpurgis en la cual se creía que demonios y hechiceros se daban cita, se sigue celebrando, bajo una nueva mascarada, desprovista aparentemente de cualquier compromiso espiritual, pero olvidando definitivamente que es la noche en que el mismo espíritu del hombre se juega en lo absoluto.

Mientras el bus trataba de pasar sobre las cabezas huecas de miles de piojosos pseudo-revolucionarios, con olor a pedo, y chiveras llenas de manteca, mochilas repletas de marihuana e incienso, culos sucios y caras de conformistas, trataba de concentrarme en el siguiente pasaje del cuento El que acecha en el umbral de H.P Lovecraft y August Derleth:
  • Si el hombre vulgar llegara a sospechar la grandeza cósmica de los universos, si tuviera un solo vislumbre de las pavorosas profundidades del espacio exterior, o se volvería loco o rechazaría tales conocimientos, prefiriendo aferrarse a cualquier superstición.

Traté de llamar al Inca Melancólico pero la comunicación no se me daba. Desesperado volvía la cara sobre la ventana y me irritaban esas pancartas que proclamaban: Paz y Amor viejito Uribe, a lo bien, sano viejo. Y ese viejito Uribe también me tenía con la piedra afuera, como me la sacaban los ganadores de los cursos de bachillerato, tan presuntuosos con sus novias huecas que les daban sexo y tan amenazadores con esos músculos de gorilas grotescos. Te veían y te cerraban el puño, para que te diera miedo. Y yo siempre los repelí a esos hijosdeputa. Malditos fronterizos que creían lo que decían los fracasados de los profesores, eso de que el bachillerato era la mejor época de la vida. Y lo creían y lo practiban, porque los veías felices, showing off his luxury cars y follando cosa que da miedo. Para ellos fue la mejor época de la vida y eso, a pesar de todo, se te antojaba miserable, porque tendrían una felicidad muy pasajera, banal y prematura. Pero por lo menos tuvieron felicidad, Luis, por lo menos ellos tuvieron esa promesa un instante, así fuera una cosa falsa, simulada. En la calle, los hippies cantaban himnos y reían exageradamente, pura física risa falsa e hipócrita, no sé por qué esos hijosdeputa hippies siempre que se fuman un porro se les da por reir a todo pulmón, cuando ni tienen pulmón ni tienen risa, están bien jodidos y ni se dan por enterado de ellos: porque si tienen una mochila llena de marihuana seguro tienen una idiota que les sigue y que se cree lo máximo por permanecer como una sonsa, quieta, al lado del cavernícola que le provee la precaria droga que es esa marihuana mezclada con pelos de las bolas de traqueto de quinta.

