Saturday, February 20, 2010

El abandonado


EL ABANDONADO

Luis Cermeño




Nunca conocí a nadie tan decidido a abandonarlo todo. Es cierto que existen algunas personas con una disposición de carácter que los conduce a empezar una tarea y otra, sin terminar nunca ninguna, ni realizar alguna vez cualquier propósito. Lo peculiar de él era que parecía que nada le conducía jamás a empezar nada, y en lugar, parecía como si un afán angustioso de terminarlo todo poseyera permanentemente su alma.


“Escribo porque me permite hacerlo sin salir de la cama” Y sin embargo, abandonaba pronto la cama, abandonaba rápido la habitación y se echaba a andar en las calles, tambaleando de un sitio a otro, pues nunca estaba satisfecho en ningún lugar y pronto abandonaba las atiborradas avenidas como abandonaba los bulliciosos cafés o las aburridas librerías.


Podría decirse con justicia que odiaba todo. Porque todo implicaba cierta permanencia en algo y él no quería estar en ningún sitio, ni en ningún estado y mucho menos encontrarse en alguna ocasión. “Como si la vida me llevara a los escenarios más absurdos para presenciarlos y vivirlos como míos cuando nunca quise estos arreglos”. Así parecía justificar una vida que otros calificarían de aventurera, llena de experiencias ricas y satisfactorias en su vida.


“La enfermedad del niño rico, le flâneur postmoderno del siglo XXI, el cyberescritor contaminado de mierda ennui pasada de moda”. Así lo calificó una persona que necesitaba hablar de él. Pero él no quería estar allí, en ese lugar, donde era tan fácil ser calificado, por gente con un carácter tan fácil para emitir juicios sobre él, como si estuviera en ese lugar por su propio gusto, como si viviera con ganas, o sencillamente quisiera estar en un sitio que sólo proyectarlo en su cerebro le acometía el deseo de salir corriendo.


Salió pronto del útero de su madre y vomitó del puro asco por la conciencia de su propio cuerpo. Se moría de unas ganas infinitas por salir de esa prisión cómoda y mediocre de su huevo. Siempre odió comer huevo. Lo vomitaba de niño. No podía con el olor del huevo a medio cocer. Le parecía insoportable. Se mareaba y desmayaba. Las comparaciones en clases con los huevos le hacían retorcer las tripas. Quiso abandonar el colegio. Lo abandonó muy temprano cuando enfermó. Pero pronto se recuperó de la enfermedad. En sus términos, abandonó las sábanas limpias del hospital. Otra vez al colegio. Allí abandonaba las tareas por los juegos y los juegos por la televisión y la televisión por el sueño. “Su vida la pasó dormido” decía Ivanoff, su compañero de cuarto en su permanencia en Lima. Sin embargo, un sistema educativo al que consideraba mediocre y perverso, lo permitió graduarse. En la universidad dejaba las clases, no hacía los trabajos, su desinterés cada vez era mayor y terminaba toda tentativa de título universitario a medias. Nunca quiso ser nada en la vida.


Alguna vez en Panorama vio que un monje calvo de Asia aconsejaba a la gente no vivir para trabajar, sino al contrario trabajar para vivir; y terminaba este simpático monje diciendo: vinimos al mundo para vivir no para trabajar. No terminó el programa, nunca le interesó por saber quién era ese monje calvo, pero nunca pudo estar más de acuerdo con una persona sobre la tierra y decidió omitir el trabajo de su vida. No quiero decir que nunca haya trabajado. Siempre le buscaban trabajo y al poco tiempo era echado de ellos; no porque no quisiera abandonarlos, sino porque se quedaba dormido y en fin, era tal su desinterés que no le daba tiempo para renunciar cuando ya estaba afuera. No quería estar desempleado pero tampoco quería trabajar, así que dijo que era escritor.


Publicó algunas cosas, pero en mi opinión fueron textos inacabados, nunca le interesó acabarlos a conciencia. Así llenaba páginas enteras de revistas con textos que la gente consideraba incompletos, inconexos, sin desarrollo; pensaban que era su estilo particular y yo creo que se equivocaban: No tenía estilo, simplemente abandonaba sus trabajos: o lo que es igual: abandonar era su estilo.


