Thursday, December 13, 2007

final de los tiempos

My dear Professor Strowski, twenty years I was banned from my homeland, parted from my wife and son never to see them again. Why? Because I suggested to use the atomic elements for producing super-beings, beings of unimaginable strength and size. I was classed as a madman, a charlatan, outlawed in the world of science which had previously honoured me as a genius. Now here in this forsaken jungle hell I have proved that I am alright. No, Professor Strowski, it is no laughing matter ... Home? I have no home. Hunted! Despised! Living like an animal. The jungle is my home. Then I will show the world I can be its master. I will perfect my own race of people, a race of atomic supermen which will conquer the world.




Un tacto metálico sobre el rostro de Lisa de regreso al infierno cromado que estallaba sobre sus ojos compulsivos en torno a los reticulados del salón helado de Rusia 466. Sobrevivimos un mundo colapsado en bolsas de helio residuales desde los salones de manufactura abandonados. Allí está Hwyett arrojado a los frigoríficos hirvientes de la vieja estación espacial derrumbada en guerra. Pruebo un poco de ese aceite regado en los compartimientos del suelo. Allí está Hwyett librando una guerra perdida. El pecho se resiente a los gases de la atmósfera. Glóbulos oculares en explosión frecuente desde los suministros de video gratis. Lisa explora las bifurcaciones del no-espacio en que se juega la vida. "Todo cuanto actúa es cruel - Artaud" De nuevo al infierno. No hay regreso al final del mundo. Los babuinos corrían en manadas por las selvas de áfrica, los últimos refugios de esos culos rojos que quisieron resistir la ecmnesia aún se debaten en el enigma. El azul del cielo desapareció y los mares lincharon la cutrez del mundo. Un desgarre vertical de los brazos impedía cualquier intento de reparación en la psiché de una civilización humillada.

En el gran cristal del cosmódromo la vi partir. No me dejó tiempo de decir adiós. Quizás tampoco yo quería decirlo. La gente se aferra al cristal del cosmódromo y lo contempla por horas como si quisiera que no los dejaran solos. Tal vez yo también me aferre a esa plataforma vacía. Tal vez también tenga horas al frente de este cristal mohoso sin comprender que ella ya se ha ido. Paso horas sin sentido, paseando sin razón por los corredores de los salones de espera del cosmódromo. La misma imagen desgarradora de los rostros que se quedan. La misma cara de "mirar para adelante siempre" de quienes se van. Aún si les causa un dolor dejarnos, este mundo ya no corresponde a ellos. Mi corazón se atraganta de culpas en los pasillos muertos de un día de adioses definitivos.

El día despunta lentamente a través de los alfileres de llovizna. Paseo por los barrios negros con las manos en los bolsillos de la chaqueta. Los traficantes recogen a las putas que aún quedan, agotadas hasta el pellejo, y se van a buscar calor en sus cuartos de residencias baratas que colindan la zona. Finalmente encuentro un antro en el que poder refugiarme un instante. Dos cervezas, varios cigarrillos y varias canciones demoledoras. "Stargazar you call the shots an I take'em" Una bella guaricha se acerca y me pregunta si quiero bailar. Sí nena pero no quiero besarte la boca con aliento de pene. Bailamos y me cuenta de varios negocios en el viejo mundo. No me interesa. Quiero volver a la barra. Quiero volver al silencio y a la tensión entre el bartender y yo. Tal vez odiaba mi vida. Tal vez quería decirme que odiaba en lo que me había vuelto, esa ficción de haber sido algo mejor alguna vez. Otra vez la guaricha sentada a mi lado. Otra vez interrumpiendo la canción con su chillona voz. Estaba harto de las mujeres. Estaba harto de que me rompieran el corazón. Estaba harto de su sexo artificial. Estaba también cansado de mí, de ser tan femenino, de ser tan poco macho. Sólo quería cantarme para mí esta canción que dice: "dreams like this must die, dreams like this must die". Estaba harto de su exigencia. Estaba harto de que uno nunca fuera lo suficiente para su chica. Estaba harto de las demostraciones. Estaba harto del mundo, sí, eso era. Estaba harto de que uno nunca fuera lo suficiente para este mundo de mierda. Y la guaricha seguía hablando y hablando. Le miraba sus bellos ojos azules. Esa risa de doble intención. Ese pelo rubio cenizo sobre su cara reseca y aburrida. Quería que se callara. Me la imaginaba debajo de un hombre sucio hace unas pocas horas. Me la imaginaba gritando y gimiendo de placer. Me la imaginaba confesándole que era el mejor sexo que había tenido. Y ahora estaba acá hablándome e interrumpiendo las canciones que yo programaba para sosegar el ánimo. Me imaginaba que ella era de las que creía que el sexo era de lo mejor de la vida, de esa clase de mediocres. Nunca se largó. Nunca paró de hablar. Supongo que era de la clase de mediocres que dice que necesita compañía. Pero yo no era compañía. Al salir la mañana era negra. Los alfileres de llovizna todavía herían. Ya no quedaban putas ni malandros.

Me consuelo pensando en los miles de millones de receptores neuronales que se fueron atrofiando e inutilizando a lo largo de mi mala vida. Todos ellos representan las posibilidades de haber sido lo que hoy no soy. Allí está Hwyett dirigiendo una orquesta. Allí está Hwyett decodificando los códigos genéticos en bien de la humanidad. Allí está Hwyett puliendo una tesis. Allí esta Hwyett... aún con ella. Me imaginaba atravezando el espacio. Su mirada sería de excitación frente a lo nuevo. Ahora sé que no quiere ver las estrellas y cuando partió se quedó fija en el planeta azul. Adivinando qué punto era Hwyett. Preguntando por qué se vería tan pequeño y por qué ya no se veía. Preguntando en qué pequeña proporción del espacio de aquel minúsculo planeta se habría perdido Hwyett. Como un perverso juego de zoom en el que los confines se borran entendería que yo tampoco existía desde las distancias infinitas.

Tiro un dado hacia arriba. Vuelve a caer a mi mano. No me fijo en el número. Lo vuelvo a tirar arriba. Vuelve a caer a mi mano. Lo vuelvo a tirar. Esta vez no lo atrapo. Sigo mi camino, con la impresión de haber jugado a los dados, de haber perdido con los dados.

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