Wednesday, April 25, 2007

Una estirpe de demonios

Dedicado al fugitivo que quiso partir
a Buenos Aires-

A las 11 de la mañana ya estaba bebido. Fue cuando lo llamaron de la oficina. Se dijo así mismo: por fin lo logré. Y con el ánimo de triunfo contestó su celular. Estaba soñando que su conducta irresponsable le produjera el despido inmediato de la empresa, la idea de la indeminización no le sonaba mal y además quería conseguir algo mejor finalmente.
- Joder Fernado, dónde estás?
- Borracho, estoy borracho
- Bueno, no importa, total: el jefe ha dicho que empaques maletas que te vas de viaje de negocios
- Mierda.

Ramira se acercó con la otra tanda de cerveza Sol, y le preguntó por qué lucía tan triste.
- Soy un bueno para nada. Y siempre pensé que los buenos para nada estábamos condenados a escribir, a ser escritores. Pero resulta que ahora los escritores son buenos para escribir y yo soy un bueno para nada.
- No te entiendo
- Tengo que recoger maletas, Ramira, me voy para Arauca.
- No te entiendo
- Viaje de negocios.

Hace unos años Fernando no sabía nada en absoluto de Arauca. Y nunca hubiera sabido nada en absoluto de estas tierras de no ser por su amigo Luciano, que resultaba ser oriundo de estas tierras. Pero Luciano era tan absolutamente extraño que le parecía en ocasiones que no pertenecía incluso ni a esta tierra. Alguna vez le dijo a Luciano:
- A veces me gusta ver la cara de todos estos hijosdeputa e imaginármelos cómo fueron de niños. Y alcanzo a adivinar sus caras siguiendo algunos rasgos inocentes que aún prevalecen en sus caras. Pero eso nunca lo he podido hacer con usted, Luciano. Como si usted nunca hubiera sido un niño. De hecho, usted nunca fue niño para mí, Luciano.

Luciano sólo reía y eso le decía todo a Fernando. Como cuando le susurras al oído a una monja que no le crees el cuento de que es virgen y ella sólo sonríe. Como si al ser descubierto fuera incapaz de mentir, pero tampoco se atreviera a aceptar la realidad. De hecho, Fernando en la universidad llamaba a Luciano: El Extraterrestrte. Pero no era el único apodo de Luciano, ni acaso el único que gustara a Fernando Alonso. Fue un día bebiendo en Saint Moritz que Andrés Fernando, al ver la extravagante figura de Luciano, le propinó el acertado sobrenombre de: Marilyn Manson de Arauquita. Y así se quedó por mucho tiempo y esa fue la idea vaga que Fernando Alonso se hizo de estas tierras inhóspitas: una tierra demente que a pesar suyo es capaz de engendrar un extraterreste.

Mientras empacaba sus triste cuatros trapos, además no sabía muy bien que empaquetar, tal vez un sombrero y unos vaqueros, pero temía ser muy caricatúresco, o tal vez empacar nada, o sólo un par de bermudas y un pato de flotador, pero tenía que dictar una conferencia, pero acaso podía llevar un blazer? Mientras empacaba sus tristes cuatro trapos recordaba las pocas veces que Luciano se había referido a su lugar de origen. Su tono siempre había sido demasiado sobresaltado, aunque pensándolo bien, él siempre estaba sobresaltado. Pero además profesaba una suerte de asco por esta tierra, aunque pensándolo bien, él siempre profesaba asco hacia las cosas más cercanas suyas. Finalmente pensó que Luciano no era para nada una buena referencia y que lo mejor era llegar libre de prejuicios hacia una tierra que imaginaba a la vez selvática, en medio de un salvaje recodo del Amazonas, así como una tierra desértica, al mejor tipo de películas del Oeste.

