Tuesday, December 29, 2009

William Burroughs por Hunter Thompson


Un texto de Hunter Thompson después de la muerte de William S Burroughs:



William tenía buen gusto para las armas, y luego se volvió muy bueno con ellas. Yo recuerdo junto a él una tarde disparando en su rancho a las afueras de Lawrence. Tenía cinco o seis revólveres bien engrasados sobre una mesa de madera, cubierta con un mantel blanco, usaba cualquiera de estos según su ánimo en ese momento. La Smith & Wesson era su favorita. “Esta es mi pulidora” decía amorosamente y luego se arrodillaba y entonces ponía cinco o seis disparos en el pecho de un objetivo en forma de silueta humana a 25 yardas de distancia.



Maldita sea, pensé, estamos en presencia de un verdadero tirador. Nicole había estado filmándolo todo con su Hi8, pero yo le quité la cámara y le dije que caminara 10 yardas al frente de nosotros y pusiera una manzana en su cabeza. William sonrió ligeramente y la apartó. “No importa, querida” le dijo “pasemos ese truco” Luego levantó el Casul Magnum .454 que yo había traído conmigo. “Pero probaré este” dijo “Me gusta como luce”. El .454 es el revolver más poderoso del mundo. Es dos veces más fuerte que un Magnum .44 con una larga mira y una culata tan brutal que me encontraba reacio a dejar un hombre de 80 años dispararlo. Esta cosa va a retroceder bruscamente y romper tu cráneo si no la sostienes correctamente. Pero William persistió. El primer disparo lo levantó a dos o tres pulgadas del suelo, pero la bala pegó en la garganta del objetivo, dos pulgadas arriba. “Buen tiro” le dije “Trata un poco más abajo y un click a la derecha” El asintió y se preparó de nuevo.



Su siguiente disparo perforó el estómago dejándole un sucio moretón rojo en sus palmas. Nicole se estremeció manifiestamente detrás de la cámara pero le dije que sólo estábamos bromeando sobre la manzana. Luego, William vació el cilindro, disparando una vez más a la ingle y dos veces justo debajo del corazón. Lo alcancé para apretar sus manos mientras cojeaba de regreso a la mesa, pero él bromeaba al respecto y pedía algo de hielo para sus palmas. “Bueno” dijo “Esta es una pieza muy sucia de maquinaria. Me gusta” Puse la sucia bestia plateada en el estuche y se la di. “Es tuya” le dije. “Te la mereces”.

Lo cual era cierto. William era un excelente tirador. Él disparó como escribió – con extrema precisión y sin miedo. Nosotros habríamos disparado el trasero de un M-60 aquel día, si hubiera traído uno conmigo. Nosotros habríamos disparado cualquier cosa, y él no temería nada.


Traducción propia

tomado de la página: Hunter S Thompson Books

Retrato de Burroughs por G. Helnwein.

Hunter Thompson.

Burroughs disparando por RE/SEARCH

Wednesday, December 23, 2009

Un cuento navideño

Un cuento de navidad
por Luis Cermeño.


Un arrebato sangriento sobre un montículo iluminado despejaba las tinieblas del lugar que se habían apoderado de Domingo Klopstock. Adentro, en el bar, escanciaban culines de cerveza entre los extranjeros. Se habían golpeado el mancebo Loreto contra Guisantes Barbarella. En el fondo de la barra, un viejo polaco cantaba canciones de sus orígenes con un tono aguardientoso y cansino. Como las infinitas fibras de un mango filoso e invasivo las venas de Klopstock empezaron a ramificarse sobre la mesa. Le había mostrado su morcilla a la gorda puta que lavaba los baños, noches antes, y ella le había sugerido que le faltaba más higiene. No hubo oral aquella borrachera. Domingo trabajaba aquel invierno en un buque tanque salmonero. El frío le hacía doler el instante siguiente de cada una de sus células. Como un mango contiene los filos de cada una de sus fibras hasta el momento de la primer mordedura, las venas de Klopstock se desangraban al primer trago de vodka. Las truchas saltaban en manantiales cristalinos de una tierra reservada a la pureza inmarcesible de los osos negros. Un zancudo cayó sobre su culín de cerveza. Su curtido dedo sacó al bicho directamente del líquido y lo estampó en la tapa de la butaca. Una salchicha más y vaciaría sus tripas sobre el pequeño gilipollas italiano que se pasaba la mano sobre su grasoso cabello. Era el viento que provenía de la capilla. Allí se arrodillaban los muertos del cementerio aledaño a clamar por sus risibles faltas. Un lobo devoraba un trozo de carne fresco que le había arrojado la puta que lavaba los baños.