Monday, February 04, 2008

4 de febrero 2008

No ignoro la gracia y el regocijo que debí haber causado en el listo del número de emergencias cuando le comenté mi situación.

- Veo un objeto inmóvil en el cielo que no hace mucho trazó una curvatura insólita desplazándose de izquierda a derecha cayendo sobre sí mismo unos buenos grados hasta levantarse con violencia hasta alcanzar la elevada altura que ahora mantiene, completamente quieto.

Yo mismo no podía creerlo. Acababa de terminar el capítulo de la luna de un exquisito libro de divulgación científica. Faltaba poco para que en el café Juan Valdez cerraran simbólicamente por quince minutos en apoyo a la marcha que se efectuaba al mediodía. Los marchantes se apuraban a los sitios de concentración con sus camisetas blancas y gestos decididos. Yo me mantenía al margen, vestido de negro, como habitual, con miedo a los posibles reproches que los manifestantes pudieran reclamarme por no usar una pintoresca camiseta que rezara: Colombia soy yo. Como si Colombia no fuera yo también. Precisamente porque Colombia también soy yo decidí mantenerme al margen, vestido de negro, en silencio, sin camisetas que aludieran a mi obvia nacionalidad colombiana como si de verdad alguien pudiera sospechar que Colombia no fuera yo o descreer de mi evidente nacionalidad colombiana, aunque bien podría pasarme perfectamente por venezolano, por mis rasgos físicos, pero a la hora de hablar el acento me delataría y la gente dejaría de dudar que no soy colombiano porque mi acento aunque poco claro es evidentemente colombiano, sea lo que sea lo que de esto se concluya.

El cielo era de buen augurio para los marchantes. Un espléndido día con un sol radiante y un cielo límpido. Pocas nubes, tan blancas como las camisetas de las muchachas más agraciadas que entraban al tumulto de manifestaciones. Luego de terminar el capítulo sobre nuestra amiga luna decidí contemplar un poco aquella belleza de una juventud envenenada en odio y podrida en divisiones.

- Por favor dígame el número de las emisoras locales para encender las alarmas

El chico listo del número de emergencias apenas podía creer lo que estaba escuchando. Seguro que anteriormente debía tener noticias de locos que llaman a informar sobre presencias extraterrestres y platillos voladores en el cielo pero jamás hubiera creído que él fuera a ser alguna vez testigo directo de aquella exuberante locura. Sin lograr reprimir del todo una risita burlona me preguntó si estaba viendo un objeto volador no identificado en el cielo. Le respondí convencido que sí. Y no lo hubiera creído del todo. Hubiera quizás sospechado que se trataba de un delirio, de una alucinación, de una válvula de escape a la tontería terrenal que impregnaba la marcha. Sólo que minutos antes me acerqué a mirar más claro el fenómeno y sin dejarlo de ver le pregunté al viejo del lado si acaso no veía ese mismo punto luminoso que yo estaba viendo. Me dijo que seguramente se trataba de un avión pero le repliqué que estaba totalmente quieto en el cielo, hazaña que es bastante improbable para un avión comercial. Le dije, seguramente es un globo. El viejo me miró como un bicho raro, volvió a ver ese punto blanco y se fue. No estaba delirando, se trataba de un fenómeno objetivo y el viejo era la prueba de que no se trataba de una percepción meramente subjetiva sino que tenía una realidad precisa verificada por la reacción del anciano.

- No le puedo dar el número de las emisoras para estos casos señor, lo siento.

Me respondió el listo del número de urgencias. Procedió a preguntarme mi ubicación y la posible ubicación del objeto. Me reservé mi nombre, porque ya era obvio que el listo estaba tomando provecho de la situación y no quería prestarme para sus impías burlas de necio. Me preguntó si estaba seguro de no estar viendo un avión. Un avión pasó dos veces cerca de ese punto, lo que me llenó de espanto por unos segundos. Y parecía que el avión atravesara el punto sin consecuencia alguna. O el punto se desvaneciera al paso del avión y reapareciera luego de un rato que el avión hubiera cumplido su trayectoria. Lo más probable también, y luego terminé de convencerme de ello, es que el punto se encontrara en un lugar mucho más distante del avión. En los bordes de la estratosfera. No, evidentemente no era un avión. Pero sufría por dentro por la conciencia de estar presentándome como un maniático, de esos que gritan en la calle sin que nadie los escuche, que huele a azufre, que llega el fin de los días y la gente agacha la cara y se pone las manos sobre las mejillas y se burla.

Necesitaba encender las alarmas, no a la manera de Orson Welles, porque estoy lo suficientemente fregado como para querer burlarme de alguien y simular una supuesta invasión extraterrestre; en este caso sería yo quien terminaría burlado pero nadie inventa una fantasía para lograr este objetivo tan concreto. No deseaba no ser tomado en serio pues estoy lo suficientemente fregado como para creer que en realidad algo existe afuera sosteniendo su mirada sobre el mundo a la manera del ojo divino del Guernica de Picasso.

