Friday, August 25, 2006

Vencido

Una falsa entrada. Cuando vio a Coe en la otra acera y ella no le reconoció, sintió haber envejecido mil años de un día para otro. Esa sensación de haberse desperdiciado en sueños ajenos lo tomó por sorpresa y no quiso soltarlo hasta no haber terminado con la cantina de 650. Recién terminada la guerra el tiempo ahora sobraba sin que las calles fueran suficientes para descargar sus frustraciones. Parecía estar repitiendo la misma rutina de autodestrucción, día tras día, bares tras bares, en busca de algo que le motivara a vivir en unas condiciones que jamás hubiera imaginado. Los antros en esos días parecían estar repletos de héroes y hombres desmoronados. Algunos optaban por cambiar sus venas a cañerías metálicas que les permitieran reinsertarse al campo de batalla en territorios africanos. Algunas veces Lucien pretendía olvidar lo que había presenciado y, en verdaderas escasas ocasiones, podía pretender vivir en otro sitio que no fuera en un planeta que había fracasado en la guerra de universos. Carolina Coe aún conservaba la misma mirada fiera. Aún parecía proyectar el mismo odio y la pasión de los años del tráfico de software bancario. Sabía por algunas fuentes que Coe también la había pasado mal durante los años de guerra. Ahora que la volvía a ver a través de la franja invisible del tiempo parecía como si ella nunca se hubiera ido. Una enana repulsiva se le acerca a Coe con una teta por fuera del escote. Una chirrienta voz le penetra los sesos provocándole escalofríos en medio de la serenidad de la embriaguez. La obscena enana le reclama al Fray Lucien que haya sido siempre un romántico muy en el fondo, muy a pesar de él mismo. Como aquellos basuriegos que lloran de congojo ante las novelas de Austen en las canteras del D.F. Lucien la observa con la calentura del etilismo, sin chistar palabras, sólo asintiendo con la cabeza como un idiota. La enana se complace de haber logrado su objetivo y se va en busca de otra mesa. Se escuchaban las palabras de los seres inteligentes de los otros planetas que habían colonizado el planeta tierra. Lucien parecía empezar a comprenderlos, saber sus intenciones. El bar man hace sonar en el infinomniplayer una canción que sonó para Lucien como un siglo que le da la bienvenida: Milla Jovovich - Beat on Ice... I see you, I see you... I see you breaking up the water... Canturreteó un rato en silencio, golpeando la barra con los dedos de silicona. Sinking to the botton... El tiempo que nunca había encontrado, la afable familiaridad del bar del centro. Watching reruns of my dreams. Pensó de nuevo en Carolina Coe. We fade away tonight. Y por primera vez se preguntó si alguna vez había llegado a amarla. Ahora Lucien no era más que el polvo del pasado que acaso alguna vez se resistió a ser barrido. Nada quedaba de aquellos grandes hombres que alguna vez sintieron centellear la vida en el fulgor de las bombas que estallaban. Nunca pensó que podría volver y ahora que estaba en casa se sentía miserable. El hombre se ha caracterizado siempre por una cosa: por más que sus sueños choquen contra su realidad, por más que haya dejado de ser el centro del universo desde Galilei, por más que se haya demostrado que el hombre no es las criaturas más inteligentes del universo desde el hallazgo realizado en el observatorio espacial Palomar, siempre hinchará el pecho y creerá que, de alguna manera, nunca fue una pieza suelta en el plan divino. Un falso sueño: la libertad. De nada servía la libertad a Lucien si ésta no era retroactiva. Por qué hablar de un futuro que no existe cuando aún quedan algunas cuentas que ajustar con el pasado? Si la libertad no sirve para volver atrás y arreglar las cosas que nos han hecho ser lo que somos la libertad no sirve para una mierda. Lucien soñó un rato con la boca abierta. Al rato el barman lo sacó del bar, como a quien le desagrada cumplir con sus deberes. Lucien de nuevo estaba en la calle y sintió que Carolina Coe en cualquier instante podía volver a cruzar esa acera.

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