2003
En el recodo del corazón siento que debo sentir algo. Cualquier cosa. Un sentimiento alto más allá de la promesa de un coño estrecho. Algo que albergue una esperanza en mí. Es extraño. La gente cree que el sexo es real y la muerte es mito. Pero en las calles se ve que hay más muerte que sexo. Y el sexo siempre resulta demasiado forzoso. Siempre es muy caro. Siempre hay que pagar por él. El sexo siempre condena. El sexo implica un artificio demasiado costoso. No es real, es un mito. Para mí la liberación sexual siempre fue otro continente. Un lugar paradisíaco en que la gente se desnuda por las playas sin sentir la menor verguenza. Gente rubia copulando en eternas jornadas de placer y satisfacción. Todos tan felices y realizados en sus propios cuerpos. Sin la presencia de flujos desagradables, sin molestias: todo amor y paz. Hippies al rayo del sol con sus vergas erectas, imponentes y arrogantes; sexo desenfadado. Noches de fogata con ároma de rosas en que ebrios todos copulan contra todos. El mundo como un gran retozadero. Y todos se cogían contra todos. El sexo nunca fue real como la muerte. La muerte siempre estuvo presente pese a que nunca la vimos. Todo lo que vimos fueron tetas y anos golosos. Flujos enloquecedores, gritos a media noche, sexo de gran calibre y largo alcance. Un amanecer lleno de orgasmos, flores, música y sueños de un mundo sin diferencia. Todo se acabó y éramos simios tristes desnudos en la playa. Las ganas de vomitar nos rebasó y quisimos romperle la cabeza al otro con un coco, pero ya las fuerzas nos habían abandonado para ese entonces y sólo éramos tristes vergas derramadas al sol naciente y la cruda brisa del océano matutino. Qué quedó de esos hippies si no una condena? Un alto precio a pagar por tanto sexo. Todo es ahora fastidio y promesas. La gente no copula sino descarga frustraciones. Un cuerpo tras otro. Y todo lo que debimos haber visto fue la muerte. Esa muerte, maldita muerte que nos fue tan lejana y prohibida.
2 comments:
Tanta desazón colocada en la pequeña verguita y el pequeño cuerpo en donde sin embargo se reta cualquier ley de la física y caben tonelads innombrables, impensadas de tristeza , eyaculaciones rápidas e impotencias recurrentes como las lágrimas secas salidas de unos ojos cansados.
En todas partes el espejismo del cuerpo es extraordinario. Es el único objeto sobre el que concentrarse, no como fuente de placer o de sexo, sino como objeto de responsabilidad y desolado esmero, con la obsesión del aflojamiento y de la contra-prestación, signo y anticipación de la muerte, a la cual ya nadie sabe dar otro sentido que el de su prevención perpetua. El cuerpo se mima con la certeza perversa de su inutilidad, con la certeza total de su no-resurección. (...) Por tanto hay que hacer olvidar al cuerpo el placer como gracia actual, su metamorfosis posible en otras apariencias y consagrarlo a la conservación de una juventud utópica y, de cualquier modo, perdida; porque el cuerpo que se plantea la cuestión de su existencia ya está medio muerto, y su culto acutal, mitad yoga, mitad éxtasis, es una preocupación fúnebre.
Videosfera y Sujeto Fractal
Jean Baudrillard.
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