Thursday, September 20, 2007

Señora

  • Gran parte de este texto es un plagio a un magnífico fantasma que suele escucharme y susurrarme desde los bloqueos centrales de mis nervios vueltos rotos y que él como yo (otro fantasma) y que él como yo...


Como las primeras náuseas se transportaba en su nave por los espacios siderales en una velocidad estática e infinita, por las nubes de gases satelitales que se desprendían de los hornos de cremación de las condiciones de todo pensamiento condicionado a una condición. Como un disparo emitido desde el vacío para el vacío. A pesar de los husos horarios era como si la noche, cual puta virgen, no temiera abrir las piernas y enseñara la menarquía del primer día de primavera. Ya se podía oler, aunque no se tuviera nariz para ello, el renacimiento floral de la desgracia con todas sus consecutivas ruinas. Para ser su fantasma y aniquilarlo. Tener fe. Todo como una apuesta para dejar de ser uno. Blusa azul celeste, Lucia tiembla las piernas, no hay escotilla para esta noche que no conoce de primaveras. Sólo insinuaciones de lo impronunciable. Abdicación. La inspiración no la conozco. Detesto haber estado siempre ahí yo de nuevo. Un fracaso de la ausencia y qué victoria. Flamante, flamante victoria de lo no de nuevo en el barrio santa fé clamando por una puñalada. Un fantasma no puede plagiar un fantasma. Invocarlo? Tal vez, viejas canciones mortales: a quien no conoce de caricias como un minutero que se congela para seguir andando. Básicamente ir al límite del desespero y que aún de ese modo, la nave de las frases se conduzca a través de un universo enteramente repulsivo. Uno se cansa y por eso se plagia. Plagie, plagie siempre. Plagiar la incertidumbre y que ella lo plagie a uno. Porque a mí me atraviesa como bala de rifle la luz azul del día que oculta la muerte y, estúpidamente, no se calla, no atraviesa, no es la muerte aunque esté impregnada de ella, esa maldita luz estúpida del día que no se calla y es azul como un cerebro muerto dentro del mío. Todo embadurnado de ella, del azul que me hace estremecer y revolcar como un perro agonizante, en las aceras bañadas de la luz del día que me proyectan como un muerto puro, un muerto al que nada rescata, esos ojos que brotan desde su inmersión. Adquiero el ligero tono de la sabiduría del baño público. Un calor que emana desde los rectos, como panes recién salidos del horno, sólo que no nos enorgullecemos de ser su levadura. Mi cuerpo, al que le quiero otorgar propiedades sexuales y delicias carnales, se reduce a la levadura del pan que emerge de mi culo. Vaya alivio me brindo mientras vomito sangre en los baños públicos: qué sería de este bollo sin la levadura que maternalmente ofrezco como cuerpo. Está en mí el suicidio. Está en mí, como si de verdad la muerte estuviera a la esquina. Esperando. Nada. No está en mí el suicidio. Está en los planetas de las primeras náuseas. Decir esa palabra positiva, afirmativa, vital, es una necedad sin límites del orgullo por salir de esa letrina. En cambio uno puede concebir algo superior fijado en la miseria. Porque es miseria y moscas que patean los genitales. Son templos. Uno puede llorar del miedo ante la muerte pero por qué no lo puede hacer ante el miedo a la mierda? Qué verdad jocosa ocultan los excrementos de toda una tarde? Qué verdad jocosa ocultan los excrementos de toda una tarde. Ahora seamos felices, como simios arrebatados a la naturaleza y arrojémonos mierda cada uno al rostro del otro. Esta es mi verdad jocosa que tienes que digerir para digerirme. Ahora me encuentro llorando mares sentado en la letrina. Como si me avergonzara de ser una buena pléyade. Capaz de arrancarme hasta el último pelo del culo grito por ser oído por algo más que la noche que proyecta mi culo arriba, volviendo a las traqueas desesperadas, a los ojos que ya no ven su interior, al cerebro que se aferra a una columna que no alcanza las posaderas. Este soy yo: una masa vertebrada de carne y mierda que llora y desgarra la voz cada vez que no oye su entera soledad en el universo ...

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