Sunday, February 10, 2008

la brisa de la madrugada



A veces observo al espejo retrovisor y veo mi adolescencia. Un pasado tan pesado como la carga de Atlas. Y siento que allí ocurrió algo que no me afectó en lo absoluto. A pesar de que yo estaba presente y me ocurría precisamente a mí. Imágenes fugaces y luminosas, con estallidos de luz que impiden reconocer mi rostro y mis gestos; estando presente yo y nada parecía afectarme. Seguramente el desinterés propio de la edad, la falta de conciencia o el escaso desarrollo de un Yo maduro. Escucho rayos de la época y siento el pinchazo en el vientre. Sworn and Broken de Screaming Trees. Hacía un calor infernal, amigo, y ahora estoy jodidamente solo debajo de esta puta palma a la intemperie de los moscos que devoran mi rostro empadado en sudor. La noche brilla pero el horizonte es negro. Yo me empapo un poco de tiernas expresiones de los ojos y los escondo a donde nadie se interesa de mi universo adolescente. Las gafas ayudan, es verdad, me sirve ser una pequeñita mierda. Para eso sirve ser una pequeñita mierda, para que se pierda el interés en ti y se te mire como un díscolo ser frío y fuerte que puede soportar la humedad de este viento tóxico que te ahoga en la soledad de tu cuarto empapelado en las bandas que te gustan: soundgarden y otra mierda. Era verdad que a veces gritaba y lograba disimular este grito de cucaracha en una carcajada, así que no había problema, el chico desagradable sabe reir, sabrá afrontar El Mundo. También soñaba mucho en tiernos sueños y creo que es lo peor, que también soñaba cosas que no sabían afrontar El Mundo. Luego, mucho después, me metía una línea de cocaína y creía que lograba sobrevivir El Mundo, me empeñaba en podrir mis sueños, en aplastar con el zapato los tiernos sueños y en no soñar para no sentir, para no herirme, para no estar otra vez en la piel de esta repulsiva pequeñita mierda. Cuando el grunge se puso de moda yo seguía escuchando grunge a pesar de ser lo más distante de la moda. Cuando el grunge se puso de moda, el mundo de la moda siguió su rumbo superficial e idiota y yo seguí mi rumbo grunge, profundo y autodestructivo. Cuando huelo una lata de cerveza mi memoria se dispara a estos días. Mucha juerga sin diversión; muchos amigos para la soledad; ninguna mujer para un vasto amor refugiado en el corazón dispuesto a volverse trillas por alguna degenerada que estuviera tan llevada que se fijara en uno, con aletas de cucaracha incluída. Luego, mucho tiempo después, en el sports bar de una playa llevada a menos de los USA, la mujer de mis sueños adolescentes se sentó a mi lado a tomar Bourbon. Rachel se llamaba. Hermosa y llevada del carajo. Babe, contigo me hubiera perdido en el corazón de una América estúpida y enloquecida, con el consuelo del azul de tus ojos que me remontaría por siempre a un mar alterno en otra galaxia y sabría que allí pertenecía el verdadero bicho que no se cansaba de destrozarse el corazón. Rachel se encontraba en proceso de separación de un tipo idiota que no sabía valorarla, le restregaba a las chicas de los sueños playboy en su aplastada existencia y la jodía por haberlo jodido a él casándose con ella. Era un verdadero animal de playa caído en desgracia por una estúpida-clásica-mujer-americana que no valía un dime. Ella ahora lo sabía y lo detestaba, pero también se odiaba por no dejar de amarlo. Rachel, mi sueño adolescente materializado, has leído a Kafka? No lo había leído pero sus aletas de cucaracha sonaban al compás de mi corazón. Pero era una cucaracha interesada en animales de playa no en cucarachas de los agujeros araucanos del tercer mundo y las noches asfixiadas en miles de canciones en inglés dedicadas a ellas, las cucarachas americanas. Sobra decir que sólo pude apreciar el vasto océano de ese planeta de otra galaxia a través del telescopio de mi rancho arruinado: un planeta que repelía las misiones interesadas en ella. No quería follarla, no quería tenerla debajo de mis risibles brazos flacuchentos, no quería golpearle su culo con mis guevas. Sólo quería que me quisiera. Quería que ese planeta que desprendía con