Un cuento de navidad
por Luis Cermeño.
por Luis Cermeño.
Un arrebato sangriento sobre un montículo iluminado despejaba las tinieblas del lugar que se habían apoderado de Domingo Klopstock. Adentro, en el bar, escanciaban culines de cerveza entre los extranjeros. Se habían golpeado el mancebo Loreto contra Guisantes Barbarella. En el fondo de la barra, un viejo polaco cantaba canciones de sus orígenes con un tono aguardientoso y cansino. Como las infinitas fibras de un mango filoso e invasivo las venas de Klopstock empezaron a ramificarse sobre la mesa. Le había mostrado su morcilla a la gorda puta que lavaba los baños, noches antes, y ella le había sugerido que le faltaba más higiene. No hubo oral aquella borrachera. Domingo trabajaba aquel invierno en un buque tanque salmonero. El frío le hacía doler el instante siguiente de cada una de sus células. Como un mango contiene los filos de cada una de sus fibras hasta el momento de la primer mordedura, las venas de Klopstock se desangraban al primer trago de vodka. Las truchas saltaban en manantiales cristalinos de una tierra reservada a la pureza inmarcesible de los osos negros. Un zancudo cayó sobre su culín de cerveza. Su curtido dedo sacó al bicho directamente del líquido y lo estampó en la tapa de la butaca. Una salchicha más y vaciaría sus tripas sobre el pequeño gilipollas italiano que se pasaba la mano sobre su grasoso cabello. Era el viento que provenía de la capilla. Allí se arrodillaban los muertos del cementerio aledaño a clamar por sus risibles faltas. Un lobo devoraba un trozo de carne fresco que le había arrojado la puta que lavaba los baños.
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