Lo que vale para la forma de la abandonada obra cuenta para su propia vida. Era un abandonado, en todo sentido. No se amarraba los cordones. Vestía mal. Nunca terminaba de afeitarse completamente. Despeinado, desarreglado. Su apariencia era la de un dejado. En la época del colegio se abandonaba al juego. Dejaba las tareas para irse a jugar al póker. Nunca perdía mucho dinero. Abandonaba el juego cuando iba perdiendo y sus compinches le alegaban. No se metía en peleas porque abandonaba las discusiones y prefería huir de ellas. Dejó el juego y se dedicó a la bebida. Bebía como un desesperanzado. Cantaba blues en las noches que se sentía triste. Agarraba la botella con sus todavía infantiles dedos y veía las estrellas en el brillante azul opaco de la noche. Sabía que era un abandonado del cosmos. Un jinete borracho tambaleando en un planeta extraño. Allá en las estrellas, tal vez en un lugar lejano y cálido, estuviera su sitio. Aquel lugar estelar en donde quisiera permanecer y no abandonar jamás.


Se abandonó a las drogas en su juventud. Se tiraba en las aceras y decía que quería morirse como un perro. Ladraba a los transeúntes y empujaba a los niños de vestir pulcro. Tal vez era resentimiento, pero no nacido del deseo de ser como ellos, sino por la conciencia de saberse rechazado de antemano. Tuvo una o dos novias que lo toleraron pero pronto las abandonaba. Les decía que se sentía marica, que no sabía su verdadero sexo. Era un desastre cósmico.


Desesperado de esa vida dura de la calle, abandonó también las drogas. Se internó en un centro de rehabilitación y allí le explicaron que es propio del adicto abandonarlo todo por las drogas. “¿Y qué será cuándo abandonas las drogas?” Escribió en un célebre ensayo sobre la melancolía en la literatura travesti del siglo XX llamado “Ser Severo como Sarduy”. El ensayo es célebre porque su contenido consiste solamente en esa pregunta. Se dijo que era un aforismo. Yo creo que es falso. No quiso desarrollarlo; pues en alguna conversación triste, en una cafetería llamada San Marcos, en Bogotá, me contó toda la hipótesis en que consistía el ensayo. Estaba lúcido como un sol vespertino de un domingo demoledor.


En su época de abstemio no hacía sino enamorarse y tomar café. Su sicoanalista decía que había transferido su adicción a la cafeína; el sicoanalista se satisfacía de recordarle que tenía una personalidad de adicto: así le demostraba que la adicción no se podía abandonar lo mismo que los tratamientos eran para toda la vida. Se equivocaba también el sicoanalista. “De hecho, los melancólicos son los mejores adictos, pues la verdadera experiencia adictiva siempre es solitaria” Escribía Susan Sontag respecto Walter Benjamin.


Esa época duró poco y fue cuando se volvió un escritor bohemio, saturnino, esquizofrénico, pero ante todo un escritor con bloqueo permanente para escribir. Ya no escribía. Siempre hablaba de sus próximos textos, sus proyectos de novelas, una idea para un cuento, un ensayo sobre el ano en la literatura de vanguardia. A mi criterio, lo poco que escribió lo hizo durante los períodos que bien fuera la depresión o la jaqueca no lo dejaban salir de la cama. Tomaba su laptop y como un enfermo empezaba a teclear, a bosquejar ideas pero nunca hizo un trabajo realmente terminado. No corregía tampoco. Su genio era más que todo publicitario. Lograr que le publicaran realmente cosas que no dejaban de ser borradores o tachones de una mala noche, exigía realmente un encanto que pudo haber nacido realmente de ese desinterés que demostraba para ser publicado.


Se consideraba un suicida, y a veces lo decía, cosa que me molestaba porque su temperamento, si bien era el de alguien sin ganas de vivir, no era tan fuerte como para considerarlo un suicida. Nunca sentí miedo o amenaza alguna de que él pudiera realmente quitarse la vida. Lo hizo una mañana. Para mí fue un intento de suicidio a medias: pues murió.


No creo que haya abandonado del mundo, como han dicho sus amigos. A lo sumo abandonó ese cuerpo que despreciaba. Pero en eso consiste precisamente su presencia aterradora, esa que no se me quita encima mientras escribo su obituario. Unos deseos tan terribles de abandonarlo todo, de no querer nada, de sentirse - en sus propios términos- un abandonado de la felicidad del cosmos, no se extinguen con una muerte que no deja de ser un abandono de la memoria…


Wednesday, February 03, 2010

Hay Festival, por Rubén Vélez.