gracia su vida marítima susurrara a mi oído: te veo como tú me ves. Hey ah na na. Innocence is over. Hey ah na na. Over. Es de noche en la llanura araucana. Tomo una cerveza del refrigerador. Me siento en la sala y me tiro en el sofá. En la tele hay pocas opciones: programas eróticos en Globo, el canal brasilero; sexo pícaro en el canal peruano. Necesitaría estar un poco menos borracho para aguantarme Cartoon Network. Afuera las iguanas corren en busca o perseguidas por no sé quién o qué. El mundo no se mueve y el silencio de las estrellas me invita a mantenerme arrinconado. Mis amigos se han ido de farra esta noche y han preferido no llevarme esta noche. Mis padres duermen en la habitación de arriba junto a la habitación de mi hermana que también duerme. Estoy solo en la casa, me digo. Hay mucha cerveza en el refrigerador y voy a tomar hasta caerme muerto en la cama. Es lo que por general hago. Pero también sonrío, podré sobrevivir El Mundo. Hace un tiempo al pensar en estos años pensaba que no era más que un pajero. En realidad, practicaba con mucho interés la masturbación. En realidad, veía como volaba la leche por el cielo hasta el techo y volvía a mi cuerpo como una misión abortada a mitad de camino. Pajero significa autosuficiente. Y es que pensándolo, desde hace poco, nada me parece más falso que concebir como autosuficiente a una persona que gritaba sin gritar la necesidad de que alguien lo complementara. Que sufría realmente por falta de amor, por entrar al universo en el que la gente se besaba y se decía tonterías, el universo en que la gente se dedicaba estúpidas canciones de amor y se decía: con esta canción te recordaré por siempre, mi otra mitad. Sufría y recuerdo que ya antes de partir definitivamente de Arauca, en una fiesta de amiguitos de mi hermana, a un pequeño gilipollas que decía que ella le rompía el corazón y se ufanaba de ello y ponía ese estúpido disco, Pablo Honey de Radiohead, y se botaba en el suelo personificando un sentimiento ajeno, le apagué el equipo, le mandé a la casa y le dije que en presencia mía no volviera a hacer ese obsceno número que ya tantas veces había visto. Más bien, sabría decir que en mis años mozos de estar vuelto mierda era un perfecto auto-insuficiente. Ya parecía que no estaba enfermo. Sin embargo, la enfermedad se lleva en el alma. Uno cuando canta, canta en la enfermedad. Uno no respira sino enfermedad. Y cantaba enfermedad, hablaba enfermedad, miraba enfermedad. Incluso cagaba enfermedad! Lloraba en el baño de esa casa. Eso fue a comienzos del 97, si estoy tan mal. 10 años y esa imagen no se borra. Sentado en la taza y llorando. Tal vez estaba cagando pero tal vez quería morir. Fell on black days de Soundgarden. Estoy algo jodido. Estoy en quinto de primaria, en Bogotá D.C. LLevo un disfraz de payaso y hago un monólogo jodidamente largo y jodidamente bueno que provoca llanto en mi público escolar, toda la escuela de ese entonces y acto seguido los aplausos. Yo estoy al frente de todo un auditorio y sin creerlo me largo en un monólogo conmovedor de un payasito de 10 años y hago que los profesores se emocionen y que los niños lloren y que los padres se pregunten qué carajos hace ese niño allí pintado como un puto payaso. Es una obra, una obra de escuela. Una obra de escuela distrital. Una obra barata de primera. La noche anterior la estudié con atención y dedicación con mi madre. Pero soy un pésimo hijo. Mi madre era severa y yo se lo agradecía porque sabía no iba a fallar. No esta vez. Había encontrado mi profesión: más que actor, la de payaso. Resultó que me aprendí toda la obra, mis partes y las partes de los demás actorcitos. Como era natural ningún niño se aprendió por completo su obra y yo desde el telón les gritaba o les guiaba sus partes. Llegó el momento en que todos terminaron sus roles y el encargado para culminar la trama era mi monólogo. Me regué con otra voz, con otra vida y de allí, desde ese otro espacio, brotaron los aplausos, las lágrimas, la emoción. Había rapado desde ese algún otro lado algo que dirigí hacia mi lado de escolar rechazado por ser el peor en deportes. Otro