Así que a las 7 de la noche partió de Bogotá a tierras lejanas, con cualidades casi míticas, que había parido una bestia híbrida satánica bajo el nombre de Luciano. Desde la mañana estaba bebido, durante el día había almorzado un bistec que le había repuesto por un par de horas, había dormido y ahora pedía con desenfreno a la azafata botellitas de aguardiente. A pesar de las advertencias sobre la temperatura del lugar, llevaba un lígero buso al suponer que en la noche el viento podía llevar un poco de frío. Pero apenas bajó del avión, lo abrumó una oleada de calor salvaje que no demoró en empaparle el rostro de sudor, como si se encontrara bajo una regadera, pero esa regadera fuera él mismo. Supuso que era cosa del alcohol, el no poder con el clima asfixiante, pero en pocos minutos notó que el trago de su cuerpo se había desvanecido y ahora se encontraba irremediablemente sobrio en una tierra extraña.

Camino al hotel de tres estrellas Capri, observó el primitivo paisaje rural del pueblo, la opaca vida nocturna, la escena al parecer tradicional de las matronas sentadas al frente de las casas, a la tenue luz amarilla de las bombillas, con innumerables niños en sus piernas, todos en medio de un letargo incomprensible, como en medio de una correspondencia infinita entre su olvidada raza y las estrellas del cielo llanero. Esto lo abrumó bastante y un susurro incesante de millones de grillos tras sus orejas parecían invitarlo a perderse en medio del monte. Donde fuera que mirara, encontraba rastros de abandono y pobreza. Una que otra vez podía ver la figura delgada de un hombre entrado en años, con la cara cubierta por el sombrero y si acaso se dejaba adivinar la expresión de los ojos negros, podía sentir una tristeza tan insondable en esa existencia que lo obligaba a desviar la vista hacia otro espacio vacio de abandono y pobreza.

Apenas se bajó del hotel y quiso instalarse en la recepción, la primera cosa que le molestó sobremanera fue el esfuerzo infructuoso de la empleada por hablar en inglés. No, sonrió, sin querer mostrarse superior sino comprensivo, yo soy colombiano. Ella se apenó infantilmente y le despachó con la mayor rapidez posible. Fernando pudo comprender que en esta región tal vez no fuera muy común ver hombres tan blancos, a pesar de que él mismo no fuera tan rubio sino que apenas contara con el pelo castaño claro. Luego de dejar sus cosas en el cuarto y tomar un pequeño baño para contrarrestar un poco el calor, quiso bajar al restaurante a pedir una comida autóctona de la región. Tenía la impresión de que en estos días se saciaría de tanta carne que pasaría el año entero sin querer dar bocado a ningún animal vivo sobre esta tierra. Pero se amargó al ver el menú del restaurant del hotel. Además al ver el sitio completamente vacío decidió que no era muy buena idea comer allí y decidió aventurarse al centro del pueblo con la firme idea de comer algo tradicional de la región. Deambuló poco cuando se dio cuenta que el centro no constaba sino acaso de unas 3 cuadras. En ninguna de ella encontraba algo que le llamara la atención: sólo había sitios de hamburguesas, empanadas, pizzas y comida casera. Así que se fue por la comida casera y sin decir nada, aceptó con estoicismo una sopa fría con nata de grasa, una carne mal servida y unos vegetales podridos. Se tomó una cerveza en una de las fuentes de soda del lugar y al ver que le observaban con mucha atención, prefirió devolverse al hotel. Ya salía de la fuente de soda cuando escuchó un grito dirigido hacia él: Hey Catiro!. Se devolvió con sigilo, como queriendo ahorrarse problemas. "Le devolví mal el cambio, hombre, lo siento. Tenga, este es su cambio". Se devolvió de nuevo hacia la puerta, siempre con la sensación de una mirada incisiva de los hombres sobre sus hombros y la impresión de una risa cizañosa, creciendo en ellos dirigida a él, el forastero.

Addiction Kerberos -el profeta- recibiendo transmisión de la entidad extraterreste Aiwass.

2 comments:

Cisterna Rota said...

Ahora sí es sentir cómo se burla la entidad subnormal que discurre en algún rescoldo de lo que queda en este escupitajo de vida que nos toca.

Anonymous said...

El campo es lindo.

¡no! mejor:

El campo es triste