Thursday, February 28, 2008

daga divina



(no apto para necios)

Una capilla repleta de sangre, y entre el hierro carne, y entre la carne hierro. De las columnas se desprendían grandes montones de excrementos cada vez que los murciélagos desplegaban las alas para abrirse camino dentro de la penumbra que no terminaba al alcance del ojo humano. Ventiscas propias de la alta montaña vulneraban el esfuerzo más obstinado de mantener el cuerpo en redención sobre las rodillas que desgarraban la carne para dar paso libre a la ignominiosa sensación del hueso. Una insidiosa neblina amarillenta apoderaba los espacios apoderada de una suerte de voluntad maligna que volvía estrepitosa sobre los orificios del rostro atento en levantar oración. De repente el cáliz se desprendía arrojado al vacío, y, sobre un largo manto dorado, las ratas devoraban el vientre abierto de un gigante perro negro. Una voz irrumpió el espacio como un ensordecedor trueno que violenta las ondas perceptibles por el hombre y conduce a la locura a quien sufre tales cuerdas vocales. Me mantuve firme. Ni los gusanos, ni las grotescas bestias que empezaron a defecar sobre mis manos mantenidas en oración, ni los golpes de las herraduras de los caballos, ni el hecho de que me estuviera volviendo putrefacción, hicieron tambalear mi inclinación ante la cruz que se alzaba desde más allá de la penumbra que no ven los ojos humanos. Fue cuando se me enterró la daga de fuego en el corazón.

Desperté bañado en sudor. La cama goteaba charcos de mi propio cuerpo, asaltado por el miedo y la zozobra. Me dirigí al reclinatorio de la habitación. El último astro refulgía en el azul del cielo. La luz fue extendiéndose como una fina sabana suavemente sobre el país. Castigué mi cuerpo antes de levantarme y tocar las campanas. Me persigné y presencié cómo los últimos demonios se devolvían a sus infernales refugios para descansar y volver cargados de energía por la noche a provocarme las pesadillas y espantos que me asaltaban durante los últimos años. “Buenos días, pequeñas criaturas malditas. Las espero sin falta esta noche”. Malgeniadas por haber llegado a su hora se despidieron con un gesto altanero y se ocultaron traspasando las paredes.

En la primera misa estaban sin faltar el bobo del pueblo, las mismas cuatro señoras de edad que acudían allí antes de hacer sus compras en el mercado y el mismo demonio que se disfrazaba de femme fatal pueblerina. A parte de mi fiel público se encontraban tres o cuatro campesinos, un soldado y un tendero. Ofrecí la misa a sus almas perdidas. Una vez terminada, esquivé los besos de las ancianas, las babas del bobo y las seducciones del demonio. Cerré las puertas de la iglesia. Me senté en una silla de la fuente de soda. Pedí una gaseosa. Cuando volví a la mesa habían matado a otro. Terminé rápido la bebida, pagué la cuenta, le di la bendición a un idiota que estaba borracho y fui hasta el garaje.

Me gusta desayunar a campo abierto. Tomé la carretera con la mayor velocidad posible a las afueras. Al llegar al lugar, unos niños se lanzaron sobre mi hábito. A pesar de los ofrecimientos de la casera sólo quise aceptar una ague’panela y un pedazo de arepa, que me sirvieron en un desvencijado pocillo de poltre y un plato. Luego de hablar con la señora, me dirigí hacia el campo. Allí, frente al gran manantial verde que se abría en los montes, me desnudé y me eché al nado. A mi lado pasaron dos serpientes. Eran dóciles serpientes de agua, un verde brillante y hermoso brillaba sobre sus escamas. Levanté a una a lo largo de su prodigioso cuerpo y la besé. La volví a bajar a la corriente y me miró extrañada.