Tal vez se tratara de un satélite metereológico, trataba de consolarme luego del fracaso comunicativo con el listo del número de emergencias. O quizás como me lo había sugerido alguien en otro momento un planeta visible gracias a la impecabilidad del cielo en ese instante. Pero un planeta no describe esos bruscos cambios de órbita Lo miré mientras estaba fijo colgado en el cielo. Tratando de hallar razones a mis ojos. Recordé las fotografías mostradas en los noticiarios hace poco de avistamientos de ovnis en Medellín. Objetos con una proporción geométrica cilíndrica y chata muy similar al que estaba observando en este instante. Los testimonios eran todo menos claros. No pude dejar de arriesgar analogías.

Con el paso del poco tiempo pude ver que contrario a lo que en principio parecía el objeto no se encontraba en absoluto estabilizado. Ahora caía de nuevo sobre el árbol que amputaba el cielo, el cual fue el punto más bajo en que cayó antes de alzarse de nuevo hacia más allá del destino de los aviones. Una vez lo perdí me levanté con el fin de sobrepasar el árbol que interrumpía la visión del objeto. Pasé sobre los carros, sobre la calle, sobre los marchantes que alzaban pancartas de odio disfrazadas de amor.
Una vez superado el obstáculo del árbol, en medio del aparcamiento de McDonald’s, bañado por los rayos del cenit del sol y refrescado por el viento de las montañas del oriente, puesta la vista al cielo, perdí desoladamente el objeto. No podía dejar de ver hacia el cielo como los idiotas. Los mensajeros del establecimiento me apartaban rudimentariamente de sus labores. Estaban llevando unas cajas de un lado a otro, yo sin comprender las razones. Un mensajero que recién llegaba contaba con ánimo cotidiano el accidente de una señora con un bus. Pregunté si la señora había muerto. El accidente tampoco era tan interesante. Sencillamente un carro manejado por una señora que choca un bus. En medio del tráfico y la manifestación. Volví a alzar la mirada al cielo. Me acerqué al árbol que en principio había estorbado mi completa visión de la trayectoria del objeto. Allí el árbol sacudía sus ramas como un baile ancestral. En el cielo no veía nada. Cerré los ojos y sentí que una polilla me pasaba sobre la nariz. Así que todo había sido una polilla, un error de perspectiva. Claro, tan idiota, desde lejos la blancura de la polilla contrastaba tan fuerte con el azul del cielo que parecía estar volando cientos de kilómetros consumida en él. Los aviones no la tocaban no porque estuviera tan lejos sino precisamente por estar tan cerca.

Un desamparo me albergó el corazón como una súbita muerte de Dios y me quedé paralizado por completo, allí en medio del gran estacionamiento de las comidas rápidas. Deseaba llorar o tirarme al suelo. No restaba más que gente yendo de un lado a otro con sus pancartas de nacionalismo exacerbado y yo había perdido la razón de la manera más lamentable. Me sentía un débil mental de primera. Quería internarme en la Monserrat por delirios y alucinaciones fortuitas a mediodía. No era posible que tanta literatura barata y fantasías de ufos y vida alienígena me hubieran carcomido el cerebro de esa manera. Siempre pensé que era tan razonable como para enfrentarme a ellas con un punto de vista distante y escéptico, ahora me encontraba sufriendo por la falta de magia en el universo y porque la Verdad estuviera de mano de gente asquerosa que incitaba a la guerra y el odio, a las tumbas asentadas en tierra y no a la vida por fuera, en otro espacio, la belleza de albergar otra realidad.

Respiraba hondo y en busca de la polilla que me había roto el corazón de infancia pude observar algo hermoso. Parecía una paloma y surcaba decidida el hermoso cielo con sus blancas alas que al sol parecían brillar con luz propia como poseedoras de un aura que difícilmente podría erradicarse de la vida humana. La vi volando resuelta en medio del vasto cielo que se abría en Bogotá esta tarde hermosa y sentí mi espíritu rebosante de felicidad

No la perdí de vista y fui detrás de este destellante espectro. Allá en el occidente. Mientras iba detrás de su irreal luminiscencia me percaté de algo real. Resultaba imposible físicamente que aquella paloma brillara con tal incandescencia desde la lejanía en que ahora la percibía. Por más blanca que fuera no podría jamás reflejar la luz del sol con aquella fuerza inusitada.

Atravesé hábilmente la avenida, esquivando carros que ondeaban banderillas blancas. Caminé sobre los prados sin temer tropezar con las ratas que habitan allí. Sobrepasé dos hombres de apariencia sospechosa que me vieron tan concentrado en el cielo que decidieron dejarme en paz. Palpaba el suelo con mis pies mientras me concentraba en hallar de nuevo la paloma.

