Friday, November 10, 2006

Life as a videogame

De vuelta a la zona tórrida. Un angel triste, como decían en el Hell's Oaks. Me levanta la desesperación, por decir poco. El olor a látex jamás ha abandonado estas calles. Una ducha cálida calma temporalmente el temblor del cuerpo. En el espejo mi rostro luce más degenerado que de costumbre. Abro las cortinas de las ventanas que dan al muro del bar de enfrente. Preparo un par de huevos revueltos, mientras espero fumo un Camel y tomo la Coca-cola directamente desde la botella. De la calle se alcanza a escuchar el megáfono de un par de adolescentes techno-hippies que gritan: es hora de unirse a la aldea, entregad tu cuerpo que el medio expandirá vuestra conciencia sucia. Me como los huevos como un vagabundo comería sus sobras en la noche. Claire, maldita sea, he olvidado la cortesía. El cielo ya se puso rojo y yo aún sin camisa atrapado en estos ridículos cueros de Claire. Claire es aquella chica que ha cambiado para siempre a Madonna por Nina Hagen. Considero que mi perdición anoche fue haberme entregado a la sensualidad por completo. Un nuevo día. Atardecer de dioses ebrios. Resignación. Salgo a la antigua ciudad de negocios. Las calles absolutamente descuidadas. No es porque en esta zona no se mueva dinero, sencillamente ha dejado de interesarle al distrito. Los vendedores de software pirata abundan y te acorralan con su mercancía barata. Esto está una mierda. Es como si a todos se los hubieran cogido por el culo esta mañana y quisieran desquitarte contigo. Cada mirada es una flecha de rencor. Nada nuevo en el horizonte. Un tráfico imposible y horas reducidas. La red, por su parte, además, no hace sino caerse en esta zona. Me encuentro con Arnold en el Passenger y pido una helada cerveza para calmar el calor de las 4pm. Los informes sobre el polvo de la mesa del Passenger. Reviso impacientemente, buscando la única cifra que me interesa y que no encuentro. La mesera, Rosita, parece reconocerme en la distancia de los años. Otra vez en el mismo juego Luis? Bajo la cabeza y me encuentro con la ausencia de Miss Mary. La risa que alguna vez le provoqué al verme tan convencido ordenando el capuchino del mediodía. "Eres un viejito" fue el modo en que cortó mi severa pose. Antes de iniciar mi enardecida carrera de provocar-el-desprecio-de-todos. Miss Mary murió antes de tener la oportunidad de odiarme. Y ahora la extrañaba, bajo el bruto sol de las 4 pm en la antigua ciudad de negocios. No era la hora de regresar a falsas promesas. Carolina Coe, el color de la realidad: el espacio que jamás se agotaría. Una vieja traición a puño limpio y el vestido negro de Coe cayendo en la noche de los deseos. Nunca me perdonaría el hecho de haberle adulterado lo que ella llamaba su-propia-mierda.

1 comment:

Anonymous said...

Siempre queda el atardecer rojizo y la resaca; es emjormolvidarlo, un suspiro o algo aprecido, enmedio de esta orda de espiritus y en medio de la borrachera no queda más que aferrarse al vicio y a esta tristeza que duele hasta las cachas