Al poco rato me llamó el Inca Triste, su celular se había descargado, como hace mucho tiempo él mismo lo había decidido hacer. Así que le dije que me demoraba por culpa de ese alcalde de mierda que era tan impotente y tan cómplice que no era capaz de pasar una aplanadora por toda esa multitud de idealistas felices que son los manifestantes de marchas. Tom Waits se sentó a mi lado y se quedó dormido en el asiento, en profundo estado etílico. En la radio hablaban de ese fetiche jarto: la libertad de prensa. Era un "debate". Así que llegando al tema de la censura, uno de los periodistas decía que había que "reconocer el fundamental papel de los blogs en la formación de la opinión pública" frente a los grandes medios. Esa misma sensación peturbadora me había atrapado días antes, en una conferencia en la Feria del Libro en que se discutía el futuro del libro frente a la tecnología. Uno de los invitados, un editor, siempre hablaba en ese mismo tono, un poco sobresaltado, del papel de los Blogs. Y entonces me llega la imagen de ese viejo invisible que habla de "esos loquitos de internet", como la promesa absoluta de la comunicación. Y es que "esos loquitos" me fastidian sencillamente porque sólo su apariencia es loquita, del resto, se puede decir que son tan cuadrados, mediocres y bien pensantes como cualquier periodista de cualquier medio.. Y, peor aún, son iguales de discriminadores, iguales de recatados, iguales de regalados, iguales de levantados, iguales de torpes a cualquiera de cualquier medio, puesto que los blogs son una realidad tan aburrida ahora que ya son un medio tradicional. Me acordé en ese instante que yo era LA EVIDENCIA de la intolerancia salvaje que se vive en ese medio perfecto que es la internet. Mierda, si esto de internet puede ser susceptible de ser divertido se debe aceptar que un tipo ordinario como yo se cague en grandes payasos como el Juglar del Zipa o el Gato C Pardo, prolongación de esos ganadores de bachillerato, sólo que ahora, cosa maravillosa, dicen que han "aprendido a escribir" y quieren alzarse un púlpito de loquitas. Y yo siempre los repelí. Ellos también sentían asco por mí, pero no porque representara una amenaza hacia ellos, sino porque no podían entender cómo alguien tan miserable como yo podría pasar por encima de sus cabezas de gorilas. Alguien tan miserable que no podía follar, ni presumir carros, ni "aprender a escribir (para ganar oh CPB's!)" era tan indiferente a su alegría. Pues resulta que nunca me sentí tan colombianito como ellos, sino un pobre diablo, vuelto mierda y triste. Bien, soy Intolerancia Salvaje en este que no es el mejor de los mundos posibles.

A las dos llegué a la cita con el Inca Triste. Estaba apenado. Pero él ni se inmutó, ni le paró bolas a la pena ni a la tardanza: viejo sabio ese Inca Milenario. Me comentó que durante ese rato había aprovechado para adelantar la lectura de El Señor de las Moscas de William Golding. Y con una risa que sacudió parte de mi existencia, afirmó que por alguna razón este perturbador libro le había acordado de mí. Nos dirigimos, pues, al restaurante de la pastusa, con la prisa de una hora de almuerzo retrasada por hippies alegres e irresponsables que, no contentos con el primero de mayo, se toman otro día para protestar por tonterías, sin ser aplastados por un impotente alcalde. Este restaurante de la pastusa tiene como peculiaridad y ventaja el hecho de que nunca te preguntan qué quieres comer, sino que te tiran de mala gana el plato y tú te limitas a comer y pagar. Ayer nos tocó una frijolada y me pareció la cosa más curiosa ver un chamán que no mascaba coca ni comía maíz, sino que sorbía, poquito a poquito, el plato de fríjoles con una ternura que evocaba tribus enteras de desmuelados, en pleno páramo, lanzándose al precipicio de una montaña en el fin de mundo, a razón de no revelar jamás sus saberes sino morir con ellos, arrastrando poderosos dioses y consumiendo el universo en la afirmación del suicidio.

Al salir del restaurante, nos encontramos al Hombre que amó a las prostitutas. Nos preguntó si estábamos asustados, esa debería ser nuestra apariencia, y los tres reímos para mejor no echarnos a llorar. Se fue a toda prisa a entregar unos legajos al juzgado de familia que queda en la 19 con séptima y nos comentó que estaba triste como nunca. Traté de seguirlo con la vista, pero fue imposible, puesto que su cuerpo se perdió en la masa de empleados públicos que se precipitaban a entregar legajos a los diferentes juzgados que bordean la ciudad: como memorias de invierno que devoran tu interior, no tus entrañas, sino eso que te hace levantar todas las mañanas. El Inca Prístino me sugirió que le aconsejara un lugar para hacerse a unos audífonos. Lo llevé a una miscelánea cerca a la BLAA y allí vimos unos que nos gustó. Al salir de la miscelánea una vieja andrajosa se tropezó conmigo y yo con ella. Mi primera reacción fue de profundo asco, al imaginar el millón de pulgas que albergaría su ruana. Pero entonces vi la reacción de la anciana y también ella tenía una expresión de profundo asco. Cómo no? Si tengo lepra. Soy un leproso y a la vieja bruja le desagradaba la idea de pensar que una parte de mí quedaría en ella, tras el tropiezo. Porque tengo lepra y voy dejando partes mías por todos lados. Partes que se me caen, putrefactas. Pedazos enteros de carne muerta que se van cayendo y dejo regadas por donde paso. Ayer dejé un brazo, hoy dejé una pierna, hace una semana la verga. Y la vieja me repelía con una hostilidad que me hirió. El Inca veía la escena impávido, acostumbrado a este tipo de shows cada vez que sale conmigo. Para darme aliento me compró una bolsita de maní con uvas pasas y me confesó que nada le parecía tan triste como las uvas pasas. Reí de lo insólito que me parecía que a alguien le parecieran tristes las uvas pasas, pero luego pensé que tenía mucho sentido que hasta las uvas pasas le parecieran triste a un Inca desarraigado.