Dos artículos sobre el Hay Festival Cartagena por Rubén Vélez:
(agradezco de antemano al escritor por autorizar la difusión de ellos a través de este medio)


El festival de los colados


Por Rubén Vélez

Enero 30 de 2006


En la ciudad heroica le salió competencia al reinado de don Raimundo Angulo: un festival de los
príncipes de las letras. No sabemos gran cosa de las intimidades de ese nuevo reinado, que no demorara en ser declarado patrimonio cultural de la humanidad. ¿Quién o quiénes han elegido a las beldades que participan en él? ¿Y cuál ha sido el criterio del honorable jurado para inclinarse por ese puñado de representantes de aquí y de allá? Del magno evento sólo sabemos a ciencia cierta lo que nos ha revelado su ruidosa y costosa publicidad: “El encuentro de los escritores más importante del mundo”.

En la lista de las bellezas afortunadas aparece, en primer lugar, nuestro Belisario Betancur. ¡Qué elección más elogiable! He ahí una candidata que debería ser declarada fuera de concurso. O reina vitalicia. No ha escrito ni una sola línea que valga la pena, pero es un dechado de simpatía, y en su currículum de estadista figura una tragedia mal explicada que todavía nos perturba. Un festival de las letras o de la cerámica o de lo que sea, sin la presencia del gran hombre de Amagá, no llamaría la atención de los cronistas sociales de los grandes medios. Qué tragedia: pasaría desapercibido.

Sigamos con otra digna representante de la provincia de Antioquia: Jorge Franco. Señores del jurado, la inclusión de esa pluma nos hace pensar que ustedes prefieren los textos apenas cinematográficos a la literatura de verdad. ¿Qué es “Rosario Tijeras” sino un guión bien escrito y bien construido? ¿Qué sino un folletín tremendista? (Por eso, por folletinesco, ha sido exitoso: el respetable se muere por las telenovelas). Pero, pensándolo bien, se trata de otra elección feliz. La participación de una candidata estelar le da brillo al escenario cartagenero. Como diría el diseñador inevitable (sí, Barraza), lo viste de lentejuelas. En una época que sufre del mal americano del exitismo, sólo hay que exhibir a los campeones. Los perdedores no son fotogénicos ni telegénicos. Los perdedores no le dicen nada a un público que no piensa, esto es, que piensa que libros mejor vendidos son los mejores. Oh, un autor de bestsellers: ésa es, ésa tiene que ser.

Señores del jurado, enhorabuena. No haríamos cola para pedirle el autógrafo a una candidata que no ostente la aureola del triunfo. En este caso, el sello de una gran editorial. Y ni se nos ocurriría decorar uno de nuestros tantos estantes con un libro que no haya sido aclamado por los mandarines de la “Atenas suramericana”. ¿Cómo ignorar que hoy día, en literatura, no importa la calidad literaria, sino la importancia de la casa editora? Dime qué pulpo multinacional edita tus cosas y te haré caso. No me digas que la U. de A. (o Eafit o tu propio bolsillo) se ha encargado de la publicación de tu manuscrito: no me obligues a pensar que eres un autor de tercera.

Y qué decir de la glamorosa candidata pereirana de apellido inglés? ¿Se ha equivocado de reinado Lady Ponsford? Not at all; si bien no ha escrito ni un solo libro, es atractiva, es bilingüe y domina el difícil arte de las relaciones públicas. Ah, y no le faltan espuelas, lo cual nos permite pronosticar que llegará muy lejos. Con o sin obra, Lady Ponsford llegará a Roma, a Arcadia, y si no contrae la gripa aviar (ella tiene alma de ave inestable), a Plutón, que es el destino que empieza a ponerse de moda.

También es plausible la participación de Laura de Colombia, la mujer que puso a delirar al pontífice portugués (¿habrá que escribir un ensayo sobre la ceguera de Saramago?). Un encuentro de intelectuales sin las consignas revolucionarias de siempre sería algo así como un té de las cinco. No importa que el menú izquierdista de “Miss Alfaguara Internacional” esté un poco pasado: ya hace parte de la bandeja típica de varios países de nuestra región. Deliremos con las posibilidades de la más laureada de las Lauras: Estocolmo, que desdeñó a Borges porque no pertenecía a la Internacional Socialista (a la cual pertenecen, entre otros, Saramago, García Márquez y Carlos Fuentes ), la unge con el óleo millonario de la vida eterna.

