Friday, April 07, 2006

Kids. Volume 5

Dedicado a Lain
surround me with your love.
I


Mudhoney sonaba, los chicos golpeaban incesantemente las rampas con sus tablas de skate, el calor achicharraba las ideas, la cerveza se calentaba y era hora de ponerse la camisa. Al salir del edificio Orange lo primero que pudimos ver fue la sonrisa de Braukunst en el Reino. Se encontraba plácido, sentado en una de las mesas que daban al exterior, junto un amigo. Lain se acerca y Braukunst de inmediato nos presenta con su amigo. Ese amigo tenía una mirada de loco ancestral que cautiva. Braukunst nos propone un paseo por El Parque de los Deseos. Lain asiente con la cabeza sin convicción. Nos despedimos. Más adelante, Lain: "Estás loco si crees que voy a acceder propósito Braukunst. Después del fiasco de ayer, no arriesgaré más pellejo. No más Gironés de La Fuente. No más ir regando sangre por las calles del crimen". Atravesamos las primitivas corporaciones que se gestan a partir de la soledad inmensa que te tira de un lado para otro y te encuentras de repente fuera del espacio, como un pobre simio sin infierno asegurado. No es que sienta la mierda correr por los ríos, como bien podría suceder un día o la disección de Dios en medio de una trama que se te escapa, como bien puede estar sucediendo en un complejo científico, pero no era esa mierda la que sentía mientras el sol tostaba mi cabeza camino al metro de una tierra gastada y árida, como un amor con un cuchillo, ambientes rojos y sonrisas incomprensibles, chicos que con la barba van a la coladera. La parcela de mundo que se destroza en bombas de hidrógeno en Tokyo. Tomamos el metro y la gente pasa encima de las cabezas, las lenguas por fuera, un chico con boso se desploma en convulsiones de arritmia. Jeune homme triste dans un metro. Las calles que va descubriendo el cristal del vehículo. Una extraña plaza. Talleres vacíos por una especie de mala festación, olor a opio puro, miradas de desconfianza, calles ardiendo deshabitadas. El metro repleto, la gente que pasa y va con bolsas y vidas huecas, el vecino que mira la novia del vecino, la perra que coquetea con el otro, el muchacho triste que se pega al walkman, la marcha industrial que se infiltra como un erótico shock electrico en el flâneur, adolescentes tristes al paso con sus madres vulgares, arrogantes ignorantes que emergen por todos los vagones, turistas molestos y chicos drogados. Las candilejas se apoderan del rostro de Linda Lee: Unforgettable, in everyway. And for ever more. That's how you'll stay. That's why darlin it's incredible, that someone so unforgetable thinks that I am unforgettable too. Al llegar al metrocable pudimos sentir el espeso humor de la gente, el ajetreo, la prisa, la morbosidad de los turistas -y nosotros éramos parte de ese espectáculo-, las cámaras que se empezaban a descubrir con una tonta desconfianza. Una fila larga nos esperaba.

II

Quién soy yo para juzgar?

El metrocable ha quedado solo y nos disponemos a devolver. El barrio Santo Domingo finalmente no resulta ser gran cosa más allá del imaginario colectivo de ser el barrio de los sicarios. Los turistas hacen el trayecto, suben como si descendieran al infierno dantesco y bajan como el poeta, intactos y felices de haber visto la miseria ajena sin quedar impregnados de ella. Más impresionante resulta el barrio aledaño: Caribe. Sus calles colindan con el triste río que fluye forzado a través de la mierda. El total de las calles y las casas fueron construidas encima del antiguo basural. Hay quien dice que si una familia pretende hacer funcionar una cocineta a gas sólo necesita cavar un tubo al suelo, así de fuerte es la concentración de gases tóxicos en la zona. En este barrio no hay metrocable: no resulta ser tan atractivo para los turistas morbosos, pues qué es Caribe si no otra cara de la miseria, una cara aún menos espectacular y digerible del infierno. Los hombres en la orilla del río levantan con obscenidad un arrume de basura. Los niños sin calzones van de lado a lado. En Santo Domingo el paseo torna otro color radicalmente contrario a la sin-razón de Caribe.

