Thursday, December 11, 2008

Danilo ha muerto



No conocí su filosofía, sé que fue de los primeros filósofos en Colombia, uno de los primeros en crear las escuelas de filosofía de la Universidad Nacional y de los Andes. Pero mi visión de Danilo Cruz Vélez no fue la del filósofo respetado por la academia y la llamada vida cultural del país.

A Danilo Cruz Vélez lo conocí en julio de este año cuando ingresé al pabellón de psiquiatria general en la Clínica Monserrat. Al principio no sabía quién era, no era sino otro de los muchachos bien acompañado de unas voluptuosas enfermeras que le daban de comer en la boca y le limpiaban los restos de la ropa. Luego, en una actividad de terapia ocupacional me senté a su lado y vi, con amargura, cómo a pesar de su cuerpo reumático y su poca movilidad ponía mucho más empeño y entusiasmo en elaborar las trenzas de papel que lo que yo podía, casi siempre dejando la tarea sin terminar para indignación de Patricia, la terapista a la cual ya yo había conocido cuatro años en circunstacias similares.

Este hombre, nacido en Caldas, aún a pesar de sus dientes rigurosamente asentados en los cauces de sus labios debido a la edad seguía despertando las pasiones de las mujeres. Recuerdo así mismo como doña Rita Strauch se apoyaba en su mano y esto generaba la risa de las enfermeras, las cuales le decían a doña Rita: "uy doña Rita cómo es de lanzada". Un hombre cautivante y encantador, aún en las penumbras del alzheimer que ambos sufrían, podía imaginarlo en sus años mozos, con su pelo bien engominado hacia atrás y su conversación intelectual conquistando los corazones de las bogotanas de medio siglo atrás.

A la hora del almuerzo su respuesta ante todos los platillos era un categórico "muy delicioso" o "muy bueno" para alegría del personal de comidas y las mismas enfermeras que se complacían de lo fácil que resultaba alimentar al paciente. Después de la hora del almuerzo iba hacia el jardin en el cual tomaba el sol junto su amigo Luis y con un radio de pilas empezaban a escuchar música. A veces, los domingos, se reunía con ellos doña Rita y entonces las enfermeras ponían rancheras que todos cantaban, como niños abandonados, mientras el sol calentaba sus cabezas.

Algunos días se acostumbra en la clínica a hacer la reunión comunitaria, que se pretende una integración entre personal y pacientes para resolver dudas o manifestar quejas o para hablar de un tema cualquiera que permita, eso, integrar la comunidad psiquiátrica. De estas reuniones son famosas las acotaciones de don Ernesto, un hombre que lleva interno allí desde la fundación de la clínica. Incluso se ha abierto un grupo de facebook en honor a él. Don Ernesto tiene un problema en la boca que hace muy difícil la comprensión de sus palabras, pero siempre deja clara su insatisfacción personal con el estado actual del mundo. ALguna vez una residente se burló de sus palabras. Luego se burló de unas palabras que yo dije. Después me vengué y le dije frente a toda la comunidad que era una niña ingenua que no tenía derecho a burlarse de las palabras de los pacientes, que como futura psiquiatra dejaba mucho que desear y que mi problema era precisamente ese, que como Ernesto, muchas veces el problema consistía en no ser comprendido, en ser burlado, por la manera en que se dicen las cosas, pero lo que se dice jamás lo comprenderán, porque entonces se echarían a pensar y seguramente pensar les haría daño. Desde ese día me hice amigo de Ernesto, igual ya era amigo del señor Gaviria que decía ser el partner de Ernesto. Entonces nos sentábamos los tres a la mesa y discutíamos sobre el estado del mundo, que para Ernesto no era otro que el de "decadencia" y este término tan hermoso se le entendía bastante bien. Ernesto pasa las tardes leyendo a Josemaría Escrivá Balaguer y su ética en el bolsillo.

También había allí un muchacho que estaba preparando su tesis de filosofía precisamente en la discusión de la psiquiatria y la antipsiquiatria. Alguna vez en una reunión comunitaria una paciente se quejó de las pastillas que le estaban dando, que no veía el resultado después de 30 años tomándola y que se sentía igual de mal. Entonces el muchacho que estudiaba filosofía dijo un chiste que me provocó náuseas, dijo: más platón y menos prozac. Le respondí que precisamente lo bueno era más prozac y menos Platón, que Platón ya era suficiente para enloquecer el mundo. Así discutimos un cuarto de hora, él a favor de la postura de "la palabra", el psicoanalisis, el logos; yo a favor de los electrochoques, las pastillas y todos los químicos que sirvieran para espabilar el sistema nervioso. La conversación iba y venía, cada vez cada uno de nosotros sacando los argumentos más rebuscados. Lo que en principio fue una respuesta automática se empezó a acolorar más, el muchacho filósofo se cogía la cabeza cada vez que yo levantaba la mano para pedir la palabra y cuando él pedía la palabra yo empezaba a temblar como un demente. Hasta que una voz de ultramundo sacudió la sala con unas palabras que no pudieron ser más adecuadas:
- Esto es absurdoooooo

Era Danilo Cruz Vélez, quien desde una esquina había escuchado toda la discusión y ya, al igual que los demás presentes, no toleraba más bizantismos. La reacción de la sala fue de aplausos ante la contudencia de la frase de Danilo Cruz Vélez y el muchacho con el que reñía pareció relajarse y me dijo, a modo de confidencia: por eso es uno de los mejores filósofos del país. Yo también reí y no tuve más remedio que sumarme a los aplausos. El viejo siguió hablando, ya nadie lo escuchaba porque lo había dicho todo, él empezó a preguntar que dónde estaba, qué cuáles eran los distinguidos personajes que discutían y por qué decían tantas cosas absurdas.

Hoy que vi su foto en el periódico El Tiempo, anunciando su triste muerte, no le reconocí en la foto, seguro de sus años mozos. En el recuadro no mencionan nada del tiempo que estuvo interno en la Monserrat. Ya hace mucho había muerto para la mal llamada vida cultural del país. Nunca le vi visitas, pero las enfermeras me decían que lo visitaban sus parientes cada mes. Y cuando vi su recuadro, reconocí su nombre y todo el cuadro se me hizo claro una voz de ultratumba llegó hacia mí de nuevo:
- Esto es absurdoooooo

Fue la enseñanza que en lo personal me dejó Danilo Cruz Vélez. El Olimpo lo tenga en su gracia

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