En cuanto al periodista Daniel Samper P. (pe de Pizano y de preclaro progenitor), ¿podrían decirme cuál de sus obras lo ha hecho digno de la pasarela cartagenera? ¿O está ahí sólo porque es un columnista famoso y muy bien relacionado? Señores, estoy por creer que a ustedes los ha iluminado el Espíritu Santo. ¿Qué sería de un festival colombiano sin una que otra ocurrencia bogotana? ¿No nos sabría a ajiaco sin alcaparras? El humor capitalino es más sutil que el humor de los paisas y los costeños. Más exquisito. Como diría nuestro diseñador de cabecera, aporta al reinado el “toque swarosky”. De modo que la candidata de “El Tiempo”, pese a que ya se le nota el paso del tiempo, podría ser el palo. Y quiera Dios que así sea. Encomendémonos al Todopoderoso y a la patrona de los reinados (¿Santa Teresa de Angulo?) para que el hermanísimo del doctor Ochomil se quede con el cetro. Un reinado sin palo no pasa a la historia.

(¿Y esa luz cegadora? ¿Se ha aparecido la reina de los cielos en la ciudad de las reinas terrenales? Es la reina madre, de blanco macondiano fabuloso - hasta los pies vestida. Se ha dignado habitar entre nosotros por unas cuantas horas. Pero esta vez no nos ha confiado ni un solo secreto. Madre nuestra que estás en la gloria, ¿hemos sido condenados a vivir cien años en la oscuridad? ).

Como lo nuestro, además de la sana crítica, es el sano nacionalismo, no pasamos por alto a las altas candidatas de afuera. El chovinismo es para los fabricantes de postales. Esas cumbres han dicho cosas nunca oídas sobre el “vía crucis de la creación literaria” (“Escribo para exorcizar mis demonios”, “Escribo para mantenerme en pie”, “La escritura es la tabla de salvación ideal”, etcétera). Las reinas de la literatura, como las de la belleza, gustan de los lugares comunes. Una debilidad que nuestra computadora no debe tomar en cuenta. Total, son testas coronadas. El delito de lesa majestad da muchos años de calabozo, donde ninguna de las páginas de las preciosas candidatas podría servirnos de tabla de salvación, ni siquiera de tentempié. “Hay Festival de Cartagena”: ay, qué festival más chimbo.

El festival de las interjecciones

(Cine Capitol )

Necesitas un baño de cultura, me dijo un espíritu superior, y dejé de matar el tiempo por ahí y me fui a Cartagena, donde se celebraba un encuentro de estrellas de la cultura llamado Hay Festival.

En sitios muy bien iluminados escuché cosas de lo más interesantes. Que la literatura es un exorcismo. Que gracias a la escritura podemos vivir en buenos términos con nuestros miedos y nuestras pesadillas. Que la realidad es la musa más fantasiosa…

Dos astros de la farándula musical deslumbraron al respetable con unas ocurrencias que hicieron parte del álbum de “La Movida” (Madrid, años ochenta). En boca de los famosos todo suena a sapiencia; nada, ni siquiera el bolero, suena a disco rayado.

La poeta de moda, muy peripuesta ella, no se cansaba de sonreírle a la cámara. El novelista de moda, muy sonriente él, no se cansaba de hablar de sus demonios.

También estaban los columnistas que dominan todas las materias (política, literatura, cine, cocina, moda, etcétera). ¿De dónde sacan tanta profundidad esos gurúes? ¿Se entienden con gurúes de la India profunda?

Hay Festival: demasiada luz para un espíritu del montón.

Tuve que refugiarme en una cueva del sector de Getsemaní, donde en vez de cosas nunca oídas y recetas milagrosas, se oyen interjecciones más bien animales. Ah, huy, yeah. Me pregunté, no sin aprensión, si ese manifiesto de la carne podría convenirle a un festival de la cultura.

No recuerdo la cara del otro. Recuerdo que gracias a la sabiduría de su boca estuve en Arcadia por unos cuantos minutos.

Rubén Vélez

> Cartagena, enero 2008