día un pequeño discurso sobre 1492. Mierda de la conquista. Más aplausos. Qué memoria la de la pequeña mierda. No se volvió a saber nada más de la pequeña mierda. Seguía ausentándose del colegio para cumplir su cita con el hospital. Se graduó de primaria siempre con mención de honor en disciplina. Muchas llamadas de atención por su desempeño social, pero buena disciplina! En bachillerato alguien muy muy cercano le dijo que era tan idiota como para poder graduarse de bachiller. Que no se preocupara. Y la verdad, no se preocupó mucho en hacerlo. Todos los años de bachillerato fueron una desgracia. Los profesores decían: la mejor época de la vida. No sabía a qué se referían. Claro, se refieren a la época en que los animales más fuertes se cogen a las animales más brutas. Se refieren a la amistad homoerótica de inflarse los músculos y reducirse el cerebro, darse una palmada en el culo y decirse: bien, Giovy, sos lo máximo! El colegio es la verdadera cagada pero en adolescencia el colegio no me importaba porque ya había sido oficialmente declarado bruto para lograrla. Tenía gafas, es cierto. Las viejas buenas y licenciosas se me acercaban con precaución y me preguntaban si era científico. Yo le preguntaba a los profesores de ciencia la manera de producir cocaína hasta finalmente conseguir la fórmula. Los tipos me pegaban hasta el cansacio. Alguna vez quise ser budista y les dije: el dolor no existe. Con ese interés de idiotas que quieren aspirar a la inteligencia pero que queda amputada en la mitad me golpearon de nuevo y me preguntaron: le duele? La verdad no me dolió pero dije que sí para que dejaran de golpearme. Era budista mas no idiota. Luego aparezco en Arauca. Allí no me golpeaban aunque ganas no les faltaban. Alguna vez alguien para insultarme me dijo: usted es tan poca cosa que nadie quiere pegarle. Pero muchos quisieron pegarme. Ya no estaba enfermo, si consideras que en ese entonces no era un alcohólico ya -y en este caso sí que estaba jodidamente enfermo. Me gustaba sobretodo ver el atardecer desde el tercer piso del edificio. A esa hora recuerdo que ponían Heaven besides you de Alice In Chains. No la volvían a poner sino entrada ya la madrugada. El resto era programación de playa y canciones de mierda de Rap: tupac shakur, snoop... No tenía VCR y como me encantaba tanto esta canción me empeñaba en volver a escucharla hasta la madrugada. En la espera vaciaba el refrigerador de cuanta mierda tuviera: entre esa mierda muchas latas de cerveza. Recuerdo que la primera vez que desocupé toda una caja (petaco) de latas de cerveza, y terminé la última, escuchando justamente Like the coldest winter chill heaven besides you.. hell within... me sentí como uno de los cuervos que en la mañana visitaban el palo que daba en la otra esquina, no la de la calle, sino la de la residencia, esos pájaros negros tan hermosos en su luto y tan madrugadores. Disfrutaba la canción totalmente ebrio, la cantaba, la bailaba, llenaba de la primera luz del día mi feo cuerpo y mi feo rostro, en el cielo, sintiéndome en el cielo. En efecto, el azul del video es totalmente conforme con el azul de la muerte de la noche y el nacimiento de los días de mierda. Y la brisa que llegaba a través del gran ventanal era un placer para el alma intoxicada. Terminaba la última lata al ritmo de una frenética y repetitiva canción de rap que me sentaba mal; el sol ya empezaba a ponerse impositivo; revisaba la nevera; con excitación veía que había "sido capaz" de acabarme toda una caja de cerveza: los adultos despertaban y maldecían aquel bicho borracho y degradante en la sala; yo me despedía y caía como muerto en la cama...

1 comment:

Cisterna Rota said...

Un museo donde los animales no están muertos, despiertan en cualquier momento y colman su sed con formol, acto seguido se aprestan a pisotear el lugar donde han sido colocados tras unos estantes permeados por el filtro del planeta rojo, aplastan el corazón de la polilla, y él mismo quiere partir a alguno de los estantes del museo, que la polilla lo olvide, pero no hay lugar para él, a pesar suyo late y sabe que va muriendo sin tregua.