Nos tomamos un café en silencio. Había comprado una chocolatina Jet para mí y le había regalado una al Inca. Lo único que hicimos mientras nos tomamos el café fue compartir las monas de las chocolatinas y leer sus contenidos. La mona que me correspondió fue La Perla. Y lo que más me llamó la atención fue su definición: Se puede considerar que la perla no es más que una excrecencia de la ostra. Qué bonitas palabras para el sol tan espléndido que hacía a esa hora de la tarde.

Nos despedimos cada uno a lo suyo. Preferí no pensar en el daño tan grande que me había ocasionado este desencuentro con ese maldito Inca, porque siempre termino cediendo a sus citas o llamándole para arreglar otro encuentro y son profundamente nocivos para mi salud mental estos desencuentros, pues me hacen sentir como decía Heidegger, como "arrojado al mundo". Gané camino por la plaza de Bolivar. Pasé por el comercio agitado y opaco. Llegué la Jiménez. Apresuré el paso. Pasé rápido por las librerias, por Saint Moritz. Y saliendo del Mercado Mundial del Libro me encontré a Fernando. Acababa de comprar un libro del padre Pierre Teilhard de Chardin y decía que estaba buscando poemas místicos medievales como loco pero que nada que encontraba algo. Yo le repliqué que debería estar en Buenos Aires en este mismo momento y él me dijo que se había aburrido sencillamente. Que prefería dejar deambular su fantasma entre estos libros viejos que aguantarse la soberbia de los argentinos. Yo le dejé y seguí presuroso. Alguien pensaría que llevaba una cagada encima, pero la verdad la frijolada no había sido tan grave. Tomé un bus hacia la biblioteca Virgilio Barco. El bus que tomé era el equivocado, caminé un cuarto de hora hasta que recuperé la ruta y tomé otro bus. Llegué con prisa, me lavé convulsivamente las manos y fui hasta el pasillo. Allí me atacó la ansiedad y abrí el paquete de maní y uvas pasas. Lo comí con avidez. Y preferí tragarme lo más rápido las uvas pasas o confundirlas con el maní, porque su dulce me golpeaba. Y me encontré tragando una bolsa como un niño que traga lo que más le gusta. La ropa quedó llena de migas y me sentí indecente. Un par de colegialas pasaron y me vieron con evidente asco. Así de ridículo debería verme realmente . Alguien diría que alguien de mi edad debería estar trabajando, ganando un salario, aplicando becas o presentando proyectos a entidades. Y ahí estaba yo. Totalmente saciado de maní y uvas pasas, regado de migas por todo el cuerpo, en un pasillo de la biblioteca: dejando pedazos mios por todas partes, pedazos de carne muerta que se van cayendo y dejo regadas por todas partes.

2 comments:

Cisterna Rota said...

La lepra ha mutilado hasta lo que no se es.

ana's ghost said...

"Una execrencia de la ostra". Una jodida execrencia...