Wednesday, December 10, 2008

Carta sin destino

Una cosa es cierta y tal es que cada vez me estoy quedando más solo. Acá en órbita espacial, a gravedad cero, el cuerpo y la mente responden de una manera sustancialmente distinta a como acostumbran en la tierra. Cuando era joven era uno de esos muchachos colgados a la música y su compañía me era tan imprescindible como el aire. Todos los momentos que consideraba fundamentales en mi vida debían tener por consiguiente un tema, una canción que justificara su grado de intensidad; en última instancia la vida dejó de ser tan relevante y sólo era un gran compilado de canciones, como un saco roto de canciones fragmentarias, inconexas, divergentes. Necesitaba escribir con música, bailar con música, amar con música, cenar con música, dormir con música: lo era todo para mí, entiendes Karlito? Sin sospechar era parte del archivo, otro conejillo de indias para la industria de la banda sonora. La idea era probar hasta qué punto una persona podía descascararse el cerebro al exponerlo a altas dosis permanentes del óxido de la música popular en cualquiera de sus acepciones. Luego, en las investigaciones de contraste, se concluyó que no sucedía el mismo fenómeno con las grandes piezas musicales llamadas clásicas, y en menor caso con la música antigua, los madrigales o las sonatas cortas para piano. Cuando pude comprobar la teoría -que de todos modos ellos ya comprendían- fui arrojado a las cloacas de la ciudad, sediento de agotar hasta la última gota de bar que encontrara a mi paso, con un craving nasal aplastante que me arrojaba hasta los escombros de las construcciones en busca de cantidades de cal para poder obstruir el olfato. En ese entonces morí para la música y tuve que vomitar oceánicas cantidades de acordes, notas, letras y atmósferas que pudieran involucrarme con los sentimientos musicales. Sucedía que era de noche, estaba encima del techo de un automóvil viejo, observando las estrellas y sentía de repente que el pecho se me dilataba y empezaba a golpearlo con fuerza, totalmente en contra mía, me arrojaba entonces con todo y yo al suelo y empezaba a luchar en contra mía, como un imbécil y apretaba las mandíbulas fuerte no fuera a proferir un ay y seguía esta batalla hasta quedar inconciente, sin más guarnición que mi propia imposibilidad de darme una certera muerte. Luego estaba en un camino destapado en una arteria rota de un pueblo ardiente y se me acercaba Alina y me decía: estás una mierda, chamo, te han engorrado el culo? El sol estaba a cuarenta grados y yo usaba esas mierdas de sacos de lana así que sudaba como un demente pero entonces le reprochaba a ella que jamás se fijara en un tipo que no fuera guapo, esa mierda de la inteligencia no contaba y finalmente tampoco yo era inteligente por tener cara de idiota. Todas las golfas del mundo saben que los guapos la pasan mejor que los feos. Sólo que no es un estado eterno y de repente a los guapos les sale barriga, calva, se llenan de hijos y problemas y están allí, sentados al frente de una tienda, observando las piernas de las morenas, recordando esos momentos de sexo que ya les son tan ajenos como a cualquiera que nunca los tuvo, con un aliciente tan pequeño que no le alcanza para volverse a recobrar. Ni siquiera mencionar qué pasa con ellas cuando las tetas pierden gravedad, los coños quedan colgando como trapos secos y la cara a fuerza de ocultar las lágrimas se agrieta. Todas las porristas baratas están destinadas a la soledad, pues al sólo desear a los chicos lindos y ganadores ignoran todo el mercado de veteranos desencantados y perdedores que quedan por explotar en las universidades y oficinas. Comencé a hacer maromas espaciales. Como consecuencia era apenas lógico que me llegaran toneladas de mierda a la casa como respuesta. Lo que se entiende como cronista del espacio. Al tomar en serio el significado de crónica comprendí que la agonía no era sólo una consecuencia material de mi insignificancia, llevaba años espesándose en las distintas esferas de la tierra. Publiqué mi vilipendiado reportaje: "Crónica de un universo terminal crónico" Instaba a la gente a dejar de reírse como una idiota, a parar los estudios en colegios y escuelas, a dejar de asistir a bailes, a no obedecer ni desobedecer a los gobiernos. Bajo la pregunta y respuesta: "Qué es lo mejor que puede hacer alguien que sabe que morirá mañana? Nada" descubría que mi artículo