Al otro lado del manantial venían los niños. Gritaban “Allí está el padre William. Vamos a escucharle su sabio consejo”. Se desnudaron al entrar y se acercaron con ágiles movimientos que revelaban su naturaleza como hijos del terreno. Me jalaban de la barba y me preguntaban “Padre William, por qué siempre estás tan callado? Por qué siempre luces tan triste?” Yo miraba al pequeño Paulo y no podía contener las lágrimas. Como si el pequeño Paulo ignorara el paso ineludible del tiempo sobre la carne, sobre los sueños y sobre los sentimientos. Crecer es podrirse y es difícil de aceptar al ver al pequeño Paulo girando en torno su maravillo cuerpo, levantar sus flexibles brazos al cielo, cerrando el puño como si agarra una buena cantidad de cuerdas invisibles que lo aferraran por siempre a la inocencia del juego y la santidad de los castos sueños. El vigoroso brillo del cabello negro, peinado sobre las suaves aguas, en contraste con su plástica carne blanca que parecía cambiar de forma con el ritmo de sus saltos, los labios rojos por efecto del enfriamiento del frágil cuerpo de Paulo, me recordaron que en el mundo existe una estación en los seres humanos llamado Infancia y me llevaron a arder de deseo y pasión por haber querido tener también un poco de esa Infancia que en el niño montuno resplandecía con tanta gloria como traduciendo la maravilla de la creación de Dios en todas sus criaturas.

“Padre William, por qué Francesco dice que los hombres que lloran son maricas?” – “No debes decir esas palabras, Luisotto” – “Sí padre, perdóneme por decirlas, pero así es que dice Francesco, y también dice que los sacerdotes de la iglesia son maricas. Que todos violan niños y son unos hipócritas”. Sumergí la cabeza dentro del agua. Al volverla a poner sobre superficie estaba Paulo y con su gesto inteligente fijo quiso saber. “Es eso cierto, padre William? Todos ustedes los sacerdotes son los más pecadores de todos?”

La mirada de Luisotto estaba atenta en mi miembro, claro a la vista en la transparencia del agua del pozo. Reconocí de inmediato que Luisotto era lamentablemente otro caso de niñez robada por un celo excesivo de su entorno en el sexo y sus connotaciones más grotescas, así como una subversión radical en la escala de valores en la cual lo sublime y trascendental de la vida humana se transfería estúpidamente a la satisfacción de los deseos más pueriles y arbitrarios. Luisotto, a pesar de su corta edad, ya estaba al tanto de dos nefastas verdades en el mundo y hallaba el modo de volverlas a su favor para justificar su negligencia espiritual y moral:

1- Un hombre jamás debe demostrar sus sentimientos y falta de frialdad en ningún asunto. Era lo que Francesco le había enseñado torpemente, haciéndole creer que el llanto era una forma asquerosa de demostrar inferioridad en todos los aspectos de un hombre. Y para Francesco nada era más inferior en este mundo que un marica. Por eso le decía que cualquier hombre que llorara era marica, es decir, menos que un hombre. Este niño Luisotto crecería sin tener la más absoluta idea de lo que significaba la compasión por el dolor del otro, por el dolor de uno mismo, la entrega y el olvido de uno mismo proyectada a un ser superior al que uno encomendara su suerte y sus luchas en este vano mundo. Por la misma falta de fe en un ser supremo y la carencia de un plano de trascendencia sólido, este niño se vería arrojado a un mundo de vacuidad espiritual, vulnerable a la caza y remate de religiones y creencias fofas y estúpidas – un día musulmán, otro día krishna, otro día seguidor de las tesis de Castaneda-. Agravado por un sentimiento exacerbado de sí mismo, divagaría por el mundo con un ego hinchado que necesitaría reafirmar en las más superficiales competencias de sus semejantes: competencias laborales, competencias económicas, competencias académicas… y, sobre todo, las competencias sexuales, las cuales serían alegremente motivadas por los medios, la publicidad, el consumismo y las marcas. Todas estas competencias, que le permitirían igualar o superar a sus “semejantes”, le penetrarían a su cerebro y a su espíritu como una fuerte helada que explayaría violentamente la muerte invernal de las esperanzas, el regocijo y la Verdad del Eterno; todo bajo la risa socarrona y la argucia de que ninguno de estos elementos sagrados existió jamás, pues quién va a encontrar algo de este fuego debajo de tal glaciar?

