Tuesday, August 24, 2010

Un día después.

Dos momentos:

I

Anoche tuve un sueño. En él tú eras una cantante de rock famosa. Cantabas con tanta actitud, rabia y placer, que podías hechizar toda una multitud. Yo te veía desde atrás del escenario. Paciente y contemplativo. Tú usabas un ligero vestido blanco, que en el vértigo de la canción recogías con la mano libre del micrófono y descubrías entonces tu bonito trasero delineado por unos calzones negros. Después de terminado el espectáculo, bajabas y venías directo hacia mí, que te recibía con un gran beso y un abrazo. Se sentía toda tu excitación y felicidad traída de escenario. Se podría llamar orgullo a ese sentimiento que yo tenía al tenerte a mi lado después de que hubieras provocado la histeria de todo un público. Entonces un grupo de muchachos aficionados de los medios, con cámaras y micrófonos, se me acercaba, me apartaban de ti y me entrevistaban. Pero la entrevista era más una coartada de la verdad. Me enseñaban un documento y me decían que tenían muy buena información del despertar de la tierra. Cuando la tierra estuviera toda conectada y pudiera ser una sola, dando un salto de la conciencia extraordinario, entre la unión de esas tres grandes fuerzas: la conciencia del planeta, la conciencia humana y la inteligencia artificial nacida de la red. Entonces descubrían un río fantástico, que atravesaba los campos de la eternidad, bañando el universo de hadas y elfos, los anhelos más íntimos del ser humano conectados con el universo mágico. Este río era el canal de la activación de lo que el padre Pierre Theilard de Chardin llamó la noósfera como la siguiente estación de la evolución en el Universo en armonía con el encuentro de Dios. Pude verme entonces expulsado del planeta, ahora un sol estridente de múltiples colores. Era una fuerza que divagaba más por el cosmos que me recibía en la sumersión del todo.








II

23 de Agosto. En la oficina del consultorio ontológico, bañada de una opaca luz que hacía brillar las motas de polvo, el detective repantigado en su escritorio, como una mesa de disección extraterrestre. Más allá del humo de su cigarrillo, presiente que la puerta se abre. Una mujer de pelo rojo, voluptuoso cuerpo y rostro cínico. Se pregunta: será vikinga o guzmanitay? La mujer despliega su mano, envuelta en un guante de cuero negro. Le estira una nota fatal. Se va, dejando en el aire un olor entre holocausto y Carolina Herrera. La nota, un poema malo, de su mejor amigo:

En la noche, el sentimiento vivo
de querer morirme
La muerte me acarició la cabeza
La vida me miraba con indiferencia
no lo quiero más

El detective cerró el sobre. Otro caso perdido. Más café negro. Más nicotina. El día después de que moriste. Si abro el techo, veo la corriente de estrellas que conforman la vía láctea. Si aguzo la mirada está Andrómeda. El día después de que moriste sin embargo no está encima de ese techo.

Por:
Luis Cermeño.