trascendía el ámbito de la crónica para volverse un manual del desaliento y la desidia. Yo también termino siendo una porrista barata destinado a la soledad. Como la más puta y la más boba, siempre a un lado de las fiestas. Una vez probé un artefacto que prometía "aplastarte hacia arriba". Dentro de sus múltiples bondades se ufanaban de escupirte culo arriba como sólo a los diablos les estaba permitido. Un aparato a propulsión con una seudoantimateria llamada depresión tácita. Medía tu nivel de jodidez y te llevaba a dar un paseo por las nubes hasta aplastarte la cabeza en medio de la presión atmosférica. Recuerdo que desde niño ya manifestaba este primitivo temor. Otro día que le estaba dando cachetadas a mi verga sentí un espasmo en la columna como si el líquido amniótico estuviera purgado en contra de gilipollas y pensé que el pequeño reptil estaba tomando ventaja de la situación. Alina no me volvió a hablar y supe que salía con un hombre menos guapo que yo, lo que es decir mucho, pero no me reconfortaba en absoluto ya que ella no me había brindado ni siquiera la posibilidad de enamorarla, de mostrarle el pequeño monstruo que se esconde en la coraza de la gran flema con ojos. Cuando la gente está feliz y tú estás amargado es horrible verles a la cara. Te parecen vulgares bestias que sólo quieren estrangularte. Pero cuando la gente está feliz y tú estás tan feo como esta gente algo sucede que logras entrar en onda con ellos, no obstante siempre tienes la soga en el cuello. Luego vino el globo espacial y observaba como una gran cola se desplegaba desde la tierra y en poco tiempo arrojaba a los hombres hasta más allá de la estratósfera, en una región que claramente se puede definir como extraterrestre. Lo quise probrar yo también, ya que la supuesta depresión tácita no había funcionado y sólo daba como resultado la fiambre de una horda de sujetos ridículos que antes de morir levantaban su oración a Thom Yorke y besaban sus discos fosilisados de Ok computer. La noche anterior al viaje en globo fui hasta lo de Grumos Bill y le pedí una prostituta. Cuando llegó la prostituta a mi cuarto, desenvainé mi navaja y poniéndosela al cuello le dije que hiciera su mejor representación de prostituta. Entonces se empezó a jalar el cabello y gritar y decir que no era puta, se desgarró sus vestiduras pidiendo el divorcio, afirmando que además yo era el primero de su vida y que me amaba como sólo una mujer podía amar a Cristo. Le pagué el doble de lo que correspondía, la aplaudí y la llevé a cenar a un restaurante de comidas árabe. Mientras se tragaba los kebabs con avidez le dije que me encantaban las mujeres con franqueza al comer pero las mujeres que comían mucho ya me daban asco. Pedimos una botella de whisky John Thomas y volvimos a la habitación; allí hicimos el amor borrachos y luego fui al baño a tratar de orinar pero la cistitis me lo hizo imposible, provocándome ardores imposibles, me arrojé al piso sucio del baño y luego vomité; me bañé y me acosté junto a ella, todavía tenía rastros de sudor en su espalda y se la besé. Ella me agradeció el gesto, devolviéndose suavemente, agarrándome de la barbilla y diciéndome: pequeña cucaracha duerme. Mientras ella roncaba yo sentía las lágrimas caer en mi cobija. Era la primera y última vez que estaría con ella y ya estaba de nuevo profundamente enamorado. Un defecto de carácter; no soy del tipo que busca chicas para acostarse, soy del tipo que busca chicas para enamorarse. Al otro día estaba en medio del globo del espacio. Desde las cámaras para la televisión me preguntan: unas últimas palabras para antes de su viaje señor Aguevado? Le contesto: No amigo, soy malo para improvisar y el habla no es mi talento. Sin embargo fueron las últimas palabras que el mundo conoció de mí. El cordón que estaba atado al globo no sobrevivió el dolor imposible de la atmósfera y sin un comando en cabina me condené a deambular por la eternidad en este espacio vacío tan cercano al planeta azul y sin embargo tan separado a él. Ayer encontré una lata de coca-cola flotando y recordé que tenía una novia a la que amaba con todo el corazón y solíamos sentarnos a tomar cocacola toda la tarde y mirar el atardecer como un par de idiotas. Entonces aparecía una estrella a la distancia y yo le decía: para ella estamos fritos. Ahora entiendo, Karlito, que cada vez me estoy quedando más solo.

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