III

Me encontraba en METROCABLE con los pies encima de los asientos delanteros desocupados. Lain escupía maldiciones a los pájaros y yo empezaba a sentir que esa mierda se me estaba empezando a concentrar en los ojos y me quemaba el iris. Nos detenemos en otra parada y el joven oficial me pide bajar los pies. A la mierda todo! Me llenaba de tanta nostalgia sin razón o motivo aparente que era desconcertante la cara de dolor concentrada. Te acuerdas de aquel canal Lain? El que nos llevó hacia el lugar donde los faroles ardían sobre nuestros agotados, cada vez más lánguidos, cuerpos sin órganos. Bajo los pies ante la amenaza de un bolillazo sobre la cara de Addiction Kerberos. Multitud de chicos del chill out se suben en el carro de los dioses con nosotros. Ellos, entre 10 y 14 años, entran agitados, cómplices de miseria y aburrimiento con nosotros: el hastío de esta generación es evidente, sólo quieren un hueco donde meterla y un buen rato para olvidar sus vidas. Así que entran en algarabía, con sus jocosos cortes y su propio frenesí, todo un torrente de energía negativa dispuesta a llevarse por delante al estúpido que se cruce. El primero que entra es un moreno, metro y medio de altura, pelo verde, ojos saltones y prevenidos, nariz hermosa y labios carnosos, aproximadamente 12 años. El segundo es un renacuajo blanco, pelo rojo, mechón con un copete de churcos, cara depravada innata, risa de idiota, dientes rotos. El tercero, el más grande, con un corte tipo siete, cicatriz que le cruza la cara, manos vigorosas, ojos maduros, cejas firmes, expresión severa. El cuarto tiene trenzas a lo Jamaican Style. El quinto es un gordito marica que se conforma con quedarse callado. Nos observan con mírada de quiropráctico. Lain está absorta viendo la hermosa degradación de estos adolescentes salidos del hielo fulgurante del infierno. Ahí estamos, bajo un mismo coche, atravezando el nervio central de Medellín, suspendidos en la nada, un grupo de mocosos dispuestos a carcomerse la tierra de la superficie junto un par de chicos universitarios ingenuos. Al encontrar sus ojos con los míos se mueve ese hálito que tanto he experimentado con chicos de otras partes y es esa suerte de secreto al interior de nuestros ojos que nos hace reírnos, como si leyésemos una historieta graciosa al momento de cruzar nuestras miradas tristes. Lo mismo sucedió con un grupo de niños afroamericanos en Clearwater, razón por la cuál me despojé de mi último par de lentes rojos. Ahora sucedía los mismo al interior de un coche aéreo en Medellín.. de qué me despojaría ahora? Esta situación extraña también me solía suceder de chico cuando me encontraba con los ojos de algún retrasado metal o un mongólico: se reían al verme y me señalaban. De alguna manera siempre me he sentido el elegido de los extraterrestres, los retrasados mentales, los idiotas, los estúpidos, los niños, los ingenuos, los virginales... de alguna manera, los rezagos de la pureza siempre parecen evocarme.