“Si el hombre llora, Luisotto es porque es inferior. La condición humana es miserable. Yo me he regado en lágrimas al verlos a ustedes, chicos, pues me sentí inferior y a la vez por ser albergado en la certeza de que ustedes serán algún día tan miserables como yo. Porque sólo no tener la conciencia de lo hermosos que somos nos hará liberarnos de nuestra humillación. Y ustedes me parecieron hermosos en ese entonces. Por eso lloré. Porque ahora Ya Son tan miserables como yo. Si les parezco un marica porque lloro, quisiera que toda la humanidad fuera marica. Pero ni los maricas lloran para no parecer maricas. Y si un marica llora, yo, un sacerdote, con más razón me permito llorar. Porque en la redención, en la humildad de reconocer nuestra miseria, podremos hallar la absolución de nuestros pecados. Y nuestro mayor pecado, niños, ha sido nacer. Por eso lloré al verlos. Porque yo no fui como Paulo y sin embargo es como si lo hubiese sido. Porque nací llamándome Paulo y con el tiempo lo fui olvidando. En cambio, tú, Luisotto, no naciste bajo ese nombre y fue Francesco quien te bautizó sobre una pila de inmundicias que exhalaban testosterona y esperma adolescente. Le encantó embadurnarte en la ceguera de su propio fango en el que se resiste a creer que es el único cerdo sobre la faz de la tierra, y tú fuiste su borrego, Luisotto, Luisotto, creyendo poder entender cosas que iban más allá de tu capacidad intelectual”.

2- El triste célebre y sonado caso de los padres pedófilos. Todos quieren prender su hoguera en la caza de brujas contra estos pájaros espinos de inocentes criaturas. Incluso Luisotto, que no cuenta con más de 10 años, ha aprendido a aborrecer la iglesia por estos casos sonados de sacerdotes que abusan de su autoridad eclesiástica para dar gusto a sus más rastreros deseos; clásico ejemplo de un hombre pervertido criado y motivado por una iglesia pérfida y corrupta desde su más arraigado centro.

Desde ningún criterio moral se puede justificar la práctica de este abominable crimen. Tampoco el argumento del ínfimo porcentaje de personajes de la iglesia católica involucrado en estos tristes casos parece ser suficiente para la defensa de la Iglesia. No obstante, desde la “racionalidad” realmente estúpida del hombre contemporáneo – totalmente impasible ante razones del espíritu pero completamente entregado a supercherías narcisistas como las investigaciones de las feromonas y las verdades para poder tener más sexo si no mejor- se juzga un orden de discurso que desde su base se plantea el problema de la tentación siempre latente del mal y la lucha entre la salvación del alma ante la condena eterna al infierno.

“Luisotto, desde que yo era niño, incluso más pequeñito que tú, se me inculcó y siempre oí en la iglesia que el padre decía que tanto más cerca se estuviera de Dios mayor sería el acecho del demonio. No existe ninguna razón para decir que lo que hacen estos padres, en provecho de su autoridad, es correcto. Todo lo contrario, es una gran ofensa a Dios y una afrenta a la existencia humana. Así como es cierto que los hombres de Dios somos los más vulnerables a caer en las garras del demonio, también es cierto que el Señor nos ha brindado este gran don a todos los humanos que es el libre albedrío y el poder de discernir entre lo que es bueno y es malo”.