La paloma ascendió hasta el cielo de nuevo más allá del alcance de los aviones. Se mantenía fija por un rato y luego desaparecía, como un guiño de ultramundo. De nuevo tomaba la forma de un planeta. Emitía vibraciones de Venus a los desengañados. Me sentí súbitamente muy perdido, a la deriva de una fuerza superior que me señalaba la dirección en la cual desaparecer completamente hacia la muerte o hacia la búsqueda de nuevos planos dimensionales de sensaciones e inteligencias. Los árboles que rodeaban el aire empezaron a arrojarme sus hojas como madres que lloran la despedida de su hijo en el momento en que nace. Cerré los ojos con la vista puesta en el punto luminoso que colgaba en mi corazón esperando saber obedecer a la orden de arrojarme de una buena vez hacia los fugaces autos que recorrían la autopista o saber esperar un huracán que se abriera en torno mío remontándome a los albores más fantásticos del universo en que la vida fuera una bendición. Miraba los cristales de los buses que con prisa iban por la avenida y predecía mi sangre en sus parabrisas, una cara deformada con una risa inocultable. Un nuevo nacer que me recibiera en el polvo del cosmos acariciando las ruinas de un sueño imposible. La inscripción de la palabra como la fundación de un planeta deshecho en lágrimas. Amor, sólo estoy bien y no preguntes demasiado.

Una nueva luz emergió de algún lugar remoto del horizonte y precipitó al viejo punto brillante hacia su dirección sin que este último lo alcanzara por completo y perezoso prefiriera quedarse de nuevo en otro sitio estratégico del universo en que me costaba reconocerlo y luego desaparecía y aparecía otra vez en un punto cercano pero siempre misterioso ejerciendo una sombría sensación de ambigüedad en mi materia.


Algo cayó desde los cielos, al momento en que el nuevo punto veloz iba ascendiendo hasta un horizonte más incierto en el que sin embargo su contorno se hacía mucho más claro que el original punto que me interesara. El tercer objeto caía a menos de cinco metros desde donde me encontraba, como un fantasma que fuera descendiendo protegido de un hálito ardiente. De nuevo cayó hacia un indeterminado lugar en medio de un mini bosquecillo improvisado en una de las separaciones de la autopista. Pareció perderse al tacto del primer árbol pero deseé ir hacia este punto para enterarme realmente de qué se trataba. En ese intento un gran camión pitó y me botó al lado de mi acera. Volví a ver hacia el cielo y de nuevo pude identificar los dos objetos. El primer punto seguía apareciendo y desapareciendo misteriosamente sobre una misma área del cielo. En cambio el segundo objeto parecía dibujar una elipse más definida en el horizonte que entre más lejana a la tierra estuviera parecía otorgarle mayor forma. Esta forma era muy similar a la de un satélite artificial.

Duré aproximadamente una hora con la mirada concentrada en el cielo. Luego perdí el rastro del punto, el cual pareció dejar de aparecer sencillamente para desaparecer por completo. El probable satélite también se perdió en el lugar más lejano del azul del cielo. Sentí una inmensa curiosidad por el objeto en forma de platillo ardiente que cayó a pocos metros míos. Los carros andaban a toda prisa por la autopista y sentí que mi hora de morir ciertamente había pasado. Me sentía fatigado, absorto, desamparado y confundido.

Mientras volvía a casa pensé en el fenómeno. La gente regresaba de la marcha, contenta por cumplir su labor ciudadana de marchar. Yo me había alejado del deber de ciudadano de participar en manifestaciones públicas. Pero por un momento también me sentí alejado de ser humano. Sentí que era lícito mirar al cielo y preguntar qué ocurre allá arriba mientras nosotros morimos como ratas acá en la gravedad de esta tierra. Me preguntaba sobre la naturaleza de las extrañas esferas. No quería volver a caer presa de la pasión y llamar a encender las alarmas. Naturalmente, en el momento en que cayó aquel objeto lo más razonable sería llamar y encender las alarmas. Algo cayó sobre la tierra esta tarde y no sabemos su naturaleza. Un pronóstico terrible oscureció el cielo bañado por los rayos del sol. Muy probablemente los puntos que presencié en el cielo fueran tan terrestres y groseros como la gente que levantaba pancartas y gritaba en las calles. No estoy seguro de nada. Aviones fantasmas de los Estados Unidos. Satélites espías de aliados o enemigos. Esferas pitagóricas de la verdad o resquicios de una tormenta solar. Objetos extraterrestres, extradimensionales o puertas abiertas a dioses Primordiales con voraz apetito de seres simples.

No puedo estar seguro de algo más que este sentimiento de despojo cruel que me alberga al pensar que seguramente no fui digno de ser llevado con ellos al mismo lugar al que se dirigía mi paloma incandescente.

1 comment:

Tadeshina said...

Ahora puedo decir que es usted el que escribe, ahora es Luis con su angustia, con su soledad, con su avidez por conocer los misterios del cielo. Es Luis el místico, el que va más allá, no el escritorcillo loco y borracho que imita a los autores de vanguardia. Este es usted inmerso en esa demoledora tristeza que aplasta y nos hace sentir como miserables ratas dispuestas a la vulgaridad terrenal. Gracias por ese texto,por esas imágenes y llenar los blogs con algo que merece ser leído.