IV

Los chicos hablaban sobre el modo como se habían comido a "La caballa". A Lain le pareció gracioso que unos chicos tan pequeños hablaran de estos temas sin que fuera claro que a sus edades pudieran mantener una erección. Yo me concentraba en seguir sus magníficas historias como historias de abuelitos precoces. También comentaban sobre a quién le iban a hacer el cruzado, sobre a quién le tenían ganas y a qué hiju'eputa se la iban a cobrar. Qué vidas tan fascinantes y llenas tenían estos pequeños hampones. En mis 24 años de vivir en la cloaca no he tenido un día tan excitante, vertiginoso y profundo como el vivir diario de estos chicos. Quise tomarles una foto, hacerles un video, llevarlos para siempre en mi escurridizo corazón. Pero el ocaso se fue angostando de mí y ya nada parecía pertenecerme. Quise cargarme uno de estos muchachones y propinarle un tiro en la frente, cerciorarme que jamás me harían daño a mí ni a ninguno de los míos pero no era yo ni nadie de los que no tengo. Mientras tanto los bellos delincuentes reían y echaban pedos. Toda una sensación de sobrecogimiento antisocial llenó mi espíritu: jamás podré ser tan feliz como ellos, jamás podré ser tan malo y tan bello como ellos. Recordé a sus madres, pobres idiotas incapaces de hacer algo en contra del flujo de hormonas de sus pequeños rufianes. Y ellos: que sólo nos parecen unos chicos que sueñan con comprarles una nevera. Chicos tan comúnes y tan extraordinarios se bajan del coche y nosotros tras de ellos. Morenito, si estás por ahí vivo en una vieja calle del barrio Santo Domingo, recuérdame y piénsame para bien, ten una risa para mí como antes. Morenito si estás vivo. Al bajarnos a la estación todo fue dinámica y movimiento. Una corría para un lado, el otro burlaba un transeúnte por otro lado, todos se dispersaban y convergían en un mismo horizonte. Con Lain quisimos correr a su ritmo, pegarnos a su dinámica, volvernos ellos. Nunca lo seremos, en algún momento de nuestra vida todo se jodió y nos volvimos demasiado los otros, los que van por el METROCABLE persignándose y agradeciendo a la vida no ser de los chicos malos. En una columna un pequeño Buda, un hermoso regordete niño con la cara completamente ovalada, se desparramaba en lágrimas desbordadas de ninguna esperanza en absoluto.

- Esta es nuestra oportunidad, chaval. Dijo Lain

Programamos el celular al modo de cámara y salimos corriendo para tratar de pescar este último milagro que el día en Medellín nos ofrecía. Corrimos a la escena del crimen ontológico. La demostración de que todo se había ido realmente al cuerno y que Dios hace muchos nos había abandonado. Si un niño tan increiblemente hermoso, y grotesco al tiempo, llora tan desconsoladamente en el brazo del oficial es prueba de que hemos fracasado como humanidad. Los niños vientos van y vuelan de un lado para otro. Se acercan a rescatar a su amiguito pero Buda se aferra a su grotesco cuerpo y sigue llorando de un manera milagrosa. Un llanto que te tocaba y te llegaba hasta lo más profundo de los centros de dolor y belleza. El renacuajo se da cuenta que tratamos de grabar y se ríe. Sabe que también somos perversos a nuestra manera. "Por qué graban al niño llorar?" No supimos. Sólo que fue una mala maniobra. Grabamos antes de tiempo y el Buda jamás apareció. Nuestros datos empíricos y formas de registrar la evidencia se quedan cortos ante la magnificencia del universo. Dios (o su fracaso) está ahí, frente nuestros ojos y nosotros somos incapaces de presenciarlo al estar más preocupados por la hora de apretar el botón de Rec.

3 comments:

wintermute said...

..Pulsando "rec" o enfocando el zoom y pulsando el boton para tomar la fotografia que despues se va a perder en algun formateo de la maquina, o va a recoger polvo digital en los archivos del correo electronico.
Una mierda.
Ah, y es mejor un balazo en la nuca, si se trata de proporcionar todo el dolor posible y garantizar la extincion del mocoso, esa generacion de niños amamantados con el Playstation.
Una mierda.
Cambiando te tema.. el miercoles me llegó Mona lisa acelerada. Compra por internet. Gibson se merece eso.
Saludo a la interzona, Henry Lee.

Tadeshina said...

Pues a mí sí me dolió mucho no poder grabar al buda....

ana's ghost said...

Muy bueno lo del Buda y lo de los chicos malos del Metrocable, lo que más me gustó. El pequeño buda jeje, puedo imaginarlo.
Saludos