“Si recordamos que el hombre es un ser inferior y miserable, debemos tener consideración por él, tan vulnerable a las tentaciones de la carne y el maligno. El maligno adopta las formas más grotescas de volver lo divino en algo totalmente pernicioso y corrupto: del amor natural y la gracia que Cristo sintió por la deliciosa compañía de los niños (dejad que los niños vengan a mí!), el gran mentiroso – que por eso se llama así- subvirtió los términos de un amor puro y generoso en la infame trampa de la perversión y confundió en los espíritus más débiles el amor natural por los niños trastocándolo a un sucio amor carnal y totalmente desnaturalizado”.

“La ley es severa con estos pobres pecadores confundidos por el demonio, pero dócil ante el demonio y su realidad; de hecho, la ley humana es la camarada número uno del mal, del crimen y la suciedad; más allá de que se alimenta del horror, es también la principal fundadora de él. Acaba con los abogados y terminarás con los problemas del mundo. Juzgamos a la iglesia por sus flaquezas, como si la iglesia no estuviera constituida también por hombres, que como hombres se reconocen en el pecado, sólo que con un propósito supremo, adorar a Dios y tratar de cumplir sus leyes. En este sentido la iglesia es sagrada y capaz de reconocer la santidad de sus mejores chicos en la tarea de llevar el mensaje de Cristo a los corazones enredados pero nobles de todos los terrestres”.

“Me duele ver a un chico como tú, Luisotto, tan prevenido por recibir la buena nueva de la mano de la iglesia. No te dejes confundir por el maligno. Sé que llevas un buen rato observándome fijo el pene, y un padre debe llevar su hábito rígidamente puesto, desde el cuello hasta los pies. Todo esto debe parecerte curioso e incluso veo en ti un rasgo de malicia. Porque no te llamas Luisotto sino el gran perdedor. Y no eres sino otra cara de la serpiente que bajaba por el río. Pero te confundes. El detalle de que no lleve puesto el hábito en el agua no me despoja de mi investidura, así como el hábito no hace el monje”.

“Paulo, ve y dile a tu madre que mañana irás temprano a la iglesia por tu vestido de guerrero y pelearás a través de naciones y continentes para defender el nombre del Justo, el Único y el Omnisciente. Te brindaré todas las armas para que puedas luchar los cuerpos y cómo defender tu alma. Cada vez que veas a un Luisotto debes aplastarle la cabeza como si de una serpiente de agua se tratara”.

De vuelta por la carretera principal al pueblo en mi carro, supuse que de alguna manera u otra había adelantado el Apocalipsis unos años. Al llegar al centro del pueblo me llamaron falsamente la Gran Ramera y me tiraron tomates. Salí furtivamente del carro. Corrí hacia la iglesia. Desde una pequeña ventana acomodé la bazuca y empecé a dispararles a todos los liberales que me decían que Dios no existía. En el ocaso, un sol enardecido de verano bajaba detrás de las montañas para descargar miles de guerreros celestiales que procurarían prestarme guardia durante la noche.

2 comments:

Tadeshina said...

jajaja Luisotto...Father Willy rules!
Muy acertadas las enseñanzas del padre Billy, podría incluso escribirse una saga con él, como un Van Helsing vicario. Aunque no se parezcan mucho, me recuerda por alguna razón al Doberman...
Un beso, gracias por el link en tu cajita.

Addiction Kerberos said...

ya pondremos al clérigo willy a meter perica y violentarse al sentir la fuerza del amor terrenal caerle por donde menos se esperaba. EL padre William Nobrainsky está más vivo que ningún otro hijodeputa. En algún momento tendrá que encontrarse con el fogoso científico Addictosawa, tal vez en un duelo mortal. Pero no se reduce a las flaquezas carnales de Bill Nobrainsky, hermano de otro científico, Virgilio; en algún momento Nobrainsky tendrá que abandonar todo lo que lo ata al mundo e ir en busca de la verdad a través de las montañas de Los Andes para perseguir la famosa nave espacial perdida allí en tiempos anteriores a la conquista. Se escribirá una sucia saga sobre nuestro padre.